Hace unos días celebrábamos el día del Domund. Ante dicha celebración me preguntaba cómo irradiar a Aquel que se encarnó y compartiendo nuestra humanidad nos dio a conocer el gran amor que Dios nos tiene a cada uno de nosotros.
Jesús fue acogido, tan solo por una pequeña parte del pueblo de Israel. En este sentido no debemos desilusionarnos ante el rechazo e indiferencia de las personas de nuestra sociedad.
Nuestros misioner@s son un ejemplo para todos nosotros de fortaleza y esperanza. La Iglesia tiene la misión de transformar el mundo. El problema es cómo lo hace. Quizá, en ocasiones, forzando e imponiendo una conversión de masas. Pero quedémonos con las expresiones de esperanza y consuelo de nuestro Señor: “Venid a Mí los que estáis cansados...” (Jn 21,12); “Yo soy, no tengáis miedo” (Jn 6,20)... quedémonos con su palabras de calidez y amor pronunciadas y sentidas desde y con el corazón.
Dios tiene un camino para cada persona, una gracia o don del que debemos tomar conciencia y con alegría saber ponerlo a disposición de los demás.
“La Palabra es luz para los pueblos” (era el lema del Domund para este año). No nos conformemos con las “migajas” cuando podemos llegar al fondo. Acojamos lo más hermoso y olvidémonos de lo demás.