Enamorar de la vida
La luz, la conciencia de lo positivo y evolucionante, así como el absurdo, el dislate tienen hoy la posibilidad de engullir todas las barreras, todos los límites. Las nuevas tecnologías no son a menudo neutras en medio de esta eterna contienda. La muerte se actualiza y digitaliza, ya ni siquiera se acicala. No se molesta en salir de casa. Elude astutamente cansinas tribunas. Hace prosélitos con el mínimo esfuerzo, gana adeptos con el simple pulsar de una tecla.
En la soledad de sus habitaciones millones de jóvenes de todas las latitudes y geografías están dando en estos momentos el "play" a unos vídeos que quitan o restan las ganas de vivir. El nihilismo histórico de los Pavese y los Maiakovski estaría ufano al constatar la artillería mediática de la que hoy goza. La globalización trae también sus contrapartidas, sus sorpresas “non gratas”. La universalización de la sinrazón, a través de la pequeña pantalla, es una de ellas.
El aliento de la vida, el más joven, el que alberga más futuro es cuestionado a nivel planetario. Los suicidios de adolescentes aumentaron en EE UU tras el estreno de “Por trece razones”. Un 29% más de chavales se quitaron la vida en abril de 2017 tras la visualización de la serie producida por Netflix. La trama gira en torno a una estudiante, Hannah, de preparatoria (estudios previos a la Universidad) que se suicida después de una serie de fracasos. Una caja de cintas de casete, grabadas por Hannah antes de su suicidio, detalla las trece razones por las que decidió salir de escena por la puerta equivocada. La serie ha sido emitida por todo el mundo. Decenas de millones de jóvenes han escuchado esas razones para acabar con la vida.
Netflix y las productoras que tienen tamaño poder mediático, debieran promover otra suerte de amor y de romance. Es preciso desnudar el suicidio de todo halo de romanticismo. Carece de él absolutamente. El suicidio constituye precisamente la negación del romance con la vida, con la creación, con el origen de todo cuanto late. Se habla mucho de tiempos líquidos, frágiles, desnortados. En la era de la desorientación por lo menos afianzar el valor de la vida, después ya vendrán los demás ideales. En la era de la fragilidad por excelencia por lo menos tener bien claro la sacralidad de cuanto es, en toda condición, en toda manifestación.
Necesitamos un “play” que ensalce la vida, esperanza televisada y universalizada igualmente capaz de sortear todos los tabiques, de aterrizar en esas mentes, en buena medida, aún limpias y despejadas. Necesitamos series que enamoren, que estimulen romance del bueno, amor altruista, agradecimiento por la “suerte” de estar aquí y ahora sobre este planeta maravilloso con todos los medios y posibilidades que gozamos; capítulos que no inviten a la ruptura, al divorcio fatal con cuanto nos rodea. En esa etapa más vulnerable, series, películas que enraícen, que vinculen, que proporcionen a las jóvenes generaciones estabilidad, razón de ser, de crear y no destruir, de pulsar también unidos por un mundo nuevo y mejor, más justo y solidario, más verde y amable. Greta Thunberg, la adolescente sueca militante firme a favor del planeta y contra el cambio climático, es sin duda el referente que nuestros jóvenes necesitan, no la Hannah de Netflix que graba mensajes planetarios tan poco edificantes.
Nobles ideales en el corazón de esos prometedores jóvenes, no mortífera apatía, no nihilismo. Netflix y sus directores podrán buscar con gran dificultad trece razones para justificar que un joven se prive de su aliento, pero nosotros tenemos millones para que esos mismos jóvenes abracen la vida con toda su alma. Podemos carecer de grandes productoras, pero tenemos quizás algo más importante y a la vez poderoso, la fuerza imparable de nuestras convicciones en favor del principio primero, elemental y superior de la vida.