Renuncia al poder
¿Por qué Joseph Ratzinger decidió renunciar al poder? Sencillamente porque aquel papa se dio cuenta de dos cosas: 1ª) Porque vio que la Iglesia estaba profundamente herida por causa de problemas de extrema gravedad; 2ª) Porque él se sintió incapaz de resolver tales problemas. Como he recordado recientemente en este mismo blog, pocos días antes de la renuncia papal, el 3 de febrero, un alto mandatario de la Iglesia en Roma, me decía: “la Iglesia está tan dañada, que más bajo no puede caer”. Era urgente ponerle remedio a la situación. Y el papa Benedicto XVI tuvo la libertad y la humildad necesarias para asumir, ante el mundo entero, una decisión así.
Y aquella decisión marcó un antes y un después, un acontecimiento decisivo de inflexión, que abrió horizontes de futuro y de esperanza, para la Iglesia y para el mundo. Con todas las limitaciones, que se le quieran poner al papa Francisco, es evidente que el papado ha emprendido un giro nuevo. Un giro que a mucha gente le ha devuelto la esperanza. Una esperanza y un futuro que han nacido de una renuncia al poder.
Un tema capital y decisivo ahora mismo en España. Este país está metido en un atolladero del que no tenemos salida, si no hay personas y grupos políticos que tengan la libertad y la humildad de renunciar a un poder, que podrían empeñarse en soportar y mantener porque tienen derecho para hacerlo. Pero el derecho no puede prever todas las situaciones posibles. El derecho va siempre detrás de la historia. Primero, se nos presentan las situaciones y los problemas. Después, se dictan las leyes que regulan los derechos y los deberes de los ciudadanos. Una situación, como la que estamos viviendo ahora mismo en España, no tiene salida si no hay hombres con grandeza y humildad para renunciar a los derechos y poderes que les asisten. Porque esta situación no estaba prevista en nuestra ordenamiento constitucional. Por eso, a no ser que nos empeñemos en que “el Parlamento siga siendo el peor enemigo de sí mismo” (M. Dogliani), no tenemos otra salida.
El día que Benedicto XVI vio con claridad que la Iglesia no tenía otra solución que su propia renuncia, renunció al poder, a todos sus poderes. Porque lo primero no era, ni es, el papa. Es el pueblo creyente y el bien de la humanidad. Pues bien, ha llegado el día en que nuestros gobernantes tienen que aprender de un obispo, de un papa, la lección que más nos apremia a todos. Esto no tiene otra salida que la grandeza y la humildad de quienes, por fin, toman conciencia de que la situación en que vivimos no tiene la salida “ideal” de la mejor situación que cada uno ve. Sino la situación que consiste en renunciar a derechos y poderes que les asisten, pero que son derechos y poderes que nunca pudieron prever el atasco en que estamos metidos .