Comenzar a sumar

Vivimos estos días una natural indignación ciudadana con respecto a una clase política española que se ha manifestado incapaz de superar sus diferencias y llegar a un acuerdo para gobernar el país. Por más que esperada, la noticia no deja de ser triste. Transcurrido, no obstante, el inicial y difícilmente evitable enfado, podremos preguntarnos en sinceridad: ¿Son sólo ellos los incapaces? ¿Habla su sonrojante y dolorosa dificultad para ponerse de acuerdo de algo de la colectiva?

 No es posible construir país con los que exclusivamente piensan y sienten como uno/a. Cargamos con sobredosis de belicosidad con respecto a quien no observa el mundo desde la misma atalaya, sin embargo, necesitamos de las otras miradas, siempre que se lancen desde el respeto, la tolerancia y el anhelo de sumar. Estamos sobrados de telepolémicas y espíritu de confrontación. Arrastramos un déficit de cultura de diálogo y entente; desentrenamiento en el imprescindible arte de acoger el disenso, de compartir y cooperar.

 Las impotencias de los de arriba evidencian seguramente las de los de abajo. Prima reflexión colectiva antes de meternos en otra vorágine electoral que volverá a pivotar, en importante medida, en la descalificación del contrario. ¿Por qué tenemos tanta pereza de nuevas elecciones? Quizás porque abrigamos escasa esperanza de que los partidos entonen “mea culpa” y manifiesten genuino anhelo de hacerlo de otra forma. Si la fecha del 10 de Noviembre se nos antoja antipática es porque nos volverán a taladrar los oídos con los mismos discursos con demasiada carga de ofensa; volverán a volar por los aires los mismos improperios y descalificaciones.  

 ¿Cuánto de hastío necesitamos para alumbrar una nueva forma de hacer política? No necesitamos nuevos partidos, ni por la derecha, ni por la izquierda, necesitamos una nueva forma de entender la “res publica” que, con exquisito respeto de la diferencia, conglomere y aúne y no siga separando y dividiendo. La inacabable trifulca ha terminado por descalificar a las formaciones. La hegemonía del engranaje partidista tiene ya cantada su fecha de caducidad. Hay cansancio del ya viejo sistema de los partidos. Hay ganas de dar vida a un nuevo sistema más creativo y motivante, más inspirado en movimientos agrupados en torno a valores compartidos que a ideologías en disputa. Hay anhelo de vislumbrar una democracia más participativa, directa y plebisticiaria que pueden auspiciar las nuevas tecnologías. Sabemos que lo viejo ya no tiene recorrido, pero aún no nos hemos demostrados capaces de alumbrar lo nuevo. Estamos a caballo entre un pasado de crítica y disputa interminable que se agota y un mañana de actitud más constructiva y de suma que aún no ha terminado de nacer. 

 Cada vez más gentes de buena voluntad prefieren juntarse en torno a un bosque a defender, a un pozo a agujerar en África, en torno a unos refugiados a los que dar su cobijo en su ciudad… que en torno a la áspera disputa por una cuota de poder en determinada instancia. El discurso de izquierdas y derechas cobra cada vez menos sentido en medio de una sociedad más igualitaria, en la que las diferencias sociales se establecen en torno a otros aspectos que cada vez menos tienen que ver con la renta. El polo de atención se ha movido hacia el planeta y su pervivencia, hacia la habitabilidad y la sostenibilidad, hacia la vida más austera y natural como alternativa al sistema productivista a ultranza, individualista y materialista, hacia el Sur y la distancia económica y social que con respecto a él sí se ha creado…

 Cada vez más personas comprenden que los grandes problemas se precisan atajar en primera instancia desde la responsabilidad individual. Hay una ley de analogía que reza que "como es arriba es abajo", o lo que es lo mismo, "así los gobernantes, así la ciudadanía". Seguramente deberemos interpretar que ellos están manifestando esa misma dificultad de armonizarse con el diferente inherente a nosotros mismos. Quizás no deberemos arrojar exclusivamente sobre ellos la entera carga de la incomprensible noticia del fracaso de las negociaciones para el nuevo gobierno. Quizás tengamos que mirarnos también un poco a nuestro propio interior y observar las insuficiencias de nuestra alma colectiva para asumir pluralidad, para dialogar y alcanzar imprescindibles acuerdos. La sana y madura convivencia los demanda.

 Ni el pozo en África, ni el planeta más acatarrado que nunca, pueden esperar. Si la ciudadanía adquiere crecientes responsabilidades planetarias, la clase política se enmendará. Más altruismo, voluntad convergente y generosidad de miras abajo, terminarán por reflejarse arriba, en las formaciones que proclaman representarnos.

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