"Primera Página" de Cebrián, y la "tentación egocéntrica"
La lectura de "Primera Página", el primer libro de "memorias" de Juan Luis Cebrián (publicado al final de 2016, cubriendo periodo 1944,nacimineto-1988,cese como Director de El País), reconozco que me ha apasionado. Intentaré explicar por qué.
Bien escrito. El libro está bien escrito. No es un refrito de trabajos anteriores, sino una redacción nueva, ejecutada con mucha soltura y buen pulso narrativo. Consigue lo que en la "Excusa" inicial dice pretender, "que el lector no se aburra y sea capaz de embutirse en el texto como si de un libro de aventuras se tratara"(página 15), lo consigue al menos en el caso de personas vinculadas al periodismo e interesadas por el fenómenos social de El País. Un redactor del periódico, no muy afecto precisamente al espíritu de la Casa, me reconocía, al comentar la aparición de este libro, que lo que es más claro de Cebrián es que escribe bien, que es un buen periodista.
Respeto a su padre. Cebrián es hijo de un hombre del régimen anterior, periodista y alto dirigente de "Arriba", Procurador de las últimas Cortes franquistas, "un adepto más al peculiar fascismo español"(176), que hace que se su hijo se reconozca como "educado en una familia del régimen" (176). Sin embargo, este libro de memorias no contiene ni un renglón en contra de su padre, lo trata siempre con respeto y hasta alaba su talante: "jamás nos adoctrinó a sus hijos y evitó siempre cualquier controversia respecto a nuestras convicciones o actitudes políticas" (176). Resulta muy positiva esta actitud siempre respetuosa, evitando incluso las ironías que frecuentemente se permite con el franquismo.
Pose antifranquista. Como ha hecho siempre el propio periódico El País, Cebrián tiene un claro afán de mostrarse antifranquista, nada deudor del régimen anterior y queriendo significarse siempre de forma clara frente a él. De pasada, hablando de un elegido como archivero del nuevo periódico, dice que "El Países un periódico sin hemeroteca, lo que le habría de facilitar su singladura pues no se tendría que arrepentir de haber publicado loas al régimen de Franco"(183). Son muy frecuentes las manifestaciones de haber estado siempre en contra del franquismo y, alguna vez también, las frase condenatorias del régimen anterior: Los de esta generación, "habíamos descubierto la gran estafa que la cultura oficial había perpetrado sobre nuestra historia, sobre nuestros orígenes y motivaciones, sobre nuestro destino y vocación colectivos"(363). Parece como si tuviera que excusarse por haber pertenecido a una familia claramente franquista.
Administración del ego. Refiriéndose a los intelectuales, sentencia que "administrar su ego es tarea en ocasiones sumamente difícil" y, hablando del literato Juan Goytisolo, afirma que no cayó en la "tentación egocéntrica"(362). No parece que se pueda decir lo mismo del propio Cebrián. Aunque arranca su inicial "A modo de excusa" con la tajante afirmación de que "escribir la propia biografía es uno de los actos más genuinamente narcisistas" (13), no creo que se pueda decir que consigue el propósito de que el libro deje de ser "fruto de mi egocentrismo"(14). Todo el volumen está lleno ampulosas alusiones a las actuaciones públicas tenidas por él y la impresión que ofrece su narración es que él es tan importante o más que los políticos con los que inevitablemente tiene contacto. Igualmente se puede decir de sus relaciones con los literatos: las narra (343-365) como si sus estrechos contactos con García Marquez, Vargas Llosa, los Goytisolo, Carlos Fuente, Ernesto Sábato, Mario Benedetti, Camilo J.Cela... los equiparse en la tarea, como si su propia tarea literaria fuese semejante a la de ellos. Frente a los políticos y frente a los escritores muestra una actitud demasiado suficiente, egocéntrica.
¿Dónde queda el católico? Me intrigaba conocer la opinión del director de El País sobre sus relaciones con la Iglesia, sobre su visión del catolicismo.
En la narración de su primera infancia y su juventud, no oculta su estrecha cercanía con el pensamiento católico y con la Iglesia. El influjo de su familia y del Colegio del Pilar es fuerte, con intensa vida religiosa durante toda su juventud e incluso con una prolongada atracción o vocación formalizada hacia el sacerdocio. Todo esto es coherente con la intensa relación que mantuvo inicialmente con Cuadernos para el Diálogo. Pero sus estancias en Francia e Inglaterra son mostradas como las causantes de su desvinculación personal con lo religioso: lo que allí observó y la excusa de su "nivel de inglés" que no le permitía entender bien "los sermones dominicales del cura de mi parroquia", le producen un alejamiento: "dejé de cumplir con el precepto dominical y nunca más volví a observarlo desde entonces. Me parece que fue así, empujado por el hedonismo y la curiosidad, como empecé a abandonar la práctica religiosa, que ya no he vuelto a recuperar. Y aunque todavía era creyente, y vivía obsesionado por los sentimientos de culpa, comenzó a nacer en mi una actitud autoindulgente que con el tiempo se consolidaría"(104). Sobre la "experiencia repugnante" tenida con un formador de su Colegio, la narra con cierto detalle y dice que "me turbó", pero añade que "no creo que haya determinado para nada el resto de mi vida"(108). Poco más dice sobre el transcendente aspecto de su vida religiosa personal.
