#adviento2023 SIENDO PARTE DE LA HISTORIA

| Martha Eugenia, Mujer Mariposa
Era un viernes por la mañana, iba a participar por primera vez en la marcha por la celebración del Día Internacional de la Mujer.
Apenas unos meses antes había llegado al Museo de la Mujer para tomar un curso de escritura autobiografía y no sólo había sido tomar éste y continuar con otros, sino fue empezar a darme cuenta de manera consciente de la situación de la mujer, de opresión, violencia disimulada y explícita, desigualdad social, de vivir bajo un régimen patriarcal, misógino, machista... en el mundo, y especialmente en México corroborando que aunque la terminología como tal era nueva para mí, la vivencia no.
Entonces paulatinamente empoderándome en el contexto cultural de nosotras mujeres en la actualidad, fue que cuando llegó el día de conmemorar el Día Internacional de la Mujer, el Museo de la Mujer nos hizo la invitación para asistir a la marcha, unidas en su representación.
La cita era en el monumento a la Revolución a las 12 horas, era mi primera vez en esta conmemoración, tenía casi 63 años, utilizaba bastón aún para desplazarme adecuadamente como consecuencia de un traumatismo sufrido casi dos años antes. No obstante, sentía que era importante hacer presencia porque muchas mujeres viejas como yo, lo hacían en otras partes del mundo, y quería unirme a sus voces, ya que nos sabíamos necesitadas de ser escuchadas, respetadas y tomadas en cuenta de manera seria.
Tenía un poco de temor, pues sabía que irían grupos radicales de feministas, con las cuales no estaba de acuerdo en su proceder, y uno de los impedimentos reales que tenía era que aún mi desplazamiento físico no era del todo óptimo. Sin embargo, tenía esa necesidad de alzar la voz literalmente y unida a otras, hacernos escuchar.
Aún indecisa esa mañana del 8 de marzo de 2020, me desperté, sin embargo me dije, ¡los valientes, se atreven! ¡Me alisté y me encaminé! Cuando hice el transbordo en la estación del metro Hidalgo, fue cuando me percaté de la magnitud del evento, sencillamente era un tumulto de mujeres que con sus pancartas mostraban sus inquietudes, eran muy pocas las de edad madura y no vi a nadie vieja como yo.
Ahí estaba, y sólo de mi dependía seguir o regresarme. Cuando bajé de la estación del metro Revolución, sencillamente tardé desde ese momento hasta llegar a la columna del monumento de la Revolución donde estaban las mujeres representando al Museo de la Mujer unos 40 minutos y eso que eran unos 500 metros aproximadamente. Era tal el conglomerado de mujeres que por momentos pensaba no podría llegar. Sabía que podía marchar con el contingente en general, pero mi objetivo era otro.
Cuando por fin vi las pancartas del Museo de la Mujer, me sentí como en casa. Ahí esperamos por casi hora y media a que el contingente empezara a moverse, los rayos solares caían a plomo, no obstante nadie se iba, y se escuchaban ya las canciones y porras invitando a perseverar o a reflexionar .
Cuando empezamos a marchar, el ánimo en general era de una sororidad como solo una vez anteriormente había experimentado. Realmente éramos un sólo ser, me sentía parte del sentir de las mujeres. Marchábamos muy lentamente, se iban integrando paulatinamente muchas más mujeres, nos encaminamos hacia el zócalo por la avenida Juárez. Un poco antes de llegar a la glorieta del Caballito uno de los grupos radicales de feministas empezaron a golpear con marros los vidrios que eran las paredes inferiores del edificio nuevo de la Lotería Nacional, estrellándolos. Cada golpe lo sentía como una violencia contra mí, contra las mujeres que pacíficas, pero determinadas protestábamos gritando, cantando, coreando. Como íbamos avanzando muy lentamente, pude percatarme de esto por unos 10 minutos, el estar tan cerca de este tipo de violencia, no fue nada agradable y reafirmó mi aversión hacia tal conducta.
Proseguimos marchando, siendo un sólo sentir. A los lados del contingente que abarcaba toda la avenida Juárez habían personas que tomaban fotografías y videos de la marcha, también las había las que nos animaban. Mientras que dentro del grupo que marchábamos de imprevisto se dejaban sentir mujeres feministas radicales que hacían pintas en el suelo, o incendiaban pequeñas envolturas, que hacían que se hicieran "oasis" dentro del mismo grupo. Iba alerta a cualquier forma de violencia física para evadirla o en determinado momento abandonar la marcha, pero esto era casi imposible, era tal la inercia que llevábamos que intentar desmembrarme me costaría un esfuerzo grande y más porque mi estabilidad dependía en mucho de mi bastón.
En un momento dado un poco antes de llegar a la Alameda Central, del lado opuesto a donde yo iba, es decir el derecho, pasó algo que nunca supe que fue, pero ocasionó que las mujeres se dejaran venir hacia nosotras que íbamos por el lado izquierdo pues muchas al intuir un peligro se replegaron. En ese momento sentí realmente miedo, pues quedé impedida para retirarme porque mi posición quedó entre el grupo que se replegaba hacia la izquierda y una barrera de tubos puestos en la acera. No hubo forma para alejarme del peligro, sumado a que mi estabilidad para desplazarme estaba mermada por el uso del bastón. ¡Fueron segundos de gran expectación y peligro! Se restauró el orden y seguimos marchando, a mi izquierda había una larga hilera de mujeres policías cubiertas con grandes escudos protectores que expectantes observaban. Después al través de las noticias me enteré que llegamos a ser unas 100,000 mujeres marchando.
Al llegar a Bellas Artes había alrededor una barricada para proteger el monumento y las estatuas en los pedestales. Sin embargo un grupo de estos radicales derribó una protección que circundaba a la estatua de Francisco I. Madero, montado en un caballo, cuando se acercaron dos miembros de aquellos radicales e iban a empezar a pintar y a darle de marrazos, cuando una mujer valiente que marchaba las confrontó, indicándoles que su proceder estaba errado.
Les dijo: ¡No está bien que destruyan!.
Una de las radicales contestó agresivamente: ¡Quítate, hazte a un lado!.
- No, destruyendo no ganas nada y nos toman a todas por igual a ti.
La otra le gritó: - Déjate de chingaderas, quítate.
- La marchante gritó: ¡No me quito, no destruyan, quieren protestar, háganlo bien!
En lo que pasó este diálogo, que duró unos dos minutos, llegaron muchas mujeres policías a rodear esta estatua, impidiendo que las mujeres que iban a pintarrajear lo pudieran hacer, entonces éstas se retiraron y volvió la calma.
Ahí la marcha se detuvo, una líder se detuvo ante una antimonumenta e hizo una reflexión feminista que duró unos minutos, en medio de un silencio expectante y de la atención de las que la rodeábamos. En ese momento eran casi las cuatro de la tarde y decidí como medida precautoria terminar mi participación en aquella protesta pues necesitaba comer.
Salí del contingente a la altura de Bellas Artes, busqué un servicio público en el cual transportarme para dirigirme a mi casa y relativamente de manera sencilla lo logré.
Mi objetivo había sido cumplido, a mis casi 63 años había reafirmado con esta primera participación un camino que hasta el día de hoy he emprendido y por el cual , el de dar voz a las mujeres de cualquier edad, condición social o cultural que hayan sido violentadas de cualquier manera, solo porque no se pliegan a la cultura patriarcal, misógina y machista que nos rodea.
8 de marzo, 2020