¿Cómo presenta Juan Pablo II la vida eterna o cielo?
En su magisterio, y en plan catequético, Juan Pablo II presentó el cielo o vida eterna como una relación viva y personal con la Santísima Trinidad. Con referencias al Catecismo de la Iglesia católica por él promulgado, hace constar que se trata de una comunión plena, definitiva de vida y de amor, de completa intimidad con el Padre. Y que los que han creído en Cristo y han permanecido fieles a su voluntad integrarán la comunidad de los ciudadanos del cielo que gozará una perfecta de felicidad.
Juan Pablo II, maestro y catequista sobre el cielo.
Dentro del contexto que presentan las páginas anteriores situamos al Pontífice Karol Wojtyla como expositor excepcional sobre la vida eterna. En la Catequesis del 21-VII-1999 concretó los criterios sobre lo que no es el cielo, en qué consista fundamentalmente la vida eterna, cuáles sean sus efectos y el camino que conduce para la plena comunión definitiva con la Trinidad. No es difícil encontrar en esta alocución su interés por la filosofía de Max Scheller y por algunos de los criterios presentes en su estudio sobre San Juan de la Cruz .
Aquí no se trata del “cielo en la tierra” sino del creyente en la bienaventuranza. Ante un concepto meramente filosófico del cielo o una interpretación físico-espacial, el Papa responde con una negación rotunda: “en el marco de la revelación sabemos que el ‘cielo‘ o la ‘bienaventuranza‘ en la que nos encontraremos no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes”.
Ahora bien, los bienaventurados gozan de una realidad que ha sido presentada con varias metáforas como transcribe la misma Catequesis. Del cielo, Juan Pablo II, subraya que es:
-morada: “el cielo se entiende como morada de Dios”. En sentido amplio, donde está Dios se llama cielo que, para nosotros, es su vivienda o morada;
-meta: “lugar al que también los creyentes pueden, por gracia, subir”. En las historia de Enoc y Elías, el cielo aparece como un sitio o un lugar en alto a donde el creyente puede ascender. Así Hebreos dice que “Jesús penetró los cielos (4,14)”;
-asiento: en el cielo-lugar, hay posibilidad de estar sentado. Cristo como Señor está sentado en los cielos a la derecha del Padre: “y nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús”(Ef 2,4-7);
-y encuentro: también se ha representado el cielo como un lugar para el encuentro. San Pablo a los de Tesalónica afirma que “después nosotros seremos arrebatados en nubes al encuentro del Señor en los aires “(1Ts 4,17-18).
Ante tantas metáforas, pareciera que el cielo también es un lugar físico. Es cuestión de lenguaje que conlleva sus riesgos. Por ello, el mismo Pontífice alerta: “es preciso mantener siempre cierta sobriedad al describir estas realidades últimas, ya que su representación resulta siempre inadecuada”.
Pero hay que elegir algún modo de expresión. Y Juan Pablo II, gran filósofo, opta por el personalismo con sus límites, pues reconoce que este lenguaje “logra reflejar de una forma menos impropia” lo relativo al más allá. Dentro del lenguaje personalista y en armonía con la fe, surge la pregunta ¿cómo definir el cielo? El Pontífice ofrece una respuesta adecuada para una catequesis de una Audiencia general.
El cielo: una relación personal con Dios unitrino.
