El peor trago que tuvo que pasar sor Consuelo, en su labor de maestra en el colegio María Auxiliadora de Albera, fue la pérdida de Genaro, un alumno adolescente.
La iglesia de san Pablo estaba abarrotada. Todo Albera fue a despedir a Genaro y apoyar a la familia. La cola para dar el pésame era interminable. Tenían que sujetar a la madre, de luto, otras familiares, para que no se desmayara.
Cuando sor Consuelo pudo dar la condolencia al padre, éste le dijo:
-Y todo ante la mirada del buen Dios, que no mueve un dedo.
No era el lugar ni el momento para hablar así. O sí.
Sor Consuelo estaba tan aturdida como los demás, pero debía disimularlo. Mostrarse desfallecida sería una debilidad imperdonable, precisamente para los familiares que tanto sufrían la pérdida de Genaro a manos de una incurable enfermedad.
La monjita se detuvo un instante en la cola y contestó al padre:
-Genaro ya descansa en el cielo. Nosotros debemos comprender que sólo Dios es grande, y debemos seguir viviendo en este mundo, hasta que podamos reunirnos con ellos.