¿Es posible la confianza, intimidad y unión permanente con Dios?

Está fundamentado el amor profundo a Dios pues el precepto bíblico es contundente, pero, ¿también un trato de confianza e intimidad que llegue hasta la unión permanente y profunda del cristiano con Dios? Pareciera que es suficiente con la respuesta de amar a Dios con todo el corazón y con todas las fuerzas y que la confianza, intimidad y unión superan las aspiraciones y posibilidades de quien no se considera “digno” de una relación tan extraordinaria con su Altísimo y Señor. Sin embargo los salmos, el testimonio y exhortación de Cristo como el de muchos discípulos, animan a mantener con Dios Padre la relación profunda de amistad que se manifiesta en un trato confiado, íntimo y de permanente unión. Pero una meta tan alta exige mucho esfuerzo, muchas renuncias y gran coherencia a la hora de poner en práctica los recursos que pide Cristo al seguidor coherente. No olvidemos que la respuesta afirmativa del interrogante es propia de quien aspira llegar a la cumbre de la espiritualidad cristiana que los místicos, santos y cristianos anónimos, describieron y alcanzaron. Sí, el amor de Dios puede vivirse de varios modos: como precepto para todo fiel cristiano, como una relación amistosa ordinaria, o bien como la opción fundamental presente en toda una vida. A esta última alternativa, la meta suprema, llamamos unión profunda permanente con Dios de quien el cristiano confía plenamente porque vive con radicalidad el amor profundo. La máxima relación con Dios está compuesta por la intimidad como el núcleo, la confianza como expresión y la unión profunda y permanente como la cumbre

La confianza como fundamento
Confianza es la seguridad que tiene el que espera recibir ayuda de la persona que le ama y en la medida en que pueda. También es la mayor o menor certeza de que tal máquina, estructura o colectividad responderá positivamente a nuestra orden, necesidad o petición. Tengamos presente que una prudente confianza es signo de madurez personal, pero una actitud de sospecha o desconfianza permanente manifiesta deficiencias serias en la personalidad.

El salmista pone toda su confianza en el Señor
El creyente, animado por los salmos, exclama: dichoso el que se apoya en el Dios de Jacob y pone su esperanza en el Señor, su Dios (Sal 146,5); Dios es mi roca, mi salvación y fuerza, ¡jamás vacilaré! (Sal 62,7). El Señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? En ti está la única esperanza (Sal 39,8). Desde lo más profundo clamo a ti, Señor. ¡Señor mío, escucha mi voz! (Sal 130,1-2). Yo espero en el Señor con toda mi alma, confío en su palabra (Sal 130,5). Tengo siempre presente al Señor, con él jamás sucumbiré (Sal 16,8); “dichoso el que se apoya en el Dios de Jacob y pone su esperanza en el Señor, su Dios» (Sal 146,5). «Contigo me enfrento a cualquier ejército, contigo, Dios mío, asalto la muralla» (Sal 18,30).

Plena confianza de Jesús en Dios su Padre.
Junto a la predicación, Jesús vivió el amor y la confianza con la mayor intensidad. En su oración, ante todo, sorprende su ternura y confianza, pues llama tiernamente a Dios «abbá» (papá). Jesús sabe que lo que pide al Padre lo conseguirá: «Yo ya sabía que siempre me oyes, mas lo dije por la muchedumbre que me rodea, a fin de que crean que tú me enviaste» (Jn 11,42; cf. Mt 26,53).

También es Jesús quien exhorta a confiar en Dios nuestro Padre.
Aconsejaba: no hay que preocuparse de la comida y del vestido, pues «vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de ellos» (Mt 6,25-34). La providencia del Padre con el hombre es mayor que la que mantiene con los gorriones porque hasta los cabellos tiene contados (Lc 12,22-24.28-34; Mt 6,25.29-31). Lo que pidan los hombres a su Padre (y en su nombre), lo obtendrán (Jn 16,23; Mt 21,20-22).Y para motivar a la confianza, Jesús ofrece un argumento decisivo: si los padres aun siendo malos saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más Dios dará cosas buenas a los hombres! (Mt 7,9-11).

La esperanza motiva a confiar en Dios.
El creyente cristiano, fortalecido por la esperanza en Cristo resucitado, confía en Dios. La esperanza está apoyada en la confianza, pues el Señor es nuestra ayuda (Heb 13,6) de modo que podamos decir confiados: el Señor es mi ayuda; no temeré. ¿Qué puede hacerme el hombre?
San Pablo, fiel que espera y confía (2Tim 1,12), sostiene: por este motivo estoy soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, porque yo sé bien en quién tengo puesta mi fe. A su discípulo Tito exhorta a tener puesta la esperanza en Dios (1Tim 4,10): si nos fatigamos y luchamos es porque tenemos puesta la esperanza en Dios vivo, que es el Salvador de todos los hombres, principalmente de los creyentes.