Relación, comunión e intimidad son los vocablos utilizados por el Papa a la hora de seleccionar los aspectos fundamentales de la vida eterna con Dios. El texto que comentamos define el cielo de modo escueto y profundo: una relación viva y personal con la Santísima Trinidad. Esta definición marca un antes y un después en la interpretación de la vida eterna. Es el punto de arranque para sucesivas reflexiones escatológicas. Los capítulos anteriores sobre las relaciones y sobre la visión beatífica ayudan a clarificar el sentido profundo de esta definición. Ahora conviene resaltar que en la visión del personalismo, el yo humano bienaventurado mantiene una relación especial con el Tú divino concretado en la Trinidad: el Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¿Cómo es la relación especial entre el bienaventurado y el Dios unitrino? La misma Catequesis ofrece una serie de calificativos que enriquecen el concepto de la bienaventuranza. Rasgos de la relación hombre-Dios:
-“viva y personal”. El texto no menciona las clásicas frases de “ver cara a cara” a Dios o de “conocer tal cual es” a Dios. Aquí se refiere a un vinculo interpersonal que entraña una comunicación inmediata y directa, -viva-, entre el bienaventurado y Dios;
-con los rasgos de un encuentro en Cristo y para siempre. Toda persona salvada logrará “el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la comunión del Espíritu Santo”. “Y así estaremos siempre con el Señor (1Ts 4,17-18)”. El encuentro yo humano con el Tú divino añade un matiz trinitario a la relación interpersonal porque el bienaventurado puede contemplarse como hijo del Padre, seguidor del Hijo y un creyente fiel a las mociones del Espíritu Santo;
-de amor y de completa intimidad. Por esta relación, el bienaventurado participa “en la completa intimidad con el Padre”. Y es que se trata, son palabras del Catecismo que cita el Papa, de la ”comunión de vida y amor” con la Trinidad...”(CEC 1024). El amor y la intimidad que vinculan al místico con Dios en la tierra es un mínimo, una preparación para lo que suceda en la vida eterna;
-de comunión plena y definitiva, pues los bienaventurados “podrán gozar de la plenitud de comunión con Dios”, que será la última, como una “comunión definitiva”. Es decir, que lograrán unirse a Dios con una intensidad máxima, según las posibilidades de la criatura. Estamos ante la vivencia global del cielo que incluye conocimiento y amor, un “ver cara a cara a Dios ” y un poder “conocer a Dios tal cual es”.
-será, por lo tanto, una relación perfecta. El bienaventurado no poseerá solamente una genérica “vida en Dios”, sino que, con palabras del Catecismo citadas en la Catequesis papal, será una “vida perfecta con la Santísima Trinidad (CEC 1024)”. Más no se puede decir. Estamos ante el misterio fascinante de la visión beatifica tal y como es interpretado por Juan Pablo II.
Otras relaciones en el cielo El cielo del personalismo relacional que presenta la catequesis de Juan Pablo II ofrece otras perspectivas que vinculan a los bienaventurados entre sí y con Cristo. A modo de ejemplo, el cielo es:
-una comunidad de fieles incorporados a Cristo. El bienaventurado no está sólo con Dios sino en unión con “todos los que están perfectamente incorporados a él” (a Cristo) (CEC 1026). Son frases del Catecismo citadas en la alocución papal.
-los que participan en la glorificación de Cristo Redentor. La cabeza de los bienaventurados sigue siendo Cristo “que asocia a su glorificación celestial a quienes han creído en él y han permanecido fieles a su voluntad”(CEC 1026). Aquí podemos tener presente las actividades ya descritas de los moradores del cielo: adorar, alabar, glorificar, etc. Y también su vida que “consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo”(CEC 1026). Los dos textos del Catecismo citados por el Papa, resaltan el carácter cristocéntrico de la vida eterna que culminará con la plenitud del Reino de Dios;
-los salvados por Cristo y hechos ciudadanos del cielo. Juan Pablo II ofrece otras reflexiones cristocéntricas de la vida escatológica: “Dios nos amó y “...nos vivificó juntamente con Cristo -por gracia habéis sido salvados- y con él nos resucitó “Luego, los creyentes, en cuanto amados de modo especial por el Padre, son resucitados con Cristo y hechos ciudadanos del cielo”;
-aquellos todos que gozarán plenamente. Cierto: los fieles podrán gozar en el cielo “de la plenitud de comunión con Dios”. Pero ¿y qué más dará el cielo? He aquí el resumen del Santo Padre: “la situación de felicidad y paz en que nos situará la comunión definitiva con Dios”. El cielo proporcionará “la alegría y la paz” que los fieles comenzaron a experimentar en la tierra si gozaron ordenadamente de los bienes que el Señor concede cada día. ¿Condición? Que los cristianos hayan “creído en él (en Cristo y que) hayan permanecido fieles a su voluntad” (CEC 1026)
Juan Pablo II, maestro y catequista sobre el cielo.
