Desde la resurrección: Jesús ¿vive en el cielo? ¿También en la tierra?

En el domingo de resurrección de este año de 2009, una vez más los cristianos proclamamos la admiración por el mensaje, obra y vida de Jesús hasta su muerte y más allá de su muerte. Porque en el Nuevo testamento encontramos otros datos que suscitan el interrogante: Jesús ¿vive ahora en el cielo? ¿también en la tierra? O con más detalle: ¿resucitó Jesús, ascendió a los cielos, está a la derecha del Padre, vendrá a juzgar a vivos y muertos y, además, está presente en la historia? La respuesta afirmativa la encontramos en el Nuevo testamento y en las afirmaciones del Credo que profesamos. Este artículo expone algunos criterios fundamentales sobre la vida de Cristo después de muerto, y sobre su presencia ordinaria y extraordinaria entre los cristianos.

1º La vida de Cristo después de muerto
Con frases textuales del Compendio del Catecismo de la Iglesia católica expondremos la vida de Cristo en el cielo, su nueva condición y sus actitudes
Jesucristo al tercer día resucitó de entre los muertos. La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, transciende y sobrepasa la historia como misterio de la fe, en cuanto implica la entrada de la humanidad de Cristo en la gloria de Dios. Su cuerpo resucitado es el mismo que fue crucificado, y lleva las huellas de su pasión, pero ahora participa ya de la vida divina, con las propiedades de un cuerpo glorioso (En nn126,128,129).
Subió a los cielos, y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso Desde entonces el Señor reina con su humanidad en la gloria eterna de Hijo de Dios, intercede incesantemente ante el Padre en favor nuestro, nos envía su Espíritu y nos da la esperanza de llegar un día junto a Él, al lugar que nos tiene preparado (132).
Desde allí ha de venir. Jesús reina ahora “como Señor del cosmos y de la historia, Cabeza de su Iglesia, Cristo glorificado permanece misteriosamente en la tierra, donde su Reino está ya presente, como germen y comienzo, en la Iglesia. Un día volverá en gloria, pero no sabemos el momento. Por esto, vivimos vigilantes, pidiendo: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20). La venida gloriosa de Cristo acontecerá con el triunfo definitivo de Dios en la Parusía y con el Juicio final. Así se consumará el Reino de Dios (133,134).
A juzgar a vivos y muertos. Cristo juzgará a los vivos y a los muertos con el poder que ha obtenido como Redentor del mundo, venido para salvar a los hombres....Todo hombre será colmado de vida o condenado para la eternidad, según sus obras. Así se realizará «la plenitud de Cristo» (Ef 4, 13), en la que «Dios será todo en todos» (1 Co 15, 28) (135)

2º Cristo presente en la historia
Jesús resucitado no es simplemente un hombre extraordinario que pasó haciendo el bien. Ahora es “alguien” que, vivo y muy junto a nosotros, nos ilumina, motiva, ayuda y protege. Por la fe, el creyente palpa su presencia en el camino que comparte alegrías y penas como el amigo que nunca falla.
Varias son las presencias de Jesús.
Universal y permanente: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.»(Mt 28,20).
En el cristiano que confía: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4,13)
En la Iglesia: (Mt 10 16) «Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado»(Mt 10 16).
Con preferencia en el pobre necesitado: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo forastero, desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo y fuimos a verte?" Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis."(Mt 25,37-40).
Sacramentalmente en la Eucaristía: “porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío». Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío» Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga” (1Cor 11,23-26).
Como vid y cabeza. Cristo, nuestra cabeza, nos comunica la vida divina. Él como Redentor nos mereció la vida y nos dio la vida (GS 22). Y como Cabeza del cuerpo que es la Iglesia, está lleno de gracia y verdad (Ef 1,22; Jn 1,14-16; LG 7; AG 3). Jesucristo es la vid que tiene un influjo vital en todos sus miembros (Jn 15, 1-15). Por el bautismo, somos regenerados como hijos de Dios e injertados en su Misterio pascual.

3º Presencia extraordinaria en la vida de los cristianos. De Martín Descalzo, y de su maravillosa Vida y misterio de Jesús de Nazaret (III 442-449), resumimos algunos testimonios sobre la presencia de Jesús. El primer testimonio es de San Pablo con su gran descubrimiento: el Hijo de Dios vive en cada uno de los que creen en él, los transfigura con su luz y con su vida por la resurrección: «mi vivir es Cristo y el morir una ganancia mía (Flp 1, 22); «estoy clavado en la cruz juntamente con Cristo y yo vivo o más bien no soy yo quien vive, sino Cristo vive en mi (Gál 2, 19-20).
Posteriormente otros santos manifestaron la presencia de Cristo en sus vidas. Así san Ignacio de Antioquía escribía: «para mí es mejor morir en Jesucristo que ser rey de los términos de la tierra».
Con el mismo entusiasmo San Policarpo, durante el martirio, estaba persuadido de que el Señor estaba a su lado y que sufría con él.
El águila de Hipona, san Agustín, confesaba: “Cristo es la patria a donde vamos. El es el camino por donde vamos”.
En su regla, San Benito recordará la paz como el gran principio. Y decir paz “es tanto como decir Jesús, porque realmente él es nuestra paz».
Del hombre que tal vez se ha parecido más a Cristo en toda la historia, san Francisco de Asís, recogemos su ilusión de arder en el fuego de Jesús y su decisión de entregarse a Cristo: “yo te doy mi corazón y mi cuerpo, pero con cuánta alegría quisiera más por tu amor, si supiera cómo”.
La personalidad de San Bernardo estaba inundada por la figura de Jesús a modo de grande herida, de amor grande pues Cristo estaba más dentro de el que él mismo.
San Patricio, el patrón y evangelizador de Irlanda, rezaba así: “Cristo conmigo, Cristo delante de mí, Cristo detrás de mí, Cristo dentro de mí, Cristo debajo de mí, Cristo a mí derecha, Cristo a mi izquierda, Cristo en la fortaleza...”
Mucho podríamos decir de la presencia de Cristo en Santo Tomás, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la cruz... hasta llegar a Teilhard de Chardin, uno de los grandes profetas de nuestro tiempo que escribió “la contribución cristiana al progreso del hombre, no es simplemente una cuestión de impulsar una tarea humana, sino de completar de algún modo a Cristo”,
¿Y cómo olvidar que la figura de Jesús ha sido el eje, el centro, el alma del pensamiento de los últimos pontífices? Elegimos de Juan XXIII estas frases: Cristo es la cumbre y el dueño de toda la historia, la herencia más preciosa de los siglos.
De Pablo VI, gran protagonista del Vaticano II: que ninguna otra esperanza nos sostenga sino aquella que conforte, mediante su palabra, nuestra angustiosa debilidad: he aquí que yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos.
Y de Juan Pablo II, apóstol de la nueva evangelización: ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo! . Dejad que Cristo sea para vosotros el camino, la verdad y la vida. Dejad que sea vuestra salvación y vuestra felicidad. Dejad que ocupe toda vuestra vida para alcanzar con él todas vuestras dimensiones, para que todas vuestras relaciones, actividades, sentimientos, pensamientos sean integrados en él o, por decirlo así, sean «cristificados»
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