Claves para superar la crisis de la democracia Crisis democrática y falta de voluntad
La democracia está en crisis mucho antes de que llegara Donald Trump o de que Putin invadiera Ucrania. Es una crisis profunda, cultural incluso, y grave: si no se reorienta podrá ser el suicidio (¿habitual, como dicen algunos?) de la democracia
Tras una mirada a la historia reciente de Timor Oriental, es difícil no sentir frío en el ánimo viendo el presente político de nuestro mundo occidental.
Escribo con “timor” y temblor… pues el ámbito político es propenso a la parcialidad y más en un tiempo de maniqueísmo puritano como el nuestro. Pero a veces hay que atreverse a buscar algunas claridades.
La democracia está en crisis mucho antes de que llegara Donald Trump o de que Putin invadiera Ucrania. Es una crisis profunda, cultural incluso, y grave: si no se reorienta podrá ser el suicidio (¿habitual, como dicen algunos?) de la democracia.
Se habla de la corrupción de los políticos generalmente vinculada al beneficio económico por abuso de poder. Pero raramente se habla de la peor corrupción política que cabe: la de olvidar la búsqueda del bien común. Y es esta la corrución que se lleva por delante la democracia.
La crisis de democracia tiene varios nombres, pero -evitando el complejo problema de la “partitocracia”- yo los agruparía en:
- La (in)cultura del mensaje corto, también llamada “cultura Twitter”, y del corto plazo. Si algo requiere la cultura, la búsqueda del bien común, el discernimiento… es estudio, escucha y tiempo. Tres substantivos que hoy parecen contraculturales.
- La mercantilización de todo, incluyendo la política que se reduce cada vez más a un “estudio de mercado” de votos y votantes.
- La crisis de representatividad: el “no me representas” más allá de tópicos narcisistas, se extiende como aceite sobre agua. Hay una creciente desafección por los políticos y por la política. No faltan motivos: buena parte de la sociedad se siente tratada como si fueran ignorantes, inmaduros o, sencillamente, tontos. La injusticia creciente aumenta tanto la sensación de impotencia como alimenta actitudes cada vez más violentas.
- Si estos problemas fueran insolubles, uno podría lamentarse y esperar… no se sabe el qué. Pero lo que indigna es que cualquiera de los tres aspectos tiene alternativas, puede tener solución y no se busca.
De hecho, la conjunción del mensaje corto con la reducción de la democracia a un mercado de votos cuatrienal ha ido llevando a una creciente polarización. Podemos verlo de manera extrema en Estados Unidos. Me detengo brevemente en este ejemplo no sólo por lo notorio, sino porque es foco importante de esta “pandemia” política.
Hoy podemos escandalizarnos fácilmente con los mensajes de buena parte del republicanismo norteamericano: negar la legitimidad de la elección de Joe Biden pese a que todos los estados -republicanos también- han investigado hasta la saciedad y demostrado la legalidad y legitimidad de la misma; creer en teorías conspirativas alucinantes (Qanon), negacionismo de problemas clave como la profunda injusticia social y laboral, el calentamiento global o las tremendas consecuencias de la libertad extrema para tener armas, así como hacer su propia batalla cultural. Es incomprensible para el europeo medio. Pero los demócratas, aún teniendo un mensaje más social, más moderado y más democrático, son inconscientes de hasta que punto su guerra cultural es una imposición anti-democrática y colonialista no sólo a su nación sino a otras más vulnerables. Se ha perdido el sentido del diálogo político que conlleva cesiones, que ayuda a ver que no todo es blanco o negro.
Ganan “los de siempre”
En ese contexto ¿quién gana? No el pueblo. Ganan “los de siempre”: los que manejan grandes capitales. Un ejemplo que a veces se plantea como “icono” es el del señor Soros. Para unos es un mecenas de los nuevos valores culturales. Otros lo vemos como un inteligente estratega, cuya vida demuestra qué es lo que realmente le importa. Promover la guerra cultural con su financiación ayuda al partido Demócrata a olvidar sus objetivos de justicia social, económica, laboral. Pocos son tan lúcidos como Bernie Sanders para intentar esquivar esa “fashion” de lo políticamente correcto y devolver al partido a la lucha clave. Como pocos son los republicanos fieles a sus valores capaces de enfrentarse a la moda y presión trumpista.
Y no nos engañemos: no es un problema americano, en España no somos ajenos a esta polarización, los Soros y los Bannon (por el otro lado) mueven también sus hilos entre nuestros políticos y pueden “explicar” buena parte de las sandeces que dicen en uno y otro extremo.
Lo triste es que buena parte de nuestros políticos son conscientes de esta crisis democrática. Son conscientes y saben que hay alternativas (muchos han estudiado ciencias políticas). Pero no están dispuestos a afrontar el desafío. Los “aparatos” de partidos centrados en el corto plazo impiden movimientos que empoderarían más a la sociedad frente a los mismos partidos.
Superar la crisis democrática
Superar la crisis democrática supone al menos educación, participación política y mejora de la representatividad.
Educación: una escuela y una universidad más inclusiva, no tanto por la obsesión del lenguaje, sino por la capacidad de escucha de posiciones diferentes, de búsqueda del bien común, de respeto mutuo y diálogo. Un escuela más participativa y responsable en las decisiones (lo que supone que pueda decidir más de lo que ahora las “leyes embudo” educativas permiten. Pero también una formación social en valores constitucionales clave -como se hizo durante la transición- que contrarreste la demagogia y los fakes de la mercadotecnia política.
Participación política: abrir nuevas posibilidades a la participación del ciudadano y que descubra las que ya tiene y pueda usarlas. En Timor Oriental hubo un interesante proceso de democracia deliberativa al elaborar el plan de desarrollo nacional. En Francia Macron promovió también un proceso de reflexión ante la crisis, en la misma línea de democracia deliberativa. Son experiencias que ayudan a madurar la democracia, muy al contrario que el tópico (peligroso) de la llamada “democracia directa”. Es participación también el asociacionismo. El estar informados, el hacerse presente en la calle o en actos sociales, o en reflexiones. En Timor los jóvenes universitarios pudieron frenar una ley “mordaza” (llamada “contra la difamación”) desde su capacidad de moverse, contagiar a los profesores y desde ellos al resto de la sociedad.
Y mejora de la representatividad:
- No se representa al pueblo por parecerse al pueblo, para eso podríamos tener voto directo. Para ser representante del pueblo hay que tener aptitudes y actitudes que permitan el estudio, la discusión y diálogo, la escucha, la búsqueda. Porque representan al pueblo para buscar el bien común, no para ser bocazas verduleros.
- Es difícil justificar la representación en el hecho de que se vote una lista cerrada de un partido cada cuatro años. Algo debe cambiar en el modo de elección.
- Es injustificable que la relación representante-representado se limite a la elección del primero. Se tiene que rendir cuentas en encuentros locales entre unos y otros, no sólo en el parlamento y ante los medios (que bien poco se hace, por cierto).
- Si a esto añadimos procesos locales, regionales o nacionales de democracia deliberativa que lleve a los diferentes parlamentos la reflexión popular (y que -de paso- promueva esta reflexión), entonces la representatividad se enriquece con doble sentido.
Puede parecer pretencioso en un profano compartir una especie de análisis de la democracia… pero la verdad es que siendo una reflexión necesaria, se hace muy poco. Ojalá podamos impulsar no sólo la reflexión, sino la implementación de soluciones a esta grave crisis, no conformándonos sólo con la queja o la protesta.
Ya me he pasado…
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