#Sentipensares 2025 La legítima y la otra, su hermana
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Sobre Raquel y Lía. Al hilo de la reflexión teológica en carne propia
| Juana Teresa
Tenía 19 años y había sufrido suficientemente de dolores físicos, a causa de una malformación congénita múltiple acompañada también de una endometriosis. Tampoco me libré a causa de todo ello del estigma de la esterilidad y sus contradicciones inmorales, mis encantos, belleza, valores, e inteligencia, no me libraron de ello.
A pesar de intentar reiteradamente romper con la relación del noviazgo (que fue concertado con mi padre y madre, sin contar conmigo previamente) por la dependencia que desarrolló hacia mi persona y teniendo yo muy claro su deseo de paternidad, lo intenté mil veces con escasos resultados hasta llegar a casarme, con ello aumentó mi tortura y malos tratos.
Consecuentemente los engaños, las mentiras, y los cambios de valores que nos habíamos prometido, se volvieron una traición permanente, dado que no estaban fundamentados en la profundidad humana que se requiere para ello a pesar del contexto de militancia en una dictadura franquista en este caso.
Mi lucha por los derechos de la clase obrera me absorbía de mi propia lucha personal en un paquete de justificaciones patriarcales y machistas sin nadie que me acompañara en no justificar y aclarar el hasta donde y el porqué de estas situaciones de malos tratos, desconsideración y de sufrimiento inútil.
Poco a poco mi capacidad reflexiva y mi trascendencia (entonces ya le llamaba Fe) con escasa formación cristiana y ninguna teológica, llegué a ser capaz de considerar la situación fruto de la pobreza humana de la que no podría esperar más que una compasión malentendida y abusada, como así fue.
Decidí enfrentarme a la situación desde otro lado, en el que supuestamente podría esperar otra respuesta, y romper el juego de amores insultante para nosotras, idiotizante, enfermizo e inmoral para él. Pero en un contexto tan patriarcal no lo tenía nada fácil, las mujeres también eran patriarcales, aunque alguna esperanza albergaba yo de lo que les pudiera latir en el alma de vergüenza, y de dignidad ante sí y ante el mundo.
Y honestamente convencida, llamé a la puerta de la otra (en esos momentos). La invité a tomar un café y hablar, ella languideció, se asustó, pensó que yo “la legítima” iba a insultarla o a agredirla, nunca más lejos de mi intención.
Tras convencerse de mi calma y honestidad, pasamos a un diálogo, en el que ella se situó a la defensiva de que lo suyo no era una aventura, sino una vivencia (experiencia de amor). Yo pasé a la reflexión sin anestesia, y defendí que no cuestionaba su amor, pero sí el de él, hacia ella y hacia mí. Y puesto que nos tomaba a ambas sin respeto y consideración, y para colmo, sintiéndose él mismo “víctima” de la situación, porque era incapaz de decidir.
Nos correspondía a nosotras tomar la iniciativa de vivir con dignidad, con alegría y en definitiva vivir la vida, pero no desde esa miserable situación. Yo quería un pacto de honor, si ella lo quería de verdad, pues adelante, yo jamás me interpondría, le dejé bien claro que nadie pertenecía a nadie, y que de lo único que se trataba era de no sufrir inútilmente. Pero fuera engaños, y mentiras piadosas. Y le desvelé el secreto que podía convertir en un arma ¡y así lo hizo! A él le importaba su paternidad sobre todas las cosas, y que naciera de sus espermatozoides, y yo nunca podría tener hijos.
Aunque no llegamos a ser amigas, tuvimos una breve y considerada relación de amistad, ensombrecida por ser yo “la legitima” y ella “la fértil”. Tuvieron un hijo, el hermoso precio de mi libertad.