Sueños e insomnios sobre la vida religiosa

“Ahí viene el soñador”, dijeron los hermanos de José al verle venir hacia ellos. No es el único personaje al que la Biblia relaciona con los sueños: soñó Abrán que Dios lo bendecía aunque aún no había recibido su nombre definitivo (Gen 15,12); soñó Jacob y vio una escalera que comunicaba el cielo con la tierra (Gen 28,12); soñó el Faraón y vio vacas gordas y vacas flacas pastando junto al Nilo (Gen 41,2-3); soñó Nabucodonosor y se agobió tanto, que buscó a Daniel para que le explicara su pesadilla (Dn 2,1); habló Joel (y con lenguaje inclusivo, qué detalle) de un pueblo en el que iban a profetizar jóvenes y muchachas (Jl 3,1).

En el NT sueña José y se despierta decidido a llevarse a María a su casa (Mt 2,12); sueñan los Magos y, al cambiar de camino en su retorno, se libran de los desvaríos de Herodes (Mt 2,12); vuelve a soñar José y descubre que ha llegado el tiempo de volver a Nazaret (Mt 2,19); sueña la mujer de Pilatos y su sueño la alarma porque están condenando al Inocente (Mt 27,19).

Y aquí andamos hoy los que vivimos esta vida un poco rara que calificamos, con más o menos acierto, como de seguimiento, empeñados unas veces en seguir soñando y sin pegar ojo otras, porque el futuro que entrevemos nos provoca insomnio y el presente en ocasiones también.

- "Cuenta las estrellas si puedes”, le había dicho el Señor a Abrán, pero nosotros refunfuñamos por lo bajo: - Pues sí que estamos para ponernos a contar, si nos sobran dedos de la mano para contar a la gente en formación. Y encima, instalados hace años en el punto B del sueño del faraón: solo vacas flacas y con poca pinta de engordar y aumentar, por más planes de pastoral vocacional en los que nos atareamos.

Afortunadamente, si no son nuestras fantasías sino Otro quien los inspira, los sueños siguen ahí, tenaces y persistentes, sosteniendo nuestros desánimos y sin darnos tregua hasta que los hagamos realidad. Esto hemos aprendido de los soñadores bíblicos:

- a plantar nuestra escalera bien abajo pero en comunicación con lo de arriba; con las raíces en lo humano, en medio de la gente, respirando sus mismas búsquedas, participando de sus esperanzas y de sus problemas. Porque eso es ya innegociable y no hay retroceso posible hacia un espiritualismo etéreo, ni hacia un secularismo reseco y despalabrado.

- a repetir con la terquedad de Habacuc: “- Aunque los campos no dan cosechas y no quedan vacas en el establo, yo festejaré al Señor gozando con mi Dios salvador” (Ha 3,18).

- a buscar otros caminos diversos de los ya recorridos, aunque supongan cambios, riesgos y desconciertos.

- a dar libertad a los jóvenes para que profeticen y a ellas para que tengan visiones, sin chafarles los sueños con lo de que “eso ya lo soñamos los de nuestra generación, y salió fatal”.

- a acoger con una alegría nueva en nuestra casa a esos huéspedes, Jesús y su Madre, que son sus únicos dueños (y los otros okupas, que salgan zumbando).

- a volver al Nazaret de nuestros orígenes, con el mismo brillo en los ojos de quienes iniciaron la aventura, pidiéndoles que se encarguen de re-encantar al novicio/a que fuimos, pero con la madurez que nos han dado muchos años de relación y de amor

- a entregar la vida en el servicio a los inocentes de hoy, condenados injustamente por el pecado del mundo.

- a reconocer como tiempo de gracia el que ahora nos toca vivir.

Para terminar, una conjetura: quizá Jesús, mientras cruzaba el lago con sus amigos, rezaba el salmo 126: “Si el Señor no construye la casa ni guarda la ciudad, son inútiles nuestros agobios: sus dones vienen a nosotros durante el sueño…” Y por eso dormía tan tranquilamente en la barca, en medio de la tempestad.
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