Arquidiócesis de chocolate



Guillermo Gazanini Espinoza / En días previos al fin de año, una entrevista a la vocera de la arquidiócesis de México, Marilú Esponda Sada,circuló discretamente en algunos medios; era la forma de cerrar el 2018 para entrar pisando fuerte al nuevo año y a unos días de cumplirse los primeros 365 del cardenal Aguiar Retes al frente del arzobispado de México.

Una entrevista en la que se vuelven a manifestar -nuevamente- las principales líneas -y desgastados ideales- de un gobierno que se supone transformador: Cercanía, cero tolerancias, uso de redes sociales, menosprecio de “católicos light”, transparencia y otros temas. Más en la pose y la supuesta muestra de “musculo” de un arzobispado, se revela el real estado de cosas que vive la arquidiócesis primada de México a un año de la llegada del cardenal Aguiar Retes. O lo que es lo mismo, la simulación y confusión, la ausencia del pastor y el protagonismo de los subordinados. En otras palabras, el principal arzobispado del país camina soportado por la glucosa de la zalamería que endulza el oído que por la crítica que nutre realmente la fe y fortalece en la esperanza.

A un año, comunicación social del arzobispado parece insistir en la luna de miel. Esa oficina insiste renovar, restructurar y rehacer de modo edulcorado para “transformar” ese antagonismo de la anterior dirección que criticó a quienes estaban en el poder. Ahora se apuesta por estructuras más dulces y agradables. Para Esponda es reingeniería, dice la entrevista, del arzobispado donde, quienes gobiernan, forman una camarilla a la que le ha costado tener diálogo y comprender la naturaleza de la arquidiócesis primado, pero esa luna de miel comienza a ser amarga cuando, el “renovado” Desde la fe - en vías de extinción y sostenido artificialmente en tanto no se dé la división arquidiocesana- ni siquiera tiene esa amplia aceptación entre el presbiterio como se preveía en los cálculos alegres de la oficina de Comunicación. Hoy, más dulzón, empalagoso y saturado de colores pastel e imágenes, el semanario -dicen algunos curas- se ha convertido en una especie de “Vanidades” arquidiocesano que ya no compite con otros en su género, además de la supresión del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México que había sido una apuesta de agencia católica nacional que tuvo que dársele el réquiem por ser un resabio incómodo del anterior arzobispado.



En segundo término están los fieles de chocolate. No se lee en la entrevista el punto nodal sobre católicos light o de chocolate, pero es el titular que pretende jalar la atención. Nada original. Como es típico, la vocera usa el marketing del diseño de sentencias prefabricadas, slogans, blofeo y frases que pretenden contundencia en las redes. En lugar de beneficiar al cardenal Aguiar, le hacen un menudo favor que demerita el nivel de reflexión que hay cuando su “número dos” -como vicearzobispa- pretende imponer ruta y métodos empresariales como si la arquidiócesis de México fuera un negocio de comunicación y de diseño gráfico.

Singular situación tenemos ahora cuando la vocera dice que los medios son el fin en sí mismos en lugar de ser herramientas para evangelizar. La Iglesia de chocolate sólo puede dejar de serlo cuando haya miles fieles conectados al celular pasmados en redes sociales -que por cierto según el INEGI, de los más de 71 millones de usuarios de internet en México, el 76 por ciento lo usa para acceder a redes sociales, pero solo 17 millones de hogares tienen una computadora conectada, es decir, en la casa, la iglesia doméstica.

Aparte de que el término resulta muy ofensivo -católicos de chocolate- cuando hay miles de rostros anónimos que todos los días construyen la Iglesia y meten las manos en las cosas inimaginables que ni el mismo cardenal Aguiar tendría el valor de hacer, es de llamar la atención que esos “fieles de chocolate” han sido los últimos a los que el primado de México se ha dirigido de forma cercana y particular. Su Eminencia, a un año de haber tomado esta Iglesia, es el perfecto desconocido.