La intimidad es el núcleo-fuente
Desde la antropología, la intimidad es la relación amorosa entre dos personas que experimentan mutuamente su amor. Viven la relación como amigos, esposos o enamorados, y siempre en profundidad. En esta relación, junto con el amor profundo de amistad, se da la donación radical, coherente y entusiasta. Así mismo, están presentes la confianza, el trato frecuente y la ayuda mutua en todos los aspectos.
Desde la fundamentación bíblica, la intimidad es la experiencia ordinaria del amor de Dios con una respuesta según el precepto bíblico de amar a Dios con todo el corazón.. El creyente encuentra en la mutua experiencia de amor, la gran motivación para vivir con Él una relación amistosa en la vida litúrgica, en las tareas cuotidianas o en la praxis de la religiosidad popular.

La intimidad con Dios como la opción fundamental.
Si esta intimidad con Dios se experimenta con los rasgos propios de una opción fundamental, encontraremos en ella la motivación más influyente para el cristiano porque vivirá con entusiasmo y entrega total su relación con Dios.
Observemos también que esta interpretación, unión con Dios como opción fundamental, incluye la experiencia mística y es propia de quien se siente amado por Dios y permanece en comunión con El siendo fiel a su voluntad (cf.1 Jn 2,6.24.27; 3,7; 4,16). En términos generales, la intimidad es la vivencia de quien está unido en profundidad con Dios siguiendo a Cristo bajo la acción del Espíritu.

Factores integrantes.
La intimidad con Dios incluye varios factores, principalmente el amor profundo que configura la santidad de vida. De hecho, la intimidad con Dios es uno de los rasgos de los cristianos en gracia de Dios que practican la caridad y siguen a Jesús de manera coherente y radical. También son integrantes el trato íntimo, el celo por la gloria de Dios en el servicio a los hermanos; la comunicación cada vez más permanente y deseada. El enamorado de Dios anhela, como escribió Santa Teresa, “tratar de amistad estando a solas con Aquél que nos ama”

La meta: la unión permanente con Dios
Cuando no es posible una oración expresa, quien vive en clima de intimidad con Dios pone en práctica la presencia de Aquél a quien ama sobre todas las cosas. Logra la actitud y respuesta de “ver” a Dios en personas, tareas, cosas y acontecimientos. Todo le habla de Dios y en cualquier actividad dirige con facilidad su pensamiento a Dios. ¿La raíz? La vivencia de la inhabitación: el que ama a Dios con amor de íntima amistad, toma conciencia de que la Santísima Trinidad inhabita en su interior como en un templo. Y se siente inmerso, sumergido en Dios como el pez en el agua.

La unión con Dios como experiencia mística.
Tanto en la intimidad como en el unión con Dios, el cristiano puede gozar de una experiencia “mística” por su unión teologal y la experiencia del amor de Dios. En esta situación espiritual (mística) el cristiano toma conciencia de que Dios está Presente en el fondo del corazón (inhabitación), acepta su compañía de manera radical y vive toda su vida motivado por la presencia de inhabitación, del Dios uno y trino; contempla a Dios como Amigo personal en toda la vida, detrás de la creación, en la Biblia, la Eucaristía, las personas, (especialmente en los pobres), trabajos, relaciones, acontecimientos, respuestas positivas, tentaciones y hasta en las caídas con su arrepentimiento. Entonces surge la contemplación porque los que se aman, en ocasiones, su comunicación se da sin palabras: basta con mirarse o contemplar el rostro de la persona amada. En ella se cumple la definición de Santa Teresa de Jesús que define la oración como una íntima relación de amistad estando a solas con quien sabemos que nos ama (Vida 8,5).

La unión íntima con Dios, la meta suprema
¿Es posible vivir esta unión teologal y experiencial con Dios como meta suprema y motivación más profunda? La respuesta es afirmativa porque, en definitiva, se trata del ideal de santidad o de perfección del cristiano, posible de realizar con la gracia y los medios que proporciona la espiritualidad cristiana. Así lo confirma la vida de tantos cristianos coherentes, canonizados o no, místicos o no, religiosos o laicos. En definitiva, en esta íntima unión con Dios consiste la santidad de vida cristiana. ¿Cómo se llega a la meta? Por la motivación de los testigos y por el camino descrito por los “místicos”.
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