¿Es posible un trato afectuoso con Dios? ¿Y la amistad?

Muchos creyentes reducen su relación con Dios a su mente (creen en Dios), a la voluntad que lo quiere como el Bien (lo aman según la Biblia) o a las obras de obediencia (cumplen los preceptos religiosos). El trato que estos cristianos piadosos dan a Dios es sincero, respetuoso, responsable en sus compromisos y confiado en sus peticiones. Pero no es afectuoso ni de amistad. Porque ellos fueron educados en el temor de Dios y en la necesidad de cumplir sus mandamientos y los de la Iglesia. Es curioso el contraste: en la vida ordinaria de estas personas, el amar y el sentirse amado por sus familiares y el tener amigos, es un factor esencial para su felicidad. Pero en este círculo de afectuoso no entra Dios, les falta la comunicación cariñosa que respiran lo salmos y la ternura de Cristo al dirigirse a Dios como su Padre, abbá. Tales cristianos carecen de la experiencia de sentirse amados por Dios y de la respuesta amorosa dada al mismo como Señor y como amigo. En el fondo, creen que estas manifestaciones religiosas están reservadas a los santos.
Ante esta deficiencia espiritual, exponemos los elementos de una relación afectuosa: la experiencia de Dios, el sentimiento del amor y la posible amistad entre el hombre y Dios.

La experiencia religiosa, positiva o negativa, como fuente
El trato afectuoso, y mucho más la amistad con Dios, brota de alguna experiencia religiosa y sobre todo de la experiencia de sentirse amado por Dios. Es la experiencia del niño que aprende de sus padres a rezar al Señor que nos ama y que está en una la cuna o en la cruz. El mismo niño que no debe salir a la calle “porque el Señor te va a castigar”, o que se emociona con los villancicos o con el acontecimiento de que recibirá a Dios en la primera comunión. De joven también tendrá vivencias que le dan alguna idea de lo que es el amor de Dios como en las fiestas de la parroquia, la liturgia de semana santa, las procesiones, la predicación sobre el infierno, la pasión de Jesús, o la muerte de un ser querido “porque el Señor se lo ha llevado”. Como universitario, quizás experimente un ambiente contrario a la religión, o quizás tenga oportunidad de experiencias religiosas o bien de sentir como adulto el amor de Dios en unos ejercicios espirituales.
De una manera o de otra, en la experiencia de Dios o de un hecho religioso, suele darse el mismo esquema: la alegría o la tristeza, el miedo o el dolor, la sorpresa ante una verdad que impresiona, la atracción o el rechazo, el amor o el odio ante un acontecimiento que sacude a la persona en su emotividad. Tal acontecimiento puede despertar el impulso religioso como ha sucedido en la conversión de algún que otro ateo y desembocar en un “creo”, (Foucauld) o bien: “aquí está la verdad” (Edith Stein).

Lo que hay que tener presente para la experiencia
Para la experiencia cristiana de Dios, la Palabra de Dios es como la fuente principal. En ella encontramos a los amigos de Yaveh que experimentaron su amor: Abraham, Moisés, David, los profetas... Y de manera especial, en el Nuevo testamento, la experiencia de Dios Padre en Jesucristo. Las relaciones entre el Padre y el Hijo están marcadas por la unión más profunda, por una continua comunicación, sin límites, por la total fidelidad y entrega. ¿Cómo sería la experiencia de Dios en Cristo? El Dios de Jesús es el Dios de la experiencia del pueblo judío en el AT pero experimentado de una manera profundamente diversa dada su persona de Hijo de Dios y su misión redentora. En la vida de Jesús, Dios aparece como liberador y es experimentado como Padre de infinita bondad. No es el Dios de los fariseos, es un Dios más tierno pero exigente (Lc 4,18.18 y todo Mt 5). Jesús llama a Dios "papá" (abbá) y elimina la religión como contrato de seguridad con el Señor protector. El Dios de Jesús no es fruto de reflexiones, es una evidencia experiencial próxima y lejana. Cristo ve el mundo con referencia a Dios que está presente en todo. Es el Dios Padre que lleva a descubrir a sus hijos como hermanos. Es el Dios siempre bueno aun en el extremo abandono en la cruz.