Para dejar de ser de chocolate -dice Esponda-debe darse la cercanía con las personas. No se puede dejar de pensar cómo es posible este cinismo cuando ha sucedido prácticamente lo contrario desde que Aguiar Retes es arzobispo primado. Prácticamente desaparecido después de la última navidad, esas redes sociales del arzobispo estuvieron paralizadas más de una semana -el último tuit de Aguiar Retes, administrado por Marilú, es de 25 de diciembre- ¿Cercanía? No para los pobres. Se cumplirá una semana de la tragedia de Santa Cruz Meyehualco, Iztapalapa, cuando siete niños, pobres entre los pobres, murieron calcinados a causa del fuego usado para calentar sus casas de cartón. Al despedir el 2018, el Santo Padre Francisco denunciaba a las autoridades romanas la misma situación de miseria y pobreza en la Ciudad Eterna, pero en México sólo hubo silencio del “amigo” del Papa. Ni un responso o mísero tuit de consuelo por el eterno descanso de los niños quemados, nada para aparentar siquiera interés por esos miserables de los que pronto se librará para tener un obispo de Iztapalapa especializado en los pobres del oriente de la Ciudad. “Por sus obras los conocerán…” Y para Aguiar, los pobres son también slogan acomodaticio.

Peor aun es que el cardenal Carlos Aguiar y Marilú Esponda quieran enarbolar la bandera de la tolerancia cero y amagar a los sacerdotes de la arquidiócesis primada. Nadie está en contra de esto. En ninguna estructura social y menos en la Iglesia ha de haber lugar para delito alguno; sin embargo, ¿Para qué una propaganda para decir al público que Aguiar es un implacable cazapederastas? ¿En serio la cosa es tan mala como para entregar, en una primera rueda de prensa -febrero 2018- la cabeza de un presunto depredador sexual sin suficientes elementos probatorios para condenarlo? ¿Por qué insistir en esos amagos contra clero arquidiocesano?¿Por qué colgarse de la tolerancia cero cuando el acuerdo entre la Arquidiócesis y el SNAP al final resultó ser de chocolate y fue negado por el mismo representante del SNAP? Era verdad sabida que Marilú Esponda, en su momento, ni tenía la más remota idea de lo que la Conferencia del Episcopado Mexicano viene trabajando en la materia de prevención de abusos sexuales ni de la existencia del CEPROME de la Universidad Pontificia de México ¡Vaya! Ni siquiera sabía qué significaban sus siglas. Efectivamente, la arquidiócesis chocolate es la de Aguiar Retes que poco a poco se le derrite en las manos.

La entrevista podría ser el inicio de una campaña publicitaria para hacer lucir a su Eminencia al aproximarse su primer aniversario dirigiendo una arquidiócesis fallida, en la incertidumbre, confundida y sin objetivos, que sólo surge por ideas espontáneas, privilegiando la opacidad por sobre la planeación, el diálogo y la genuina transparencia no como mero cliché. De una arquidiócesis que comienza a sufrir divisiones en el clero donde “aguiaristas” tienen a su Eminencia como el non plus ultra que México esperaba y el otro sector profundamente descontento, decepcionado, que piensa que lo mejor es ver de lejitos a don Carlos y sus funcionarios o rezar como en las vicarías que se desmembrarán, para que se dé pronto la división arquidiocesana y estar fuera de la influencia de un arzobispo que más que pastor es un burócrata que desaparece en tiempo de vacaciones sintiéndose cómodo en las afueras de su arzobispado para justificar lo que aquí adentro le es imposible realizar.

Lamentablemente la entrevista de Esponda es lo mismo que nos recomiendan en una comida rápida. Ingredientes prefabricados con alto grado de edulcorantes que provocan obesidad. Engordan… nada tienen de beneficioso. Todo ese marketing religioso nos compele a consumir sin nutrirnos de Evangelio. Aderezado con el slogan del “cambio de época”. En realidad el cambio es más azucarado: Es la Iglesia para soñar con un arzobispo de chocolate.

Volver arriba