Amor
Había en Albera un joven veleta y atolondrado llamado Vicente, sin oficio, estudios ni novia, que desobedecía a sus padres y engañaba a sus amigos al menor pretexto. No tenía respeto por nadie, presumía de fanfarrón, de burlarse de lo humano y lo divino. Apenas iba a misa, nunca se confesaba, sólo entraba en la iglesia las grandes fiestas, cuando todo el pueblo abarrotaba el templo, incluidos mozos alborotadores.
El día de Todos los Santos, para él Halloween, Vicente terminó bebido en la plaza de la iglesia, y tuvo bronca con otros mozos a causa de unas muchachas. Tras ensañarse con él, los mozos le dejaron apaleado en el suelo y huyeron.
Sor Consuelo le vio, camino de la iglesia para la misa y acudió a socorrerle. Le ayudó a levantarse, a arreglarse la camisa, a limpiarse la sangre. Vicente estaba avergonzado. Sabía que había tocado fondo, mas su díscola juventud le ocultaba el motivo. La monjita le recordó unas palabras fundamentales de Jesús:
-Amarás a Dios con todo tu corazón. Y al prójimo como a ti mismo (Mt 22, 37-40).
Medio beodo aún y aturdido por los golpes, Vicente miró extrañado a sor Consuelo. Sin decir nada, se retiró tambaleándose, para terminar el bochorno, hasta su casa.
En adelante Vicente cambió. Sor Consuelo no volvió a verle bebido, ni nadie en Albera. Aprendió un oficio, respetó a sus padres, conservó a sus amigos y encontró novia. E incluso acudía con frecuencia a misa, siempre formal y bien vestido.
El día de Todos los Santos, para él Halloween, Vicente terminó bebido en la plaza de la iglesia, y tuvo bronca con otros mozos a causa de unas muchachas. Tras ensañarse con él, los mozos le dejaron apaleado en el suelo y huyeron.
Sor Consuelo le vio, camino de la iglesia para la misa y acudió a socorrerle. Le ayudó a levantarse, a arreglarse la camisa, a limpiarse la sangre. Vicente estaba avergonzado. Sabía que había tocado fondo, mas su díscola juventud le ocultaba el motivo. La monjita le recordó unas palabras fundamentales de Jesús:
-Amarás a Dios con todo tu corazón. Y al prójimo como a ti mismo (Mt 22, 37-40).
Medio beodo aún y aturdido por los golpes, Vicente miró extrañado a sor Consuelo. Sin decir nada, se retiró tambaleándose, para terminar el bochorno, hasta su casa.
En adelante Vicente cambió. Sor Consuelo no volvió a verle bebido, ni nadie en Albera. Aprendió un oficio, respetó a sus padres, conservó a sus amigos y encontró novia. E incluso acudía con frecuencia a misa, siempre formal y bien vestido.