Una pacifista que conoce la guerra Sor Lucía Caram: "Prepararse para defender la paz no contradice el pacifismo"

Sor Lucía Caram, en el Vaticano, en una campaña para ayudar a Ucrania
Sor Lucía Caram, en el Vaticano, en una campaña para ayudar a Ucrania EFE

"Ser pacifista no es ser ingenua. No lo ha sido nunca. El pacifismo verdadero nace de convicciones firmes, y te pone cara a cara con toda forma de violencia, venga de donde venga. No se trata de cerrar los ojos y soñar con un mundo ideal. Se trata de mirar el horror, sostenerle la mirada… y elegir no darle una oportunidad y hacer todo lo posible para evitarlo y para detener su violencia destructora"

"Mientras la guerra siga siendo una posibilidad, elegir la paz no es quedarse quieto: es moverse con valentía, con realismo y con amor profundo por la vida"

Hoy quiero compartir unas reflexiones que me acompañan con una mezcla de dolor y urgencia. No son ideas cómodas. Son pensamientos que me “atormentan”, que llevan dentro una tensión que crece con los días. Porque mientras más rechazo la violencia —con toda mi alma— más consciente soy de que la violencia es una amenaza real y que su forma más cruenta y cruel es la guerra y todo lo que ella trae consigo de destrucción y maldad. Una violencia que se manifiesta, no solo en los discursos encendidos de algunos líderes, sino también en los hechos de los que lamentablemente muchos somos testigos. 

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Si la violencia y la guerra son una maldita realidad. La siento cerca. La veo crecer. Y no quiero y no puedo mirar hacia otro lado.

Ser pacifista no es ser ingenua. No lo ha sido nunca. El pacifismo verdadero nace de convicciones firmes, y te pone cara a cara con toda forma de violencia, venga de donde venga. No se trata de cerrar los ojos y soñar con un mundo ideal. Se trata de mirar el horror, sostenerle la mirada… y elegir no darle una oportunidad y hacer todo lo posible para evitarlo y para detener su violencia destructora.

Yo conocí la guerra. No desde una pantalla, ni en una visita romántica de unos meses. Estuve allí. Fui y volví 32 veces a Ucrania. Y durante más de tres años recibí en mis brazos y acogí en mi corazón a heridos, a familias rotas, a enfermos, a personas desplazadas, a quienes habían perdido todo. Vi ciudades arrasadas, vi a niños sin consuelo, vi el alma humana en sus extremos más oscuros, sentí el frío y la dureza de la primera línea y de las trincheras. Por eso hablo. Porque sé lo que es la guerra. Y porque la paz, para mí, no es un deseo: es un compromiso.

Sor Lucía, en Ucrania
Sor Lucía, en Ucrania

Desde esa experiencia me siento con la legitimidad —y también con la responsabilidad— de defender una visión del mundo donde el diálogo, la diplomacia, la justicia social y la cooperación internacional sean siempre el primer camino. Pero no soy ciega, ni ilusa ni idiota. Vivimos tiempos donde la irracionalidad tiene poder. Donde la amenaza no es lejana, ni hipotética. Es concreta. Es evidente. Es cercana. Y está latente.

No creo en que el camino sea el de militarizar el pensamiento. No quiero vivir con miedo. No creo que la solución sea obsesionarse con la defensa hasta convertirla en un fin en sí misma. Pero sí creo, con firmeza y serenidad, que cada nación y cada comunidad humana tiene el derecho —y el deber— de proteger a los suyos. De cuidar a su gente, de amparar a quienes ama: de ejercer la legitima defensa ante el mal y la violencia destructora.

Esa protección empieza, sin duda, por prevenir. Por educar. Por garantizar la justicia, por tejer redes de cooperación entre los pueblos. Pero también, mientras hacemos todo eso, debemos tener la capacidad de defendernos y de cuidar la vida. De forma ética, proporcionada, transparente, rigurosa, responsable. No para sembrar más miedo, sino para que el miedo no gobierne. No para devolver violencia, sino para evitar que nos arrase.

Porque querer la paz no es hacerse el distraído. Es cuidar lo bueno, sin dejarlo desprotegido.

Prepararse para defender la paz no contradice el pacifismo. A veces, es su única garantía. Porque solo quien está dispuesto a defender la paz con inteligencia y firmeza, puede hablar en su nombre con legitimidad.

Ojalá nunca más tuviera que ver lo que ya vi. Ojalá este mensaje fuera innecesario. Pero mientras la guerra siga siendo una posibilidad, elegir la paz no es quedarse quieto: es moverse con valentía, con realismo y con amor profundo por la vida.

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