Dios es parcial, ha escogido a los más pobres. ¡Feliz Navidad!
Nos hemos convertido en negacionistas de Dios.
Todos alguna vez nos hemos preguntado si esta aventura de vivir, de ser hombres, merece la pena. Tenemos la impresión, no pocas veces, de que estamos ante un callejón sin salida.
El año que termina ha estado salpicado de mil disgustos, de infinitas desgracias humanas, unas naturales y otras no, que nos dejan un sabor amargo en el corazón. Entre Coronavirus y el volcán de Cerro Viejo en La Palma, no sabemos cómo contener el aliento. En la iglesia española percibimos actitudes evasivas ahora que se ha puesto en evidencia lo que todos ya sabíamos: que ha habido muchos casos de pederastia en la iglesia española. El secretario General de la Conferencia Episcopal, don Luis Argüello, a quien yo conocí muy comprometido en Valladolid, en la dimensión social de la iglesia, recoge velas de manera incomprensible. No hay quien reconozca a monseñor Argüello. Me lo han cambiado.
¿Cuándo va a remitir este aluvión de dolor y sufrimiento que se ceba en los más indefensos?
Ahora nos disponemos a celebrar la Navidad:
La fiesta de un Dios que se hace hombre en la más absoluta indigencia, rodeado de pequeñez y de humildad. Una pequeñez inmensa y una inmensidad diminuta. Dios está con nosotros. Es parcial, prefiere a los más pobres. Éste es el misterio cristiano que celebramos una y otra vez, desde hace dos mil años.
¿Cómo va a ser nuestra Navidad? ¿Va a ser una Navidad cristiana?
¿Les vamos a ofrecer a nuestros hijos una fiesta consumista y alocada sin espacio para Dios y su amor a los pobres?
Éste es el reto de nuestra Navidad. El reto de la Navidad de cada año. No acabamos de creernos de verdad que Dios está entre nosotros, que nos ha cambiado la vida, que ha llenado de sentido hasta nuestro más absurdo dolor y sufrimiento.
Cada año los cristianos nos dejamos arrastrar por este vendaval, más destructivo que el Coronavirus, de consumo desenfrenado, de comidas opíparas, de regalos innecesarios, de placer desmedido. Nos hemos convertido en negacionistas de Dios. No podemos caer más bajos.
Cada año los cristianos seguimos olvidándonos de la realidad inhumana de millones de hombres y mujeres y niños que viven en la miseria más absoluta y miran a nuestra mesa desde el suelo de la pobreza mendigándonos unas migajas para no desfallecer.
Ya sé que en un tiempo como éste tendríamos que hablar de cosas hermosas, de nostalgias que vuelven, de villancicos hogareños, de calor de hogar y de ternuras de madre.
Pero pasa lo que pasa y mirar hacia otro lado es inútil. No podemos disfrazar de papel de colores el dolor de los otros.
No podemos convertir la Navidad en un gozo para los de siempre. Dios nos pide un cambio de corazón, un tiempo de perdón, un gesto de amor encarnado que vaya más allá de las palabras hermosas.
El niño Dios que nos nace es algo más, tiene que serlo, que una imagen de escayola, decorada con bellos colores, en un rincón de nuestro hogar.
El auténtico Dios encarnado tirita de frío en el pesebre del mundo, en las favelas de cartón, en las pateras sobrecargadas que no llegan a puerto, en las jeringuillas que ofrecen un gozo pasajero y mortal, en los ancianos abandonados y desterrados lejos de sus hijos y de sus nietos, en los enfermos con respirador en las UVIS colapsadas por la variante Ómicron. Dios tirita, pero no de frío, sino de miedo ante nuestra indiferencia.
Este tiempo es una oportunidad para ver la vida con ojos nuevos, para enseñar a nuestros niños que hay un futuro distinto y mejor para todos.
Que ser cristianos tiene que ser una fuerza imparable de amor y solidaridad.
De esta forma las realidades más terribles que nos rodean se irán iluminando, se irán humanizando, hasta devolvernos la esperanza.
Es muy hermoso que nos alegremos y cantemos en esta fiesta celebrando al Niño Dios que nace; pero no olvidemos, que nuestros niños no olviden, que no nació en los grandes almacenes, ni en los supermercados del lujo, ni en los cotillones de la evasión.
Dios nació en un mísero pesebre de animales porque no tenían sitio para Él en la posada. ¿Es posible que después de 2021 años aún no entendamos esto?
Es Navidad, hermanos, es Navidad. Que esta palabra se llene de sentido en el corazón de cada persona de buena voluntad.
Felicidades, cristianos; vuestra vida se llena de emoción. No apaguéis nunca el fuego que Dios ha prendido en vuestros corazones. Este mundo necesita, más que nunca, el fuego de su amor para no derrumbarse de cansancio y vulgaridad. Cuando la poesía no está de moda es porque hemos caído muy bajo. En vuestras manos está la oportunidad de un mañana transparente. ¡Feliz Navidad!