Religión y nuevo modelo económico y social
En estos momentos previos a la formación de un gobierno es necesario replantearse los presupuestos que conforman la identidad política de los candidatos, sin que promesas y afirmaciones “imposibles” nublen la mirada.
Si partimos de que el trabajo es parte de la naturaleza humana, aunque no se identifica plenamente con la misma, ello trae como consecuencia que tanto el capital como el derecho a la propiedad privada son instrumentales respecto de aquél y, por tanto, no son absolutos e intocables, como ya recoge y sostiene nuestra Carta Magna; es más, también la enseñanza social de la Iglesia exhorta a reconocer la función social de cualquier forma de posesión privada, en clara referencia a las exigencias imprescindibles del bien común: “Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del derecho común de todos a usar los bienes de la creación entera: el derecho a la propiedad privada como subordinada al derecho al uso común, al destino universal de los bienes” (Laborem Excersen 14).
Por ello, es necesario un modelo económico y social nuevo, en el que el trabajo se sitúe en el centro por su importancia para la socialización y desarrollo de las personas, que promueva la libertad y los derechos individuales, desechando la inequidad, raíz de los males sociales, porque “toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre” (Christifideles laici 37).
Además, no tenemos derecho a ser “guardianes que duermen”, “perros mudos”, “pastores indiferentes” ante el clamor y la desesperación, porque como dice Francisco, “queremos más todavía, nuestro sueño vuela más alto. No hablamos sólo de asegurar a todos la comida, o un “decoroso sustento”, sino de que tengan “prosperidad sin exceptuar bien alguno”. Esto implica educación, acceso al cuidado de la salud y especialmente trabajo, porque en el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida. El salario justo permite el acceso adecuado a los demás bienes que están destinados al uso común” (Evangelii Gaudium 192), impidiendo la lejanía de una mayoría del bienestar. De otro modo hay un rechazo de la ética y un rechazo de Dios. De una ética que se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona (Evangelii Gaudium 57).
De todo ello se infiere una reflexión profunda para acabar con el fetichismo de las “necesidades” que se nos imponen desde el consumismo feroz, y a la reivindicación de los Derechos Sociales, como verdaderos Derechos Humanos, que el liberalismo y el neoliberalismo han excluido por amor al dinero y la ambición de poder, para defender una economía de exclusión, de simple competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil, en lo que la Evangelii Gaudium ha denominado
En definitiva, las “ideas fuerza” en las que probablemente debemos empeñarnos, se sostienen en el alejamiento de la cultura del consumo, entendiendo la función social de los bienes y, por tanto, del destino universal de los mismos.
Que los derechos humanos nacen de la necesidad de respetar y garantizar la dignidad del ser humano, que debe vestir de justicia y equidad, bebiendo en las aguas cristalinas de la verdad.
Que el trabajo es solidaridad y dignidad y no mera subsistencia; transforma las cosas y la sociedad y permite el perfeccionamiento de la persona. Tiene un carácter creativo y liberador. Quien no tiene trabajo, desgraciadamente, también pierde, entre otras, su autoestima y crece su sensación de marginalidad, pues el desempleo es fuente de sufrimiento, de excomunión social y humana, aunque se le asegure los mínimos vitales, difícilmente impedirán que se sienta vacío, inseguro e inútil.
Por último, debe instarse el estudio serio y sin prejuicios de una economía del trueque y de la renta básica para todo ciudadano, que podría romper la violencia del poder sobre los más necesitados, donde el ser empresario, antes de tener un significado profesional, tuviera un significado humano, es decir: ¡El dinero debe servir y no gobernar!