Dentro del contexto que presentan las páginas anteriores situamos al Pontífice Karol Wojtyla como expositor excepcional sobre la vida eterna. En la Catequesis del 21-VII-1999 concretó los criterios sobre lo que no es el cielo, en qué consista fundamentalmente la vida eterna, cuáles sean sus efectos y el camino que conduce para la plena comunión definitiva con la Trinidad. No es difícil encontrar en esta alocución su interés por la filosofía de Max Scheller y por algunos de los criterios presentes en su estudio sobre San Juan de la Cruz .
Aquí no se trata del “cielo en la tierra” sino del creyente en la bienaventuranza. Ante un concepto meramente filosófico del cielo o una interpretación físico-espacial, el Papa responde con una negación rotunda: “en el marco de la revelación sabemos que el ‘cielo‘ o la ‘bienaventuranza‘ en la que nos encontraremos no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes”.
Ahora bien, los bienaventurados gozan de una realidad que ha sido presentada con varias metáforas como transcribe la misma Catequesis. Del cielo, Juan Pablo II, subraya que es:
-morada: “el cielo se entiende como morada de Dios”. En sentido amplio, donde está Dios se llama cielo que, para nosotros, es su vivienda o morada;
-meta: “lugar al que también los creyentes pueden, por gracia, subir”. En las historia de Enoc y Elías, el cielo aparece como un sitio o un lugar en alto a donde el creyente puede ascender. Así Hebreos dice que “Jesús penetró los cielos (4,14)”;
-asiento: en el cielo-lugar, hay posibilidad de estar sentado. Cristo como Señor está sentado en los cielos a la derecha del Padre: “y nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús”(Ef 2,4-7);
-y encuentro: también se ha representado el cielo como un lugar para el encuentro. San Pablo a los de Tesalónica afirma que “después nosotros seremos arrebatados en nubes al encuentro del Señor en los aires “(1Ts 4,17-18).
Ante tantas metáforas, pareciera que el cielo también es un lugar físico. Es cuestión de lenguaje que conlleva sus riesgos. Por ello, el mismo Pontífice alerta: “es preciso mantener siempre cierta sobriedad al describir estas realidades últimas, ya que su representación resulta siempre inadecuada”.
Pero hay que elegir algún modo de expresión. Y Juan Pablo II, gran filósofo, opta por el personalismo con sus límites, pues reconoce que este lenguaje “logra reflejar de una forma menos impropia” lo relativo al más allá. Dentro del lenguaje personalista y en armonía con la fe, surge la pregunta ¿cómo definir el cielo? El Pontífice ofrece una respuesta adecuada para una catequesis de una Audiencia general.
El cielo: una relación personal con Dios unitrino.
