Manos Unidas: "Cuando un paisaje idílico duele como nunca" El mar de la indiferencia en Senegal
El de la semana pasada ha sido el último de los grandes naufragios de una embarcación cargada de migrantes que abandona las costas de Senegal en busca del sueño europeo
Unas 300 personas, provenientes de diversos países africanos, embarcaron en una patera que naufragó a tan solo unos metros de la costa norte del país, en la localidad de Saint Louis
Por el momento, el número de muertos se eleva a 30 y los supervivientes no llegan al centenar
El siguiente es el relato en primera persona de Mateo Aventín quien narra lo acontecido en las tres jornadas en las que un equipo de la DDM de Senegal, socio local de Manos Unidas en el país, ha acompañado el dolor de las que buscan, entre los cuerpos, a hijos y hermanos
Por el momento, el número de muertos se eleva a 30 y los supervivientes no llegan al centenar
El siguiente es el relato en primera persona de Mateo Aventín quien narra lo acontecido en las tres jornadas en las que un equipo de la DDM de Senegal, socio local de Manos Unidas en el país, ha acompañado el dolor de las que buscan, entre los cuerpos, a hijos y hermanos
(Manos Unidas).- Unas 300 personas, provenientes de diversos países africanos, embarcaron en una patera que naufragó a tan solo unos metros de la costa norte del país, en la localidad de Saint Louis. Por el momento, el número de muertos se eleva a 30 y los supervivientes no llegan al centenar.
«El resto de las personas que iban en la patera es como si no existieran, oficialmente no cuentan en ningún registro. Todo el mundo, obvia a los desaparecidos. Es casi imposible determinar cuántos supervivientes hay y cuántos desaparecidos», explica Mateo Aventín Valero, trabajador de la Delegación Diocesana de Migraciones (DDM) de Senegal, socio local de Manos Unidas en el país.
Mateo Aventín es el coordinador de un proyecto de prevención de riegos y acompañamiento de las situaciones de movilidad humana que la DDM de Senegal lleva a cabo con la colaboración de Manos Unidas y que, en esta ocasión ha hecho posible repatriar los cuerpos de cinco personas fallecidas, costear el transporte de supervivientes y de las familias, y ofrecer kits alimentarios. En total, se ha atendido a cerca de 30 personas.
El siguiente es el relato en primera persona de Mateo Aventín quien narra lo acontecido en las tres jornadas en las que un equipo de la DDM de Senegal ha «acompañado el dolor de las que buscan, entre los cuerpos, a hijos y hermanos. De sostener con la presencia, porque poco más se podía hacer que ‘estar’, dónde nadie está, dónde se palpa la impotencia de comprobar cómo aquellas personas que difícilmente tienen derecho a la vida, no lo tienen tampoco a la muerte con dignidad».
Tres jornadas de esperanza y desesperación
Un grupo de guineanos está buscando a un familiar y nos piden que les acompañemos al camión donde se encuentran amontonados, en bolsas de basura, una quincena de cuerpos Desde la distancia veo como se rompen al destapar el tercer cuerpo. Es él. No hay consuelo posible. ¿Qué se hace cuando pierdes a un hermano? ¿Cómo sigues adelante cuando ibas a ir con él en la patera y te echaste atrás en el último momento?
Me doy cuenta de que llevamos horas aquí y ni siquiera tenemos un plan. Nos acercamos a escuchar, abrazar o permanecer en silencio junto a ellos, haciendo saber que no están solos cuando todo se viene abajo. Y quizás sea todo tan sencillo como eso… ¡pero qué difícil!
Al Nas viene de Sierra Leona con el compañero de piso de su hermano. Solamente hablan inglés. Acaban de identificar el cuerpo y están destrozados, nos piden ayuda con las traducciones porque nadie les entiende. Les acompaña una mujer senegalesa que únicamente habla wolof. Les ha acogido y dado de comer los tres días que han pasado en Saint Louis. Sin entender ni media palabra ha gestionado todos los trámites.
Y a todo esto, con el paso de las horas, ya parece que trabajamos allí, que somos parte del hospital. Estamos solos y están solas las familias. Se fue la prensa y se terminó el dispositivo de ayuda. Como si no hubiera pasado nada. Los hay que no tienen donde dormir o comer, los que desean volver porque no han encontrado a quiénes buscaban, los supervivientes que se han quedado sin nada, y aquellos que deben decidir qué hacer con los cuerpos.
Echamos cuentas del dinero disponible y tratamos de dar a cada uno lo que necesita. Y ahí comienza el milagro. Un joven gambiano daba por imposible llevar a su hermano de vuelta a casa… “¿Qué cuesta?”, preguntamos a Mbaye, responsable de la morgue. "¡Podemos hacerlo!" Rompe a llorar como un niño. A los pocos minutos estamos todos igual que él, despidiéndolo alrededor de la furgoneta. Le acompaña Amadou, uno de los supervivientes y amigo del difunto. El silencio es atronador.
Llevamos dos días y siguen apareciendo cadáveres
Un señor busca a su sobrino y me pide que suba con él al camión, me enseña una foto para que le ayude a encontrarlo. Destapa el primer cuerpo y me quedo helado: ¡son niños! El horror me paraliza. Después de una intensa búsqueda, no lo encuentra y bajamos. ¡Qué impotencia, cuanto dolor!
Me doy cuenta, en ese momento, de cuán anestesiados estamos de ver estás imágenes. Y no, me niego a acostumbrarme, porque nuestra complicidad también mata. Y a la vez, ¡cuánta luz y cuánta dignidad! En medio de tanta destrucción vemos la esperanza que florece a través de tantas personas que se han desvivido por socorrer, acoger, acompañar y dar cariño a aquellas personas rotas por el dolor.
El desprecio por la vida comienza por la indiferencia por la muerte.
Personas como Assane, pescador que rescató a varios supervivientes y los acogió en su casa. Su mujer los escondió de la policía y se gastó todos sus ahorros para pagarles ropa nueva y el billete de vuelta. En la casa de enfrente las mujeres se organizaron para hacer lo mismo.
Llega el momento de regresar. Con una gran impotencia, con la esperanza de localizar a las familias que faltan, con los teléfonos encendidos porque no dejan de sonar… Y con el corazón lleno de nombres e historias. Mohamed me ayuda a cargar las bolsas en el coche y veo escritas en el cristal trasero, sucio de arena, unas letras en árabe. Son los primeros versos del Corán. Me emociono. No se me ocurre mejor modo de terminar que encomendar al buen Dios, a todas las familias que buscan sin descanso, y a todas aquellas personas que han muerto en el mar de la indiferencia.
Han sido jornadas maratonianas de hospital, de viajes arriba y abajo, de sostener en el momento más duro. Sólo quiero llorar. Y pese a todo, el mayor regalo es estar aquí. Me siento en paz.
Nos levantamos pronto y, antes de salir del hostal, conocemos a Mohamed. Le explicamos nuestro trabajo y se le iluminan los ojos "¿Puedo ir con vosotros?". Nos ayudará tener a alguien que conozca bien el contexto así que se une al equipo y nos dirigimos al hospital. Allí explicamos que venimos a acompañar a familiares de víctimas y enseguida nos facilitan la entrada.Etiquetas