#LectioDivinaFeminista Sedientas de desierto y Buena Nueva

Sedientas de desierto y Buena Nueva
Sedientas de desierto y Buena Nueva

Ciclo B

Domingo Tiempo Ordinario

Mc. 1, 12-15

En medio de una frenética era de actividad incesante, rendimiento e hiperconexiones globales, la estridencia exterior y el ruido en el interior de la persona parecen gritar por el desierto, lugar donde, a pesar de que se va sola, no hay aislamiento sino relación; aunque nos enfrentemos con un silencio ensordecedor podemos escuchar a la fuente más honda; si bien nos inmoviliza, no es signo de apatía o abatimiento, sino de plenitud serena y ecuánime; con todo y la oscuridad, una luz nos guía con constancia y certeza; pese a su monotonía, sobreabunda la vida, no obstante nuestra sensación de pequeñez, encontramos la inmensidad de D**s. Por más que sea árido, el desierto logra calmar nuestra sed por el misterio trascendente, una necesidad fundamental de la persona, anhelo intrínseco simplemente de ser, pura presencia contemplativa. Desde luego, en el desierto hay tentaciones, somos vulnerables ante las inclemencias del medio, pero también ante nuestros propios demonios personales internos y sociales interiorizados. Ese es el otro desierto que también lucharemos por cruzar.

Cuando leo el fragmento del Evangelio de hoy puedo alcanzar a sentir la experiencia de Jesús en el desierto, este largo tiempo de preparación para su misión, el mismo que también nos ofrece el ciclo litúrgico a los y las cristianas en la cuaresma. Ocurrirá la entrega más definitiva y humana de D**s, no sólo por lo que respecta a la cruz, su expresión más radical, la cual conmemoraremos de igual forma al final de nuestra propia preparación en el tiempo litúrgico de la Semana Santa. Antes, nos hace un don igual de trascendental, el anuncio mismo de la Buena Nueva especialmente a los últimos de la sociedad: las mujeres, los pobres, los que son y aman de maneras particulares y que hoy se llaman y llamamos lgbtg+, los migrantes, los indígenas, las personas que viven con una discapacidad, el medio ambiente mismo. El Reino de Dios ya está aquí, no hacen falta más sacrificios, luchas, sufrimientos o penitencias y está ya para quienes sufren las exclusiones, violencias e injusticias de una humanidad que no ha alcanzado a enterarse de su anuncio. No hay duda de que la proclamación de Jesús es liberadora, reivindica a los menores, restaura a los despreciados, dignifica a los miserables. No es necesario entretenernos en discusiones estériles que pretenden divinizar en exceso – si cabe – la vida y la misión de Jesús, el D**s que se comparte encarnado en su propia vida, actúa de maneras muy concretas y se manifiesta en la historia humana.

Creo que este pasaje nos da las claves para acercarnos a Jesús y al Cristo, a la persona y al Misterio, al salvador y al liberador, quien se retira al silencio y la oración como práctica cotidiana, lo mismo que gasta sus días activamente en consolar, sanar y denunciar las injusticias a lado de los otros. Es al tiempo, Marta y María, desierto y boda, acción y contemplación, silencio y palabra. Jesús es proceso, existencia concreta, se retira, se prepara, contempla y actúa. Es también las relaciones con esas otras y otros que acompañan su vida y su misión, no lo controla todo, ni puede anticiparlo, va discerniendo los signos, los mensajes junto con ellas y ellos, alimentado por una unión estrechisima con D**s y su misericordia, cultivada a través de la oración en solitario, así como la práctica de la compasión a lado de mujeres y hombres en lo cotidiano.

      En estos días, detengámonos, hagamos silencio, entreguémonos totalmente al recogimiento y la oración, contemplemos el Misterio en el desierto. Y como Jesús el Cristo, llenémonos de D**s para actuar por la transformación de nuestro mundo malherido y por la liberación de aquellos oprimidos por diferentes poderes, los que más sufren.

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