Relación, comunión e intimidad son los vocablos utilizados por el Papa a la hora de seleccionar los aspectos fundamentales de la vida eterna con Dios. El texto que comentamos define el cielo de modo escueto y profundo: una relación viva y personal con la Santísima Trinidad. Esta definición marca un antes y un después en la interpretación de la vida eterna. Es el punto de arranque para sucesivas reflexiones escatológicas. Los capítulos anteriores sobre las relaciones y sobre la visión beatífica ayudan a clarificar el sentido profundo de esta definición. Ahora conviene resaltar que en la visión del personalismo, el yo humano bienaventurado mantiene una relación especial con el Tú divino concretado en la Trinidad: el Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¿Cómo es la relación especial entre el bienaventurado y el Dios unitrino? La misma Catequesis ofrece una serie de calificativos que enriquecen el concepto de la bienaventuranza. Rasgos de la relación hombre-Dios:
-“viva y personal”. El texto no menciona las clásicas frases de “ver cara a cara” a Dios o de “conocer tal cual es” a Dios. Aquí se refiere a un vinculo interpersonal que entraña una comunicación inmediata y directa, -viva-, entre el bienaventurado y Dios;
-con los rasgos de un encuentro en Cristo y para siempre. Toda persona salvada logrará “el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la comunión del Espíritu Santo”. “Y así estaremos siempre con el Señor (1Ts 4,17-18)”. El encuentro yo humano con el Tú divino añade un matiz trinitario a la relación interpersonal porque el bienaventurado puede contemplarse como hijo del Padre, seguidor del Hijo y un creyente fiel a las mociones del Espíritu Santo;
-de amor y de completa intimidad. Por esta relación, el bienaventurado participa “en la completa intimidad con el Padre”. Y es que se trata, son palabras del Catecismo que cita el Papa, de la ”comunión de vida y amor” con la Trinidad...”(CEC 1024). El amor y la intimidad que vinculan al místico con Dios en la tierra es un mínimo, una preparación para lo que suceda en la vida eterna;
-de comunión plena y definitiva, pues los bienaventurados “podrán gozar de la plenitud de comunión con Dios”, que será la última, como una “comunión definitiva”. Es decir, que lograrán unirse a Dios con una intensidad máxima, según las posibilidades de la criatura. Estamos ante la vivencia global del cielo que incluye conocimiento y amor, un “ver cara a cara a Dios ” y un poder “conocer a Dios tal cual es”.
-será, por lo tanto, una relación perfecta. El bienaventurado no poseerá solamente una genérica “vida en Dios”, sino que, con palabras del Catecismo citadas en la Catequesis papal, será una “vida perfecta con la Santísima Trinidad (CEC 1024)”. Más no se puede decir. Estamos ante el misterio fascinante de la visión beatifica tal y como es interpretado por Juan Pablo II.
Otras relaciones en el cielo El cielo del personalismo relacional que presenta la catequesis de Juan Pablo II ofrece otras perspectivas que vinculan a los bienaventurados entre sí y con Cristo. A modo de ejemplo, el cielo es:
-una comunidad de fieles incorporados a Cristo. El bienaventurado no está sólo con Dios sino en unión con “todos los que están perfectamente incorporados a él” (a Cristo) (CEC 1026). Son frases del Catecismo citadas en la alocución papal.
-los que participan en la glorificación de Cristo Redentor. La cabeza de los bienaventurados sigue siendo Cristo “que asocia a su glorificación celestial a quienes han creído en él y han permanecido fieles a su voluntad”(CEC 1026). Aquí podemos tener presente las actividades ya descritas de los moradores del cielo: adorar, alabar, glorificar, etc. Y también su vida que “consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo”(CEC 1026). Los dos textos del Catecismo citados por el Papa, resaltan el carácter cristocéntrico de la vida eterna que culminará con la plenitud del Reino de Dios;
-los salvados por Cristo y hechos ciudadanos del cielo. Juan Pablo II ofrece otras reflexiones cristocéntricas de la vida escatológica: “Dios nos amó y “...nos vivificó juntamente con Cristo -por gracia habéis sido salvados- y con él nos resucitó “Luego, los creyentes, en cuanto amados de modo especial por el Padre, son resucitados con Cristo y hechos ciudadanos del cielo”;
-aquellos todos que gozarán plenamente. Cierto: los fieles podrán gozar en el cielo “de la plenitud de comunión con Dios”. Pero ¿y qué más dará el cielo? He aquí el resumen del Santo Padre: “la situación de felicidad y paz en que nos situará la comunión definitiva con Dios”. El cielo proporcionará “la alegría y la paz” que los fieles comenzaron a experimentar en la tierra si gozaron ordenadamente de los bienes que el Señor concede cada día. ¿Condición? Que los cristianos hayan “creído en él (en Cristo y que) hayan permanecido fieles a su voluntad” (CEC 1026)