La homilía, una asignatura sin aprobar.

La oportunidad que tenemos todos los sacerdotes de poder catequizar y animar en el camino de la fe a tantos españoles como todavía acuden a la misa dominical, a los funerales, bodas y bautizos, es impresionante y, muchas veces, desaprovechada. Porque es verdad que ha bajado mucho la asistencia a las misas dominicales, pero no es menos cierto que aún son muchos los miles de personas que acuden con fidelidad y que pueden convertirse en un fermento muy vivo en medio de la sociedad, cada vez más descreída, en que vivimos.
Pero los sacerdotes no acabamos de encontrar la fórmula para que nuestras homilías lleguen a la cabeza y al corazón de la gente y den su fruto.
Lo cierto es que allí donde hay un sacerdote que prepara sus homilías, que las hace cercanas y sabe recurrir a símbolos cercanos e inteligibles para la gente, como hacía Jesús, llega a los fieles y convoca a través de la comunicación de los mismos fieles a mucha gente.
Hace muy poco me decía una mujer catedrática en una universidad de Madrid, investigadora de élite, que había encontrado, por fin, una iglesia en Madrid y una misa a la que cada domingo se sentía convocada y asistía con una inmensa ilusión, “Es que me encanta lo que dice y cómo lo dice ese cura y está toda la gente que asiste con una atención que ya quisieran muchos en sus clases. No puedo faltar a esa misa cada domingo porque salgo renovada para toda la semana”
El papa Francisco nos está animando mucho a cuidar nuestras homilías y a despertar en nosotros un interés creciente por ser más creíbles y eficaces.
Tengo que decir que, en general, las predicaciones de los sacerdotes no alcanzan el aprobado mínimo; las más de las veces son un auténtico desastre, por varias razones, a mi juicio:
1) Hay predicaciones que parecen correcciones y broncas, y no precisamente fraternas, a gritos, como si la misión de los sacerdotes fuera recriminar y amonestar en vez de ilusionar y animar. Es un fruto del clericalismo que abunda mucho en la iglesia, como ha dicho el papa. Hay sacerdotes que se sienten más dueños que servidores. “Aquí quien manda soy yo”, he oído decir en alguna ocasión y sus homilías no son sino el reflejo de esa autoridad trasnochada. La gente está cansada de su trabajo de toda la semana y lo único que no quieren es que, encima, alguien les eche una bronca.

2) Nos falta situarnos en el contexto en el que estamos. No se puede predicar en un ambiente rural y de baja cultura acerca de las reflexiones que ha hecho Karl Rhaner, para demostrar a la gente que hemos estudiado en Alemania. El sacerdote habla muy bien pero no lo entiende nadie. Así lo decía, en una ocasión, una señora sencilla en Galicia, al salir de la iglesia, después de escuchar una homilía de esas “culteranas”. “Hay que ver qué bien habla este padre pero yo no le he entendido nada”

3) El tiempo es otra de las razones por las que, muchas veces, los feligreses desconectan del sacerdote. No se puede predicar más de ocho minutos porque la gente está acostumbrada, en este tiempo, a estímulos rápidos y escuchar más de ocho minutos le resulta muy difícil. Y hay quien se empeña en hablar y en hablar sin parar, como si en ello le fuera la vida y termina aburriendo a las ovejas. Hay gente que ya busca en las parroquias a ver quien dice una misa determinada para ir o no ir según lo “rollista” que sea el cura que preside.

4) El tema de la predicación ha de ser, sobre todo, acerca de la palabra de Dios, que tiene suficiente riqueza y variedad para aplicar a la vida de cada uno. Cuando nos vamos a temas marginales la gente se evade. Si las homilías fueran más centradas en la palabra de Dios serían mucho más interesantes. Hay todavía quien le gusta escarbar en el mundo de la política y eso es devastador para la comunidad que acaba dividida cuando no escandalizada.

5) Importa también mucho la manera. Está bien llevar siempre un guión de los que se va a decir pero yo creo que no es acertado leer la homilía como si fuera un parte médico o un comunicado oficial. He visto sacerdotes hieráticos leyendo folios como si fuera la defensa de una tesis. A un sacerdote hay que suponerle una cultura y una facilidad suficiente para improvisar unas palabras sin atarse siempre a los escritos. Y además hay que renovarse, hay sacerdotes que pronuncian las mismas homilías desde hace muchos años y se nota, porque el papel está ya amarillo de conservarlo tanto tiempo. Una homilía ha de recoger también las preocupaciones especiales que hay en la comunidad en ese momento. Si acaba de haber, por ejemplo, un atentado contra un grupo de cristianos que ha producido la muerte a muchos de ellos, sería muy pobre que en la homilía no se dijera ni una sola palabra de reconocimiento y reflexión sobre lo que significa eso. Es palabra de Dios hecha vida en la muerte de esos mártires.

6) Yo creo que la nueva evangelización es un reto a buscar nuevas formas de predicación que sean más eficaces y convincentes. No hemos de cerrarnos a nada que sea serio y contrastado, El papa Juan Pablo II invitaba a buscar nuevos símbolos, nuevos iconos, nuevos lenguajes. La homilía no es más eficaz porque la haga un sacerdote (Parece un derecho o una propiedad personal más que un servicio a la comunidad)

Yo he probado muchos métodos y algunos de ellos han sido eficaces y han conseguido tocar el corazón de le gente y lograr el objetivo de una homilía: acercarse a la Palabra, conocerla, amarla y encarnarla en la vida. He preparado homilías muy especiales sobre todo con los niños, homilías compartidas donde la gente toma el micrófono inhalámbrico para compartir con la comunidad lo que le sugiere y le interpela más de la palabra proclamada, homilías con recursos variados para captar más la atención: cuentos, parábolas, poemas, canciones, testimonios vivos y personales… Todo es útil y bueno si va conducido al fin esencial de la homilía. “Todos los caminos conducen a Roma”

Creo que los sacerdotes deberíamos preocuparnos por hacer, por una parte, una formación adecuada para predicar mejor y, por otra, experimentar nuevas formas de predicar la palabra de Dios más allá de la homilía clásica. En ningún sitio se dice que la homilía ha de ser que un cura hable de lo que le parezca y los fieles escuchen si les parece. Es evidente que la nueva evangelización pasa también por explorar nuevas formas de comunicación que sean más vivas y eficaces.

Sería bueno que alguna vez hiciéramos, para evaluar, estos dos ejercicios:
a) Grabar y escuchar nuestra propia homilía para ver si nos convencemos a nosotros mismos o más bien nos aburrimos.
b) Pedir a algunos voluntarios que, al salir de la misa, pregunten a los fieles sobre qué ha versado la homilía de la misa y si son capaces de hacer un breve resumen de la misma.
Pueden ser dos indicadores muy válidos para ayunarnos a evaluar si nuestra homilía está, o no, cumpliendo su objetivo o por el contrario hemos de replantearnos cómo ha de ser nuestra predicación.
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