"Jesús preserva el sentido de la resurrección, salva el deseo de una vida nueva, la raíz de una utopía concreta, el horizonte de una justicia plena"

Jesús y los saduceos
Jesús y los saduceos

Un grupito de personas que se acerca a Jesús. No vemos sus rostros. Sabemos que son saduceos, pertenecientes a la aristocracia sacerdotal judía. Su partido era el de las clases ricas y dirigentes, vinculado a los romanos, colaboracionista. Temían el éxito de Jesús entre las masas. Les inquietaba porque pensaban que podría transformarse en agitación política contra los romanos, lo que tal vez provocaría una fuerte reacción de su parte. Querían limitar el influjo de Jesús en la vida pública, pues. ¿Cómo hacerlo? De la forma habitual: intentar plantearle a Jesús una cuestión incómoda y difícil para ponerlo en evidencia y debilitar su posición.

Los saduceos negaban la resurrección de los muertos. Marcos (12, 18-27), que lo cuenta, nos informa sobre esta creencia, claramente diferente a la de los fariseos. Empiezan, pues, a razonar. Empiezan diciendo: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que, si el hermano de alguien muere y deja a su mujer sin hijos, su hermano debe tomar a la mujer y dar descendencia a su hermano». Es el llamado «levirato». Los saduceos parten, pues, de una cuestión legal para encontrar el engaño: creen que es el camino más fácil. Y tienen razón. Para encontrarlo, cuentan una historia, un caso de manual. Cuentan que hay siete hermanos. El primero se casa y luego muere sin haber tenido hijos. Entonces, según la ley, el segundo se casa con ella y muere. Y luego el tercero y muere. Y así todos los siete: se casan con la misma mujer y mueren sin dejar hijos. No «Siete esposas para siete hermanos», sino una esposa para siete hermanos. Y al final, la esposa también muere, sola.

Resurrección

La historia parece un paréntesis, y lo es. Para engañar, no se puede plantear una historia verdadera, real, un problema concreto: hay que hacer abstracciones solo teóricamente y lógicamente posibles. Concluyen con una pregunta: «En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será esposa? Porque todos y cada uno de los siete la han tenido por esposa». Los saduceos se dirigen a Jesús para llevarlo a negar la resurrección: porque es absurdo que una mujer, con la resurrección, sea esposa de siete personas diferentes. El razonamiento no tiene fisuras.

Jesús responde. Pero lo hace rechazando la base del razonamiento de los saduceos. Niega que la resurrección sea simplemente la proyección y la prolongación de la vida terrenal tal como es. El riesgo es creer en los zombis, no en los resucitados. Y entonces explotarían las absurdidades y contradicciones, haciendo eterna la precariedad tal como es. No será así.

«No es Dios de los muertos, —protesta Jesús—, sino de los vivos». Hay una diferencia radical entre «esta vida» y la «vida futura». La vida pertenece a Dios, y él ofrece una vida eterna para la cual el desafío de la imaginación está completamente abierto. Ante nosotros solo tenemos lo que vivimos aquí y ahora, y corremos el riesgo de proyectarlo en el futuro, en la eternidad. Si acaso, esto es ridículo. La resurrección se convertiría en el momento en que convergen las contradicciones de nuestra vida, una comedia de equívocos. Jesús no dice una palabra sobre lo que será, pero desmonta el razonamiento falso y nada romántico de sus interlocutores.

Jesús, con su respuesta, preserva el sentido de la resurrección, salva el deseo de una vida nueva, la raíz de una utopía concreta, el horizonte de una justicia plena, de una vida no sujeta a la muerte: «No hay tierra sino la tierra (allá arriba solo hay un mar de posibilidades)» (Patti Smith). El credo nos ayuda a pensar, deseando un orden diferente de las cosas. El credo anhela la imaginación de «cielos nuevos y tierra nueva».

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