La declaración 'Dignitas infinita', "un documento oportuno y certero" En nombre de la dignidad

Las espigadoras, obra de Jean-Francois Millet
Las espigadoras, obra de Jean-Francois Millet

La declaración Dignitas infinita (DI) del Dicasterio para la Doctrina de la fe es u, n documento oportuno y certero" que presenta con claridad y elocuencia el fundamento en el que se sostiene el sentido de la vida humana y el valor sin igual de ella, sin dejar de tratar las violaciones más graves que contra ella se acometen

(La Civiltá Cattolica).- La declaración Dignitas infinita (DI) del Dicasterio para la Doctrina de la fe es un documento oportuno y certero que presenta con claridad y elocuencia el fundamento en el que se sostiene el sentido de la vida humana y el valor sin igual de ella, sin dejar de tratar las violaciones más graves que contra ella se acometen.

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Es oportuno, porque el pronunciamiento, sin ser novedoso, se hace en tiempos donde un nuevo nihilismo va transmutando valores, difuminando y anulando diferencias; y también porque se produce tras el 75º aniversario de la Declaración Universal de los Derecho humanos. El acierto en la ejecución está en que, tras una parte dedicada a los fundamentos, pasa a recoger los asuntos principales del magisterio moral del papa Francisco, dejando patente la ética coherente de la vida que defiende la Iglesia, sin polarizaciones ni tergiversaciones.

Estamos ante una buena reflexión de teología cristiana de la dignidad humana que presenta los contornos de cómo la fe en Cristo hoy lanza un firme alegato sobre el valor intrínseco de cada vida humana y sobre la importancia de cuidar las condiciones sociales para que esa dignidad no quede en un puro brindis al sol cargado de retórica y abstracción.

Es teológica porque utiliza una epistemología que nos adentra en el terreno de «la razón informada por la fe», no razón reemplazada por la fe, ni razón sin fe, sino razón configurada por la fe en perspectivas, temas, intuiciones asociadas a la tradición cristiana. Que la fe permita a la razón desempeñar del mejor modo su cometido y ver más claramente lo que le es propio no debe comportar, en absoluto, minusvaloración de la «experiencia humana» en base a un pesimismo antropológico, ni magnificación del Evangelio, es decir, de la divina Revelación que llega a través de la Sagrada Escritura y la Tradición, con la guía interpretativa del Magisterio.

'Tucho' Fernández presentó Dignitas Infinita
'Tucho' Fernández presentó Dignitas Infinita RD/Agencias

Cuando uno ha escrito muchas páginas sobre un tema, al leer otros textos siempre se le viene a la mente algo que falta, algún matiz que se ha quedado en el tintero, o algo que se podría decir de otra manera. Ese es el caso de quien escribe sobre esta materia, pero no tema el lector que no vamos a hacer una exégesis exhaustiva del documento, sino a reflexionar sobre las cuestiones que resultan más significativas, tratando de hacer algunas aportaciones que puedan ayudar a la comprensión de un documento ciertamente denso y valioso.

La sobreabundancia del título

Una razón humana cerrada al Misterio es una razón humana cercenada, puesto que la verdad, incluso cuando atañe a una realidad limitada del mundo y del hombre, remite siempre a algo que está por encima del objeto inmediato de los estudios, a los interrogantes que abren el acceso al Misterio. En ese sentido, es un acierto calificar la dignidad de infinita, como hizo el papa Juan Pablo II y hace ahora el documento al ponerlo en el título mismo, como si la hipérbole hiciese de caja de resonancia para que la defensa de la dignidad sea más rotunda.

El carácter infinito de la dignidad desafía la finitud y la vulnerabilidad humana que vendría señalada por la palabra latina homo, que se ha querido ver etimológicamente proveniente de la raíz humus, tierra. El hombre, Adam, habría sido tomado de la tierra, adama, reconociéndose a sí mismo en su no divinidad, en su inferioridad y su gravidez terrena, pero, al tiempo, llamado a la plenitud. Así el Salmo 8 reza: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?» (Sal 8,5).

La sentencia del Concilio Lateranense IV da en la diana sobre la tensión bipolar entre infinitud y vulnerabilidad: «no se puede señalar entre el Creador y criatura una semejanza tan grande que impida observar entre ellos una desemejanza mucho mayor» (DS 806)[1]. Sabemos que todavía en la Edad Media, «la palabra humanitas no aludía a la grandeza del hombre frente a la naturaleza, sino a su pequeñez, capacidad de errar y caducidad frente a la eternidad de Dios»[2]. Será el humanismo renacentista de la Oratio de dignitate hominis de Pico de la Mirandola el que transfiera la dignidad humana de la (des)semejanza con Dios creador a las condiciones inmanentes de existencia del sujeto mismo, haciendo del autorcercioramiento del sujeto el único lugar incólume e inmune incluso a la intervención divina. De ello Descartes sacará enormes implicaciones.

Teología en diálogo con la filosofía

La declaración Dignitas infinita es un ejemplo de diálogo fructífero entre teología y filosofía, diálogo que dispone a la relación –también necesaria— de la teología con las otras ciencias. En efecto, la filosofía pretende alcanzar una comprensión global y universal de la realidad, que trasciende la inmediatez de lo empírico. Se sitúa así en la misma longitud de onda que la teología, reclamando totalidad y universalidad. Las fuentes epistemológicas de teología y filosofía son diferentes, pero similar su pretensión de ser ciencia fundamental[3].

