Esta Iglesia no tiene futuro

Los recientes escritos de H. Küng y L. Boff, sobre este asunto, y que estos días circulan por la red, nos obligan a pensar. La Iglesia se debilita por días, pierde credibilidad y a la gran mayoría de la gente ya no le interesa. ¿Será cierto que esta Iglesia no tiene futuro?

Cuando aquí hablo de la Iglesia, no me refiero a la enorme cantidad de personas que, cada cual como puede, se interesan por Jesús de Nazaret y lo que enseña (o no enseña) el Evangelio. No hablo de la fe de la gente, un asunto muy personal que cada uno se lo gestiona como Dios se lo da a entender.

Al decir que esta Iglesia no tiene futuro, lo que quiero indicar (como hace Küng) es que el papado y la curia vaticana, tal como se han organizado y tal como funcionan, no sólo no van a ninguna parte, sino que además - y sobre todo - le están haciendo mucho daño a la misma Iglesia y, más que nada, a tanta gente de buena voluntad que hasta pierde el interés por lo religioso cuando ve el triste espectáculo que está dando el llamado “sistema romano”.

¿Por qué digo estas cosas? La Iglesia, que ha concentrado todo su poder y su autoridad en el papa y en la curia vaticana, y que funciona de tal forma que ella - y sólo ella - piensa tener la verdad plena y el poder incuestionable para imponer esa verdad, para decidir lo que está bien y lo que está mal, y para imponer a la gente lo que debe o no debe hacer, una Iglesia así, ni tiene argumentos para demostrar que todo eso tiene que ser así, ni goza de la credibilidad indispensable para convencer de que es así como se tienen que hacer las cosas.

Precisamente por eso, porque el “sistema romano” carece de argumentos y de credibilidad para persuadirnos de que posee los poderes que afirma tener, por eso el papado y la curia piensan en conciencia que es mejor ocultar cosas que, si se supieran, alejarían más a la gente. Y se multiplicarían los escándalos, las contradicciones, las medias verdades, y tantos asuntos oscuros que el Estado de la Ciudad del Vaticano intenta tapar sin conseguirlo en muchos casos.

De ahí, las incesantes contradicciones del ya mencionado “sistema romano”. En teoría, defiende y elogia los derechos humanos, pero, hasta ahora, ni cumple esos derechos en su legislación y forma de gobierno, ni siquiera ha suscrito los pactos internacionales sobre ese asunto capital.

En teoría, elogia y predica el Evangelio, pero, en la práctica, a cualquier persona que entre en el Vaticano le resulta muy difícil ver que aquello se parece a la sencillez del Evangelio y a la cercanía de Jesús con los más desgraciados de este mundo.

En teoría, el papa y la curia se lamentan y denuncian la corrupción económica, los escándalos sexuales, la mentira como sistema de gobierno... Pero el hecho es que, la banca vaticana ha dado graves motivos de escándalo y, lo que es peor, es bien sabido que la política vaticana es una pieza importante (por lo que dice y por lo que calla) en la legitimación de gobiernos y gobernantes que están siendo causantes de la crisis económica y hundiendo en la miseria a tantas criaturas inocentes.

¿Se puede, en estas condiciones, enseñar el Evangelio de Jesús? Y si el llamado “sistema romano” no sirve para eso, ¿cómo va a ser posible mantenerlo en pie por mucho tiempo? No estamos hablando sólo de una cuestión de buena o mala moralidad. El problema es mucho más serio. Lo que está en juego es el “ser o no ser” de la Iglesia que se deja gestionar por el “sistema romano”.

Porque, en toda la Biblia y en la tradición cristiana, el “ser” está determinado por - y depende de - el “acontecer”. No estamos ante una cuestión de metafísica, sino ante un problema del acontecer histórico. Y cuando lo que acontece, se aleja tanto de su origen y de su razón de ser, lo más razonable es pensar que una Iglesia así, es decir, “esta Iglesia no tiene futuro”.
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