Y sobre la orientación religiosa del periódico, tampoco se extiende en demasía. Cuenta que "la primera visita del papa Juan Pablo II me permitió estrechar la mano del Pontífice", pero esta mención sólo le sirve para afirmar que "las primeras relaciones del diario con la jerarquía eclesiástica, que habían sido cordiales en los primeros tiempos del postfranquismo" en los tiempos de Tarancón y Martín Patino, cambiaron por completo "con la deriva reaccionaria en el episcopado español" que produjo "la llegada de Woytila al trono de San Pedro"(325). Este cambio no fue comprendido por algunos miembros del propio Consejo del periódico, "militantes más o menos destacados del integrismo católico, que aprovecharon esta circunstancia para arremeter contra la línea del diario, defensor siempre de un laicismo irrestricto (sic) y de leyes que garantizaran la libertad sexual y el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo"(325). Tampoco sobre este enjundioso aspecto trata mucho más en todo el libro.
Puede que el tratamiento de lo religioso en El País -mucho espacio, pero con un sesgo muy notable- sea uno de los que él mimo reconoce como "olvidos no siempre involuntarios"(14) en su narración. El respeto que guarda con su padre no lo muestra igual con la madre Iglesia. Las personas obsesionadas con el talante antieclesiástico de El País -conozco alguna que no consiente ni tocar siquiera el papel de este periódico-, no van a encontrar excusas ni atenuantes en la lectura -si la hacen- de este libro.
¿Incumplidos bellos propósitos? El libro está lleno de valoraciones positivas sobre su trabajo periodístico -"una de las tareas más apasionantes que hubieran podido imaginarse en el devenir de la transición política española"(379) y sobre el papel que deseaba para su periódico: "Un instrumento de diálogo colectivo para una sociedad cambiante y abierta a toda clase de novedades, como ha sido la España del postfranquismo", y esto realizado con plena independencia: "los diarios se deben a sus lectores, son de sus lectores, y en la búsqueda de su independencia han de guardar fidelidad a estos antes incluso que a quienes los escriben, los dirigen o los gerencian"(379).
Como en todo el libro, queda la duda de hasta qué punto se han convertido en realidad, en su vida y en el periódico, todos los buenos deseos tan bellamente expresados.
Respeto a su padre. Cebrián es hijo de un hombre del régimen anterior, periodista y alto dirigente de "Arriba", Procurador de las últimas Cortes franquistas, "un adepto más al peculiar fascismo español"(176), que hace que se su hijo se reconozca como "educado en una familia del régimen" (176). Sin embargo, este libro de memorias no contiene ni un renglón en contra de su padre, lo trata siempre con respeto y hasta alaba su talante: "jamás nos adoctrinó a sus hijos y evitó siempre cualquier controversia respecto a nuestras convicciones o actitudes políticas" (176). Resulta muy positiva esta actitud siempre respetuosa, evitando incluso las ironías que frecuentemente se permite con el franquismo.
Pose antifranquista. Como ha hecho siempre el propio periódico El País, Cebrián tiene un claro afán de mostrarse antifranquista, nada deudor del régimen anterior y queriendo significarse siempre de forma clara frente a él. De pasada, hablando de un elegido como archivero del nuevo periódico, dice que "El Países un periódico sin hemeroteca, lo que le habría de facilitar su singladura pues no se tendría que arrepentir de haber publicado loas al régimen de Franco"(183). Son muy frecuentes las manifestaciones de haber estado siempre en contra del franquismo y, alguna vez también, las frase condenatorias del régimen anterior: Los de esta generación, "habíamos descubierto la gran estafa que la cultura oficial había perpetrado sobre nuestra historia, sobre nuestros orígenes y motivaciones, sobre nuestro destino y vocación colectivos"(363). Parece como si tuviera que excusarse por haber pertenecido a una familia claramente franquista.