Es posible una relación amorosa-afectuosa con Dios
Desde la psicología, el trato afectuoso-amoroso del yo humano con el Tú divino incluye un conjunto de sentimientos y relaciones. La expresión “Dios mío, yo te amo”, incluye la dinámica de la relación interpersonal y del amor como la mejor respuesta de la persona que se abre y dona a un tú. En este caso se trata del mejor tú, del Tu divino, de Dios que es, precisamente, Amor, donación infinita para el hombre. Dios es el “amable” por excelencia. De aquí que se verifique plenamente el esquema de la relación amorosa entre el yo humano que necesita ser amado y el Tú divino plenitud de Amor. En la relación hombre-Dios es donde se realiza la salida desinteresada del yo y del tú para formar el “nosotros”.
A Dios, como a cualquier otro tú humano, habrá que aplicar los rasgos del amor en su dimensión psicológica: la unión del yo con el tú hasta la identificación con el deseo de que viva para siempre, sintiendo un gozo intenso con su presencia y trato, y dispuesto a defender como sea los intereses del tú amado, porque es la motivación definitiva para las decisiones. Cualquier sacrificio se justifica con tal de enriquecer al amado y de conseguir su posesión.

Rasgos complementarios.
El núcleo de amor entre el yo y el tú se complementa con otros rasgos del amor interpersonal:
-el respeto a los derechos del “tú” con sus aspiraciones y necesidades;
-la alegría porque la persona amada existe y desea que viva para siempre;
-la comunicación como expresión de la mutua entrega;
-la alabanza sincera de las virtudes ante extraños y ante la misma persona como estímulo para su realización personal;
-la manifestación del afecto con obras y palabras de modo que el tú sienta el amor del yo;
-el gozo intenso con su presencia y trato que llega hasta el éxtasis como salida o éxodo de sí;
-la confianza en sus afirmaciones y el no dar motivos para que el tú desconfíe con razón del yo;
-el diálogo frecuente de quien ansía compartir las noticias externas y las íntimas;
-la comunión total o parcial de quien da cuanto tiene a la persona amada y siente todo lo suyo como algo propio;
-la disposición a dar la propia vida por la defensa de la persona amada;
-el celo hasta las últimas consecuencias por defender los intereses del tú amado.

¿Es posible la amistad entre el hombre y Dios?
El trato afectuoso del hombre con Dios alcanza su grado más intenso en la amistad teologal con los elementos comunes de toda relación amistosa. Y recordemos que la amistad consiste en el amor mutuo correspondido entre las personas que se ven iguales y fomentan la comunicación de bienes, la afinidad de voluntades y el gusto por compartir cuanto tienen. En la amistad se recorre todo el proceso que arranca del interés, amor de concupiscencia, para desembocar en el amor desinteresado o amor de benevolencia.

¿Cómo definir la amistad entre Dios y el hombre?
En cada religión adquiere su matiz propio. En el cristianismo es interpretada como una relación desinteresada de amor mutuo, fundamentada en la fe en Cristo y en su gracia que exige la experiencia del amor de Dios, un mínimo de madurez teologal, la comunicación intensa que surge de la oración, y las expresiones de confianza y de mutua donación. Si importante es la amistad en el plan humano, como realización de la felicidad en el amar y en el ser amado, mucho más importancia tiene amar al Tú máximo y experimentar su amor de amigo. Está claro que Dios nos ama y que el cristiano debe amar a Dios con plenitud.
¿Se sigue que la amistad sea la relación ordinaria entre el cristiano y Dios? Sí y no. El no viene dado por la desigualdad entre Dios y el hombre y porque de hecho está ausente en la mayoría de “buenos cristianos”. Sin embargo el sí de una amistad del hombre con Dios goza de sólido fundamento teológico, pues todo cristiano que posee la caridad vive en amistad con Dios. Siguiendo a Santo Tomas, la teología define la caridad como una «especial amistad del hombre con Dios» (S. Th. II-II, 23,1; cf. Jn 15,14-15). Por otra parte, aunque el porcentaje sea mínimo, la historia confirma que muchos cristianos vivieron en auténtica amistad con Dios como un amor mutuo desinteresado, como una relación de confianza, intimidad, de ayuda mutua y de comunicación. Ellos, dentro y fuera del cristianismo, cultivaron una profunda unión hasta sacrificarse y estar dispuestos a dar la vida por el Tú divino, por Dios.
¿Y qué se requiere para que exista la amistad con Dios? Además de la gracia santificante, una vivencia de amor percibido, gustado, experimentado. Es la relación sentida con una persona a quien por la fe contemplamos volcada hacia nosotros con gestos de benevolencia. Se requiere además la presencia de Dios sentida en lo hondo del alma como llama de amor viva. De hecho, muchos creyentes han tratado a Dios como se trata a un amigo y enfocaron la religión en clave de amistad
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