El desafío de medir con la medida del reino
Comentario bíblico a las lecturas
| Eduardo de la Serna
El desafío de medir con la medida del reino
DOMINGO VIGESIMOSEGUNDO - "C"
Eduardo de la Serna
Lectura del libro del Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29
Resumen: Dos actitudes diferentes ante el conocimiento marcan dos conclusiones distintas. La humildad que nos pone en el encuentro con Dios, y la falta de conocimiento de las propias fuerzas, el orgullo que nos extravía y nos conduce al pecado.
Una serie de proverbios que aluden al padre y la madre (3,2-16) preceden una nueva unidad en la que la humildad (tapeinôs) y su opuesto, son protagonistas (3,17-29). En 3,30 comienza una nueva unidad centrada en la actitud frente a los pobres (3,30-4,10).
El que obra con humildad será amado (v.17), hallará gracia (v.18) y “glorificará a Dios” (v.20). Por el contrario, a los que no reconocen sus propias fuerzas, les espera el descarrío y el extravío (v.24). Teniendo en cuenta que las fuentes de la sabiduría son lo que nos es “encomendado” (v.22), la escucha atenta de las “parábolas” (v.29) se muestra un evidente contraste entre el corazón endurecido (kardía sklêrà) (v.26) y el corazón sabio (kardía sinetou) (v.29).
Es muy probable que el autor esté escribiendo en conflicto con los pensadores griegos, y a ellos se refiera al aludir a quienes tienen un corazón endurecido, son orgullosos, el pensamiento los excede. En ese caso se estaría refiriendo a ellos en contraste con la sabiduría de Israel. Como se ve, en estos casos el autor no está aludiendo a la humildad como actitud frente a la vida, sino en cuanto al conocimiento, de allí su contraste ante los que los sobre pasa. Esta humildad ya era frecuente en Sir (1,27; 4,8; 7,16-17; 10,26-28), Proverbios (11,2; 15,33; 18,12; 22,4) e incluso en la regla de Qumrán (1QS 2,23-25; 3,8-9; 4,3; 5,3.24-26). La diferencia viene dada por un lado por la humildad del ser humano ante Dios y por otra la actitud soberbia de no reconocer los límites.
Lectura de la carta a los Hebreos 12, 18-19. 22-24
Resumen: dos posibilidades se le presentan a los cristianos, seguir los caminos de la idolatría, o seguir el camino del encuentro, de la gracia, de la fiesta que es el camino de la fidelidad –santidad- a las cosas de Dios. Este encuentro festivo nos hace desde ya participar desde el bautismo –aunque podríamos rechazarlo- de las cosas de Dios.
La carta a los Hebreos está concluyendo, y el autor quiere exhortar a una vida coherente con todo lo que ha señalado en la carta, muchos de los temas que aquí retomará brevemente a modo conclusivo. Destaca aquí la urgencia de una vida “santa” y en paz (12,14), y presentará en 12,14-29 la santidad y en 13,1-19 la vida en paz con el prójimo.
Señalando la santidad, destacará que la infidelidad es una posibilidad; tal es el caso de Esaú (v.16). En este caso, destaca que hay 3 elementos fundamentales que se deben evitar: verse privados de la gracia, evitar toda “raíz amarga” y que no haya “fornicarios”. Particularmente estos dos últimos casos, aluden claramente a la idolatría (la “raíz amarga” es cita de Dt 29,17 donde habla de la idolatría; y la “fornicación” es habitual metáfora de la idolatría, cf. Jer 2,20; Os 1,2; Ez 16,15-19). El amor a los propios intereses, a lo material (como la venta de la bendición de la primogenitura de Esaú) puede hacer olvidar a Dios mismo. Por eso contrasta dos actitudes en “el monte” (vv. 18-24). Por un lado la experiencia trágica en el monte Sinaí (vv. 19-20, omitida en la liturgia; con alusiones a Dt 4,11-12; 5,22-27; Ex 19,16-19; 20,18 destacando la dimensión terrorífica del acontecimiento cosa que logra sin mencionar a Dios en toda la unidad); y –por otro lado- la experiencia salvífica en el monte Sión (vv.22-24) donde alude a la “Jerusalén del cielo” (cf. 11,10.16). Ciertamente el contraste viene dado en el Sinaí, como “emblema” de Israel, y la “Jerusalén celestial” como imagen de la Iglesia; es la ciudad esperada por los patriarcas (11,10), la ciudad de descanso del pueblo definitivo (10,16.19). El clima del Sinaí es de angustia, negativo (e impersonal, ni el pueblo ni Dios aparecen), no hay relaciones humanas, no hubo alianza, de aquí que no hay nada que lamentar en que esa etapa haya sido superada. En la otra experiencia, en cambio, todo es encuentro, hay personas, hay Dios, hay fiesta. Dios no es el terrible, sino el cercano, hay reunión pacífica y fraterna (y sororal, acotemos). El clima de fiesta (v.22; cf. Dt 7,10) es de alabanza, asamblea, adoración, de “nueva alianza”. Alianza de una sangre que habla mejor que la del justo Abel (cuya sangre es un clamor que Dios escucha, Gen 4,10).
