INTERÉS POR LAS COSAS COMUNES, señal de salud corporativa
Un síntoma de salud corporativa es el interés por las cosas comunes. Dicho al revés, el desinterés por las cosas de todos es un signo de que la corporación no funciona bien, de que no hay cuerpo sino miembros aislados. Pondré algunos ejemplos.
Al final del curso, los centros educativos suelen tener un claustro escoba para revisar todos los temas pendientes. Es difícil mantener el interés por los temas que no le afectan a uno personalmente, por los asuntos comunes que sólo indirectamente pertenecen a todos. Lo común es interesarse sólo, apasionarse incluso hasta la discusión enfebrecida, por los temas personales, por los horarios del próximo curso, por los puentes acordados por decisión de todos, por las tutorías asignadas, por las horas de permanencia, etc, sin estar ni siquiera atentos cuando se están tratando temas que no guardan relación con la propia persona. El cuerpo no funciona cuando lo común no interesa a todos, cuando no hay preocupación por temas que sólo afectan a los alumnos, a otros miembros del claustro o a las meras exigencias del edificio.
Cuando se ve en la calle un desperfecto -una salida de agua, un animal muerto, por ejemplo-, hay quien pasa más aprisa para no ver, mientras que hay otras personas que se detienen, ven qué está ocurriendo y se molestan por avisar a la entidad responsable correspondiente. También se produce una reacción dispar parecida cuando la anomalía se refiere incluso a personas, cuando hay alguien tendido en la calle, o se ve a un niño o a un anciano con síntomas de estar perdidos o buscando orientación. La actitud ante estas anomalías es muy diversa, según el margen de interés que exista en cada cual por las cosas ajenas y comunes.
En entidades más reducidas o familiares, hay quienes se interesan por lo común y hay quienes pasan olímpicamente de todo lo que no es estrictamente personal. Un papel en el suelo, una planta necesitada de riego, un plomillo que se funde, un vaso que se rompe, los platos o restos que retirar de una mesa, algo desordenado que requiere reposición y orden,...; o incluso, una persona triste, alguien aburrido, un paseante necesitado de compañía, un visitante que precisa alguna orientación, alguien con dificultades en el ordenador,.., hay cosas y personas que demandan atención de los demás en la familia o en la comunidad, y hay quien está siempre presto para prestar estas ayudas y hay quien siempre encuentra excusas para no prestar atención a estos detalles. El comportamiento ante las cosas comunes no es igual, es bien distinto, entre los diversos miembros del colectivo integrante.
La salud del cuerpo depende del interés de todos por lo común. En las comunidades pequeñas en las que todos estamos insertos, esta regla se hace muy patente. Pero la regla tiene también aplicación a los colectivos más amplios. El desinterés por lo que ocurre más allá del ámbito de lo que uno conoce personalmente produce sociedades anémicas, es propio de las dictaduras -uno piensa y soluciona por todos- o de las sociedades muy desmembradas o enfermas, en las que sólo pagando se consigue el interés y la atención a los problemas comunes.
Puede resultar algo moralista, pero me parece que esta consideración es también realista y práctica para la reflexión de todos.
Al final del curso, los centros educativos suelen tener un claustro escoba para revisar todos los temas pendientes. Es difícil mantener el interés por los temas que no le afectan a uno personalmente, por los asuntos comunes que sólo indirectamente pertenecen a todos. Lo común es interesarse sólo, apasionarse incluso hasta la discusión enfebrecida, por los temas personales, por los horarios del próximo curso, por los puentes acordados por decisión de todos, por las tutorías asignadas, por las horas de permanencia, etc, sin estar ni siquiera atentos cuando se están tratando temas que no guardan relación con la propia persona. El cuerpo no funciona cuando lo común no interesa a todos, cuando no hay preocupación por temas que sólo afectan a los alumnos, a otros miembros del claustro o a las meras exigencias del edificio.
Cuando se ve en la calle un desperfecto -una salida de agua, un animal muerto, por ejemplo-, hay quien pasa más aprisa para no ver, mientras que hay otras personas que se detienen, ven qué está ocurriendo y se molestan por avisar a la entidad responsable correspondiente. También se produce una reacción dispar parecida cuando la anomalía se refiere incluso a personas, cuando hay alguien tendido en la calle, o se ve a un niño o a un anciano con síntomas de estar perdidos o buscando orientación. La actitud ante estas anomalías es muy diversa, según el margen de interés que exista en cada cual por las cosas ajenas y comunes.
En entidades más reducidas o familiares, hay quienes se interesan por lo común y hay quienes pasan olímpicamente de todo lo que no es estrictamente personal. Un papel en el suelo, una planta necesitada de riego, un plomillo que se funde, un vaso que se rompe, los platos o restos que retirar de una mesa, algo desordenado que requiere reposición y orden,...; o incluso, una persona triste, alguien aburrido, un paseante necesitado de compañía, un visitante que precisa alguna orientación, alguien con dificultades en el ordenador,.., hay cosas y personas que demandan atención de los demás en la familia o en la comunidad, y hay quien está siempre presto para prestar estas ayudas y hay quien siempre encuentra excusas para no prestar atención a estos detalles. El comportamiento ante las cosas comunes no es igual, es bien distinto, entre los diversos miembros del colectivo integrante.
La salud del cuerpo depende del interés de todos por lo común. En las comunidades pequeñas en las que todos estamos insertos, esta regla se hace muy patente. Pero la regla tiene también aplicación a los colectivos más amplios. El desinterés por lo que ocurre más allá del ámbito de lo que uno conoce personalmente produce sociedades anémicas, es propio de las dictaduras -uno piensa y soluciona por todos- o de las sociedades muy desmembradas o enfermas, en las que sólo pagando se consigue el interés y la atención a los problemas comunes.
Puede resultar algo moralista, pero me parece que esta consideración es también realista y práctica para la reflexión de todos.