La atencion de las monjas contemplativas

Este tema no es un tema cualquiera, tiene muchas y graves consecuencias en la vida consagrada contemplativa y pocos parecen tomarlo en serio. El papa ha hecho llamadas muy serias a los obispos para que no descuiden la vida consagrada en sus diócesis como un regalo precioso del Espíritu a su iglesia, porque la vida consagrada no pertenece a la fachada sino a la vida y a la santidad de la iglesia. Pero la realidad es lamentable. En muchos casos los capellanes escogidos para los conventos de vida contemplativa están poco preparados, son raros y a veces problemáticos y, por eso, desterrados a los conventos para que al menos tengan una misión pastoral. Yo he conocido muchos casos así.
Y todo esto va creando en las monjas una sensación de abandono por parte de la iglesia local, sólo compensado por el inmenso cariño que las gentes cercanas les suelen profesar. “A mis monjas que no me las toquen” he oído decir a gente sencilla del pueblo.
Me ha llegado, en estos días, una información que me ha dejado tristemente impresionado. Viene de un monasterio amigo de contemplativas que tienen un capellán tan mayor y tan poco preparado y dispuesto a afrontar el cuidado y la atención que las monjas necesitan, que el domingo, cuando les celebra la misa, corriendo y sin que apenas le entiendan, al terminar, la madre superiora conecta la misa de la televisión para verla otra vez, mientras piden perdón a Dios porque ésa no es la misa que ellas quisieran celebrar y disfrutar. ¡Tremendo!
Yo sé que hay pocas vocaciones y los obispos se ven muy escasos de recursos humanos para atender las necesidades de las diócesis, pero siento también que no hay una apertura grande para acudir allí donde puede haber sacerdotes disponibles para atender a estas monjas, por ejemplo en los conventos de religiosos.
Conozco algún lugar donde los religiosos podían hacerse cargo muy bien de la parroquia del lugar, y así el obispo podía “ahorrarse” un sacerdote más para otros lugares necesitados, pero eso ni se cuestiona siquiera.
La parroquia tiene que estar en manos de un sacerdote diocesano pero nunca de unos frailes. ¿Por qué? ¡Vaya usted a saber! ¿Desconfianza? ¿Control económico? Lo ignoro pero ésta es la triste realidad que impide que los religiosos puedan llevar la parroquia de una pequeña población, donde tienen convento y vive una comunidad, porque no se les confía a ellos.
Cuando el papa nos invita a ser hombres de encuentro, resulta que no nos encontramos en cosas tan triviales como ésta. Mañana esta comunidad de religiosos, tal vez, se marche de esa pequeña población y entonces se lamentarán muchos de la oportunidad perdida, pero ya no habrá vuelta atrás y tal vez habrá menos sacerdotes aún disponibles para esta tarea porque los tiempos que nos llegan no son muy halagüeños en vocaciones.
En fin, que así vamos caminando a tropezones, sin espíritu de encuentro y de diálogo, aunque lo aireemos por todos los lados. Nos salvan hombres y mujeres como las contemplativas que no cesan de orar por nosotros y por todo el pueblo de Dios y, sin embargo, el pago que reciben es más bien rácano. Teníamos que hacerles un monumento en lugares destacados para que las recordemos cada vez que pasamos cerca de ellas.
No faltarán, lo sé, gente de “la caverna”, que me dirán que a mí no me importa este tema y me meta en mis asuntos, como sucede cada vez que escribo sobre algún tema. Abundan vigilantes de la ortodoxia o envidiosos impenitentes. Y tal vez lleven razón pero déjenme al menos que sea un hombre libre, un cristiano libre para opinar de los temas que yo siento y valoro como importantes, porque nadie puede impedirme que yo apoye a la gente que quiero. Y a las contemplativas las amo.
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