Dignitas infinita
Dignitas infinita

Creo que ese diálogo sigue en DI un planteamiento «circular» que permite articular su relación sin degenerar en indiferencia, conflicto abierto o anulación mutua. Esa circularidad en tensión, defendida por Fides et ratio (1998), viene a superar la subordinación de la filosofía a la teología («ancilaridad»), respetando su autonomía respectiva.

Sobre la base de la antropología teológica donde sustenta la comprensión de la dignidad, DI incorpora datos de la razón filosófica plural haciendo que entren en diálogo con la revelación. En expresión de Pacem in Terris (PT): «Todo ser humano es persona, es decir, naturaleza dotada de inteligencia y voluntad libre» y «si consideramos la dignidad de la persona humana a la luz de las verdades reveladas por Dios, hemos de valorar necesariamente en mayor grado aún esta dignidad, ya que los hombres han sido redimidos con la sangre de Jesucristo, hechos hijos y amigos de Dios por la gracia sobrenatural y herederos de la gloria eterna» (PT 5).

Conectamos el dato de conciencia del valor absoluto de todo ser nacido de personas con el dato de la revelación que nos dice que el ser humano es un valor en sí mismo por ser «creado a imagen y semejanza de Dios y redimido en Cristo Jesús» (DI 1), no por alguna característica que tenga o por alguna facultad especial que pueda perderse, sino por su misma humanidad: ahí se cruzan felizmente el significado ontológico y el teológico de la dignidad, que se abre a lo infinito en el Misterio divino.

Documento 'Dignitas Infinita' del Dicasterio para la Doctrina dela Fe
Documento 'Dignitas Infinita' del Dicasterio para la Doctrina dela Fe

Con tino, DI enfatiza que la Iglesia insiste en el hecho de que el reconocimiento de la dignidad de toda persona, porque es intrínseca y permanente más allá de toda circunstancia (dignidad ontológica, que no se puede perder ni eliminar), no puede dejarse al albur del juicio sobre la capacidad para comprender y actuar libremente, ni siquiera a la posibilidad bien real de que el ser humano libre se comporte de un modo no digno de su naturaleza de criatura amada y llamada a amar (dignidad moral que puede perderse DI 7; 22[4]). La declaración desautoriza expresa y contundentemente los empeños de poner el criterio de la dignidad en la capacidad de razonar, asignándole el nombre de persona sólo al «ser capaz de razonar» (DI 24; 9) y excluyendo de ello a los más débiles y menos capacitados.

Dos ejes principales de la teología de la dignidad

Adentrémonos ahora en la comprensión teológica de la dignidad, es decir, en un conocimiento que no se mueva en el terreno de ideología religiosa, sino en una exposición que, en diálogo permanente con otros saberes y cosmovisiones, busque presentar el contenido central histórico de la revelación sobre el misterio de la persona a partir de las realidades de la experiencia humana. DI reconoce los dos grandes terrenos en los cuales la dignidad ha de ser trabajada teológicamente.

Los podemos llamar el «campo de la teología de la creación», predominante en la teología católica, donde el motivo de la imagen de Dios o iconalidad divina, tiene su papel estelar; y el «campo de la teología de la redención», donde está la cruz y la gloria de Cristo que es el Señor resucitado que se aparece a los discípulos dándoles paz con las señales del crucificado. La entrega kenótica de la encarnación, llevada al extremo del amor en la cruz, muestra la hondura del sentido cristiano de la dignidad. En ningún caso se trata de una ideología del sufrimiento por el sufrimiento, o una justificación del sometimiento y la dominación en virtud del sacrificio de Cristo[5], sino de la expresión máxima del amor en la entrega y el servicio, sin reservas y hasta las últimas consecuencias.

Presentación de Dignitas Infinita
Presentación de Dignitas Infinita

La comprensión cristiana de la dignidad humana pasa por ser imagen de Dios en el misterio pascual de Cristo y aporta dos notas especialmente densas y propias[6]: la primera es la finitud: el cristianismo tiene la imagen del hombre finito, también falible, frágil, vulnerable; la segunda, la aceptación incondicional de parte de Dios: Él ama al ser humano sin reservas, más allá de las situaciones particulares, sin poner condiciones ni tasas al amor. La doctrina de la justificación dice que el hombre puede ponerse condiciones a sí mismo, puede rehusar a abrirse al amor, porque es libre, pero Dios no renuncia a salirle constantemente al encuentro: eso es aceptación incondicional.

Para la fe cristiana la dignidad humana radica primariamente en el don de Dios que cada persona es, con su valor incondicional. Ese don engendra tarea: buscar a Dios, su creador y redentor, fundamento de su existencia, para corresponderle. Dios nos ha creado como Él es, para que le busquemos y le correspondamos. Le podemos buscar porque Él nos ha buscado primero; podemos amar porque Él nos ha amado primero. Corresponderle no sólo interesa al ser humano, sino que es la meta de la historia de Dios con el mundo– de la creación, la liberación en la historia y de la redención— pues esa correspondencia completa la verdad del hombre; en ella obtiene su paz y su derecho. Bien viene aquí recordar la sentencia de San Ireneo, de la que no se olvida la Declaración: «El hombre que vive es gloria de Dios; la vida del hombre consiste en la visión de Dios» (DI 20).

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