¿Cuándo es plena la convivencia humana?
Los 14 pensamientos, brevemente comentados en los artículos anteriores, pueden convertirse en mucha exigencias y luces que iluminen las perspectivas para una convivencia humana y cristiana en plenitud. De los muchos criterios que expondremos, será el lector quien elija los mejores dada su situación y posibilidades. Lo que sí habrá que tener en cuenta es la necesidad de la madurez personal que condiciona las respuestas del convivir humano y cristiano, enriquecidas por las motivaciones más eficaces.
La madurez personal, condición para la convivencia La convivencia en paz y fraternidad depende en gran parte de la madurez de cada persona. De las muchas respuestas integrantes de la madurez, seleccionamos las que más inciden en el trato interpersonal. La convivencia depende, entre otros factores, de que la persona:
acepte con paz las limitaciones personales y la propia historia con éxitos y fracasos;
obre con amor para que aumente la capacidad de donación, que es la potencia del “motor” en la vida;
sea responsable en sus obligaciones y obre con fidelidad en las tareas aceptadas;
ataque con energía a los 8 virus como son el egoísmo y los 7 pecados capitales que provocan tantos conflictos;
controle la agresividad sabiendo que uno se arrepiente después de los enfados;
practique la humildad luchando contra el despotismo de la soberbia;
se conforme con lo que tiene y no envidie lo que no puede tener o no deba poseer;
tenga como meta comunitaria, la felicidad del prójimo y acepte ser un ”instrumento” para dar algo de bienestar a las personas que le acompañan;
motive con amor las actitudes y actos de humildad. Y reconozca los daños que ocasionó sus respuestas de orgullo;
supere el escepticismo de los que nada esperan para no sufrir por el desengaño;
valore más los males ajenos y no exalte tanto los personales. Y no se considere como “una víctima” con todo los males y nada que agradecer a la vida;
dé en el trato la paz que Dios desea para todos y la que cada persona pide para sus familiares, compañeros y amigos;
reconozca los errores y no se justifique “por sistema”. Tenga valor para comprometerse a una conversión progresiva, ascendente y sin límites.
Y como cristiano: que su fe práctica se convierta en una fuente de paz alegría para sí y para cuantos con él conviven.
Respuestas más significativas para el trato interpersonal
Las 30 respuestas que detallamos giran en torno al respeto, servicio, diálogo, comprensión, aceptación, amor, delicadeza, humildad, generosidad y fe cristiana. Efectivamente, quien desea un buen convivir:
respeta los derechos del prójimo cumpliendo con las responsabilidades y los compromisos;
sirve al prójimo y adopta una actitud de disponibilidad desinteresada;
exterioriza el amor y las alabanzas para que el prójimo se sienta valorado, aceptado y amado;
dialoga y convive con sinceridad, serenidad, libertad, claridad y sin prejuicios;
da confianza y confía en el prójimo...a pesar de los engaños;
escucha con atención y rostro sereno. Y procura comunicar sus opiniones con objetividad;
se pone “en los zapatos” del prójimo, comprende su situación y sabe compartir sus sentimientos;
acepta a las personas con sus defectos y a pesar de sus defectos, con sus limitaciones y a pesar de sus limitaciones. Tal como son;
es comprensivo y controla los “reflejos de ira” cuando el prójimo no actúa con la verdad, justicia o prudencia que espera como “lógicas”;
suaviza el trato reconociendo méritos y alabando cualidades de quien le habla;
no es “un contreras” que responde negativamente como sistema y que no da “su brazo a torcer”;
corrige sin herir, pocas veces, con suavidad en las palabras y como último recurso. Y siempre sin ironías;
se disculpa y pide perdón. Tiene valor para excusarse y reconocer los errores y faltas, sin justificaciones orgullosas;
borra de la mente las ofensas del pasado para que el perdón sea completo;
realiza el mayor bien posible, sin desear nada malo al prójimo;
ama al necesitado con generosidad y prontitud;
procura sacrificarse para dar un poco de felicidad a todos: a los agradecidos y a los ingratos, a los simpáticos y antipáticos, a los amigos y enemigos;
acepta con paz y humildad las críticas, sin alborotarse, y sin acudir a una orgullosa defensa de su conducta;
es instrumento para el bien y no para el mal;
tiene misericordia y es complaciente con los “pesados” con los que hablan con medias verdades. Y también con los embusteros;
dialoga y convive con sinceridad, serenidad, libertad, claridad y sin prejuicios;
actúa de manera sincera, libre, clara y valiente;
cultiva los valores y las virtudes sociales y políticas, pero a la luz del Evangelio;
tiene como meta el dar siempre, servir siempre; nada negar y nada exigir al prójimo;
procura comprender siempre, olvidar siempre; aguantar siempre y nunca criticar;
comunica a los que conviven con él, amor, paz y la alegría recibida de Dios;
enriquece la obediencia con la fe, comunión, caridad y servicio;
manda con humildad, sin autoritarismo, con respeto a la libertad del prójimo;
ayuda con generosidad a los necesitados, a los pobres con buena parte de los bienes económicos. Sabe que el dinero personal está hipotecado por la necesidad ajena;
colabora con la oración y ejemplo en la conversión de otras personas.
