Viaje de ida y vuelta
| Daniel Hallado
Me he tomado unos días fuera de Ataúro y de Timor.
Tenía que ir a España para el Capítulo Provincial (reunión de todos los escolapios de nuestra demarcación para analizar los últimos cuatro años, elegir responsables y aprobar programa…), y aprovechar para visitar familia, médicos etc.
Organicé el viaje para ahorrar algunos dólares y de paso visitar a mis hermanos de Atambúa y Yogyakarta (Indonesia). Bien por la visita… ¡Buf! …por el viaje.
Quise salir de la isla de Ataúro el día previsto de febrero, pero el mal tiempo me lo impidió. Al día siguiente el tiempo pasó a ser… peor. Olas en torno a dos metros y -previo pago importante- ir a Dili en una embarcación con cuatro tripulantes y yo solo como viajero. Normalmente estas “zapatillas” rápidas (que decimos en mi tierra) lo hacen en una hora… tardamos dos, con el que guiaba la nave al 100% concentrado en cómo esquivar olas o pasarlas lo “menos peor” posible, y un servidor rezando todo el tiempo mientras las olas e incluso las simples rachas de viento, nos inclinaban peligrosamente. ¡Qué bonito es ver en Santander el mar con sus olas mayores! Claro que desde tierra. Al menos, comprendo mejor a los apóstoles en la barca.
De Dili a Atambúa, autobús. Segunda biodramina o equivalente. Atambúa a Kupang bus nocturno (tercera pastilla). Luego avión a Yogyakarta (que digo yo que en vasco se dirá “mus”, por eso de yo-ya-carta…). Después tren a Jakarta, sentado toda la noche, pero no me puedo quejar: puntual y rápido. Finalmente el avión por Abu-Dabi (no me saludó el emérito) a Roma.
En Italia asistí a la ordenación diaconal del primer escolapio de Timor, Pedro da Cruz. Un gozo de celebración e incluso la homilía del arzobispo Angelo V. Zani. Siguió una visita a Loreto, Ancona, Loppiano… y una neumonía. Yo quería volver a pasar frío, pero bien pronto me arrepentí.
Después en España continúo adaptándome al cambio climático y cultural. No es tan fácil.
Acostumbrado al saludo diario de todo el mundo -en Makili- y de aquellos que se encuentran contigo en un lugar (tienda, tren, oficina…) en la ciudad, me encuentro con que en España mucha gente ha olvidado lo que es decir buenos días, o buenas tardes a quien se encuentra al lado, incluso quienes no responden cuando saludas. Eso sí, parece que saludar o escribir a través del móvil no se olvida. Me pregunto si cuando se habla de “niveles educativos” de los pueblos y naciones, no hemos confundido aprender cosas con ser educados. Sólo en occidente me he encontrado con esta frialdad y poca consideración, reflejada -por cierto- en nuestros “representantes”.
Cuando leo libros, veo exposiciones culturales, centros históricos… me viene el preguntarme dónde se nos quedó todo eso.
A cambio, me llevo una agradable sorpresa: me piden en nuestro colegio de Santander ayudar en las confesiones de los alumnos de secundaria que quieran ir. Una gozada ver que seis presbíteros durante dos horas y media casi no dan abasto, acogiendo uno a uno con una sonrisa paterna. Y qué sencillez en los chavales, qué sensibilidad y qué ganas de poder contar lo que se mueve en su interior confiadamente. Ojalá sepamos valorar a nuestros chavales y jóvenes y ofrecerles algo más que tecnología y polarización…
También me fijé en la liturgia de mi parroquia: el párroco es especialista en la materia y lo cuida muy bien. Le pregunté si había leído mi artículo sobre la liturgia (https://www.religiondigital.org/opinion/Sinodo-liturgia-Iglesia-Papa-Francisco-religion_0_2501449831.html) y me confirmó que sí, incluso que concordaba con lo que decía en él. Reconozco que me alegró que un especialista pueda ver parecido el desafío… a ver si podemos avanzar. Le preguntaré al P. Justino Tanec, rector del centro teológico de Dili, que estudió liturgia en Barcelona.
Otro capítulo es el de la salud: aprovechar para revisiones y demás. En el “demás” van incluidas vacunas nuevas o dosis nuevas. Dos de las vacunas me dicen que ya no puedo recibirlas porque soy mayor de 45 años. Vaya por Dios, no todo lo que traen los años es sabiduría y libertad.
El viaje debo aprovecharlo también para Timor. Así que pensando en la isla de Ataúro, llamada por los indonesios “isla de las cabras”, me he decidido a visitar personal y virtualmente algunas queserías. Me explican cómo se hace el queso y todos los aparatos y sustancias que han de emplear, según la legislación. Me digo: imposible en Ataúro. ¡No somos ricos! Y me recuerdan, los mismos queseros, que el queso se ha hecho durante siglos de maneras más sencillas y sostenibles. Así que me centro en eso: cómo plantear hacer queso en Ataúro de manera asequible, pero con calidad. Seguiremos.
Cuando ahora estoy ya en el regreso, a Madrid, Manila (visitar jóvenes timorenses en formación) y luego Timor, me viene la habitual tristeza de las despedidas, tanto de las personas (sobre todo mi madre), como de mi ciudad. Veo que tengo que prepararme para ello, no dejar que me domine. Y comprendo que la continuidad la da vivir el momento presente intentando descubrir la voluntad de Dios y vivir desde ella, que sobre todo es amor concreto y entrega. Ahí es donde está la posibilidad de alegría. Y es la Eucaristía la que lo alimenta. Y cuando lo olvido o no doy la talla… pues Él se acerca y -como siempre- me dice: “levántate y anda”. En las despedidas siempre tendremos algo más que Casablanca…