Administración del ego. Refiriéndose a los intelectuales, sentencia que "administrar su ego es tarea en ocasiones sumamente difícil" y, hablando del literato Juan Goytisolo, afirma que no cayó en la "tentación egocéntrica"(362). No parece que se pueda decir lo mismo del propio Cebrián. Aunque arranca su inicial "A modo de excusa" con la tajante afirmación de que "escribir la propia biografía es uno de los actos más genuinamente narcisistas" (13), no creo que se pueda decir que consigue el propósito de que el libro deje de ser "fruto de mi egocentrismo"(14). Todo el volumen está lleno ampulosas alusiones a las actuaciones públicas tenidas por él y la impresión que ofrece su narración es que él es tan importante o más que los políticos con los que inevitablemente tiene contacto. Igualmente se puede decir de sus relaciones con los literatos: las narra (343-365) como si sus estrechos contactos con García Marquez, Vargas Llosa, los Goytisolo, Carlos Fuente, Ernesto Sábato, Mario Benedetti, Camilo J.Cela... los equiparse en la tarea, como si su propia tarea literaria fuese semejante a la de ellos. Frente a los políticos y frente a los escritores muestra una actitud demasiado suficiente, egocéntrica.
¿Dónde queda el católico? Me intrigaba conocer la opinión del director de El País sobre sus relaciones con la Iglesia, sobre su visión del catolicismo.
En la narración de su primera infancia y su juventud, no oculta su estrecha cercanía con el pensamiento católico y con la Iglesia. El influjo de su familia y del Colegio del Pilar es fuerte, con intensa vida religiosa durante toda su juventud e incluso con una prolongada atracción o vocación formalizada hacia el sacerdocio. Todo esto es coherente con la intensa relación que mantuvo inicialmente con Cuadernos para el Diálogo. Pero sus estancias en Francia e Inglaterra son mostradas como las causantes de su desvinculación personal con lo religioso: lo que allí observó y la excusa de su "nivel de inglés" que no le permitía entender bien "los sermones dominicales del cura de mi parroquia", le producen un alejamiento: "dejé de cumplir con el precepto dominical y nunca más volví a observarlo desde entonces. Me parece que fue así, empujado por el hedonismo y la curiosidad, como empecé a abandonar la práctica religiosa, que ya no he vuelto a recuperar. Y aunque todavía era creyente, y vivía obsesionado por los sentimientos de culpa, comenzó a nacer en mi una actitud autoindulgente que con el tiempo se consolidaría"(104). Sobre la "experiencia repugnante" tenida con un formador de su Colegio, la narra con cierto detalle y dice que "me turbó", pero añade que "no creo que haya determinado para nada el resto de mi vida"(108). Poco más dice sobre el transcendente aspecto de su vida religiosa personal.
Y sobre la orientación religiosa del periódico, tampoco se extiende en demasía. Cuenta que "la primera visita del papa Juan Pablo II me permitió estrechar la mano del Pontífice", pero esta mención sólo le sirve para afirmar que "las primeras relaciones del diario con la jerarquía eclesiástica, que habían sido cordiales en los primeros tiempos del postfranquismo" en los tiempos de Tarancón y Martín Patino, cambiaron por completo "con la deriva reaccionaria en el episcopado español" que produjo "la llegada de Woytila al trono de San Pedro"(325). Este cambio no fue comprendido por algunos miembros del propio Consejo del periódico, "militantes más o menos destacados del integrismo católico, que aprovecharon esta circunstancia para arremeter contra la línea del diario, defensor siempre de un laicismo irrestricto (sic) y de leyes que garantizaran la libertad sexual y el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo"(325). Tampoco sobre este enjundioso aspecto trata mucho más en todo el libro.
Puede que el tratamiento de lo religioso en El País -mucho espacio, pero con un sesgo muy notable- sea uno de los que él mimo reconoce como "olvidos no siempre involuntarios"(14) en su narración. El respeto que guarda con su padre no lo muestra igual con la madre Iglesia. Las personas obsesionadas con el talante antieclesiástico de El País -conozco alguna que no consiente ni tocar siquiera el papel de este periódico-, no van a encontrar excusas ni atenuantes en la lectura -si la hacen- de este libro.
¿Incumplidos bellos propósitos? El libro está lleno de valoraciones positivas sobre su trabajo periodístico -"una de las tareas más apasionantes que hubieran podido imaginarse en el devenir de la transición política española"(379) y sobre el papel que deseaba para su periódico: "Un instrumento de diálogo colectivo para una sociedad cambiante y abierta a toda clase de novedades, como ha sido la España del postfranquismo", y esto realizado con plena independencia: "los diarios se deben a sus lectores, son de sus lectores, y en la búsqueda de su independencia han de guardar fidelidad a estos antes incluso que a quienes los escriben, los dirigen o los gerencian"(379).
Como en todo el libro, queda la duda de hasta qué punto se han convertido en realidad, en su vida y en el periódico, todos los buenos deseos tan bellamente expresados.