A la madurez y a las respuestas humanas, el cristiano enriquece la convivencia con motivaciones que surgen de la fe. Tema a tratar
La madurez personal, condición para la convivencia La convivencia en paz y fraternidad depende en gran parte de la madurez de cada persona. De las muchas respuestas integrantes de la madurez, seleccionamos las que más inciden en el trato interpersonal. La convivencia depende, entre otros factores, de que la persona:
acepte con paz las limitaciones personales y la propia historia con éxitos y fracasos;
obre con amor para que aumente la capacidad de donación, que es la potencia del “motor” en la vida;
sea responsable en sus obligaciones y obre con fidelidad en las tareas aceptadas;
ataque con energía a los 8 virus como son el egoísmo y los 7 pecados capitales que provocan tantos conflictos;
controle la agresividad sabiendo que uno se arrepiente después de los enfados;
practique la humildad luchando contra el despotismo de la soberbia;
se conforme con lo que tiene y no envidie lo que no puede tener o no deba poseer;
tenga como meta comunitaria, la felicidad del prójimo y acepte ser un ”instrumento” para dar algo de bienestar a las personas que le acompañan;
motive con amor las actitudes y actos de humildad. Y reconozca los daños que ocasionó sus respuestas de orgullo;
supere el escepticismo de los que nada esperan para no sufrir por el desengaño;
valore más los males ajenos y no exalte tanto los personales. Y no se considere como “una víctima” con todo los males y nada que agradecer a la vida;
dé en el trato la paz que Dios desea para todos y la que cada persona pide para sus familiares, compañeros y amigos;
reconozca los errores y no se justifique “por sistema”. Tenga valor para comprometerse a una conversión progresiva, ascendente y sin límites.
Y como cristiano: que su fe práctica se convierta en una fuente de paz alegría para sí y para cuantos con él conviven.
Respuestas más significativas para el trato interpersonal
Las 30 respuestas que detallamos giran en torno al respeto, servicio, diálogo, comprensión, aceptación, amor, delicadeza, humildad, generosidad y fe cristiana. Efectivamente, quien desea un buen convivir:
respeta los derechos del prójimo cumpliendo con las responsabilidades y los compromisos;
sirve al prójimo y adopta una actitud de disponibilidad desinteresada;
exterioriza el amor y las alabanzas para que el prójimo se sienta valorado, aceptado y amado;
dialoga y convive con sinceridad, serenidad, libertad, claridad y sin prejuicios;
da confianza y confía en el prójimo...a pesar de los engaños;
escucha con atención y rostro sereno. Y procura comunicar sus opiniones con objetividad;
se pone “en los zapatos” del prójimo, comprende su situación y sabe compartir sus sentimientos;
acepta a las personas con sus defectos y a pesar de sus defectos, con sus limitaciones y a pesar de sus limitaciones. Tal como son;
es comprensivo y controla los “reflejos de ira” cuando el prójimo no actúa con la verdad, justicia o prudencia que espera como “lógicas”;
suaviza el trato reconociendo méritos y alabando cualidades de quien le habla;
no es “un contreras” que responde negativamente como sistema y que no da “su brazo a torcer”;
corrige sin herir, pocas veces, con suavidad en las palabras y como último recurso. Y siempre sin ironías;
se disculpa y pide perdón. Tiene valor para excusarse y reconocer los errores y faltas, sin justificaciones orgullosas;
borra de la mente las ofensas del pasado para que el perdón sea completo;
realiza el mayor bien posible, sin desear nada malo al prójimo;
ama al necesitado con generosidad y prontitud;
procura sacrificarse para dar un poco de felicidad a todos: a los agradecidos y a los ingratos, a los simpáticos y antipáticos, a los amigos y enemigos;
acepta con paz y humildad las críticas, sin alborotarse, y sin acudir a una orgullosa defensa de su conducta;
es instrumento para el bien y no para el mal;
tiene misericordia y es complaciente con los “pesados” con los que hablan con medias verdades. Y también con los embusteros;
dialoga y convive con sinceridad, serenidad, libertad, claridad y sin prejuicios;
actúa de manera sincera, libre, clara y valiente;
cultiva los valores y las virtudes sociales y políticas, pero a la luz del Evangelio;
tiene como meta el dar siempre, servir siempre; nada negar y nada exigir al prójimo;
procura comprender siempre, olvidar siempre; aguantar siempre y nunca criticar;
comunica a los que conviven con él, amor, paz y la alegría recibida de Dios;
enriquece la obediencia con la fe, comunión, caridad y servicio;
manda con humildad, sin autoritarismo, con respeto a la libertad del prójimo;
ayuda con generosidad a los necesitados, a los pobres con buena parte de los bienes económicos. Sabe que el dinero personal está hipotecado por la necesidad ajena;
colabora con la oración y ejemplo en la conversión de otras personas.
A la madurez y a las respuestas humanas, el cristiano enriquece la convivencia con motivaciones que surgen de la fe. Tema a tratar