Teniendo en cuenta las maravillas del AT el autor las toma para destacar la superioridad excelente de las cosas nuevas; una liturgia donde miles de ángeles participan (v.22), un reino indestructible (v.28). Mientras al monte Sinaí no podían acercarse y tocarlo (v.20) al monte Sión se acercan, como el Hijo de hombre se acercó al trono del Altísimo a recibir el reino universal y eterno (Dn 7,14.18). Se participa ya de lo que se anuncia como futuro (10,25) y ocurrirá cuando Cristo venga (9,28).El bautismo nos hace participar desde “ya” de lo que “todavía” esperamos. La vida en la “asamblea” (ekklesía) de los “primogénitos” (lo contrario de Esaú, que “vendió su primogenitura”) compromete desde “ya” a una vida concreta –aquí y ahora, encarnada, en el “mundo”- a los bautizados (10,24-25), a ser hospitalarios (13,1; algo fundamental en el cristianismo de la segunda generación en adelante).
Ahora bien, si los que escucharon y no siguieron la voz del Sinaí, perecieron, ¡Cuánto más! Ocurrirá a los que rechacen hoy la voz del cielo (ya hemos visto este procedimiento típico judío llamado kal wahomer) (v.25), algo que –siguiendo al profeta Ageo 2,7 ocurrirá en los días finales (vv.26-27 citando una parte solamente de Ageo en su versión griega para destacar el temblor, cf. Jue 5,4; Sal 68,8). Pero esta parte ya se encuentra omitida por la liturgia.
+ Evangelio según san Lucas 14, 1. 7-14
Resumen: Dos escenas en torno a una mesa se suscitan a partir de la comida a la que Jesús es invitado. En ambas Jesús propone el desafío contracultural del reino en la que los valores tradicionales son subvertidos, sea el valor del reconocimiento público del propio honor, o la retribución que se espera luego de que se ha dado un banquete. La mirada desde los últimos vuelve a ser propia de Jesús y su lógica.
En una nueva de las frecuentes comidas de Jesús, propias de Lucas, se desencadenan una serie de acontecimientos y debates. La liturgia, luego de presentar el marco narrativo (la comida en casa de uno de los jefes de los fariseos) omite el primer debate sobre el sábado y empieza una serie de temas sobre las comidas.
En primer lugar una intervención al notar que los invitados eligen los primeros lugares (v.7) que finaliza con un frecuente dicho errante (v.11; cf. 18,14; Mt 23,12; cf. Sgo 4,6.10; 1 Pe 5,6). Luego se señala un nuevo dicho (v.12), esta vez dirigido a quien lo había invitado finalizado con una “bienaventuranza” (v.14). Ante una nueva intervención de un comensal (v.15) Jesús pronuncia una parábola (vv.16-24) que finaliza con un dicho del personaje principal, mientras que en v.25 comienza una nueva escena nuevamente con Jesús “caminando”. La liturgia nos presenta los dos primeros momentos, y omite la parábola ilustrativa de toda esta escena.
Las diferentes actitudes de Jesús en las comidas –particularmente la importancia que Lucas les da- muestran elementos que deben destacarse de modo importante. Tenemos comidas con “publicanos y pecadores”, en las que lo habitual es la “murmuración” de los testigos, y comidas en casas de fariseos que parecen seguir en cierto modo el esquema del género literario de los simposios (Plutarco). Esto es una comida a la que un personaje importante es invitado y –a partir de algo fuera de lo común que este hace- se desencadena un debate entre los asistentes. En este caso, lo que Jesús –el invitado- hace, es curar en sábado. Pero luego de este pequeño diálogo sobre el sábado, encontramos las escenas mencionadas.
Es bueno destacar que en el mundo antiguo habitualmente no se come sino con quien es “como uno”. El esquema visible del “honor” hacía imposible que uno compartiera la mesa con alguien con menor honor ya que eso manifiesta pública y visiblemente que uno se reconoce públicamente como des-honroso. Jesús es invitado porque para los fariseos se trata de alguien de un honor semejante (y por eso escandaliza cuando come con personas de menor honor, como es el caso de los publicanos). Sin embargo, hay algunas ocasiones en las que un banquete incluye gente de los más diversos grados de honor. Es el caso –por ejemplo- de un homenaje a un benefactor, en el que todo el pueblo participa. Sin embargo, los lugares en la mesa son indicio visible y evidente de las diferencias de honor de esos mismos participantes. Junto al agasajado se sientan los principales, y a medida que se van alejando, el honor es menor, terminando con clientes y esclavos. Un indicio de esto es que en la mesa no comen todos lo mismo, y mientras junto al homenajeado se sirven los mejores manjares, en la otra punta la comida es vulgar. Elegir los primeros lugares es –precisamente- una manifestación pública y visible del honor con que una persona se auto-comprende. En este sentido, ir a ubicarse al último lugar es a su vez una manifestación también visible del lugar que uno mismo se asigna. Es estigmatizante, y a su vez es una manifestación pública del honor que uno se asigna ante los demás.
Jesús es invitado a casa de un “jefe” (arjontes) de los fariseos. Los “jefes” suelen ser adversarios de Jesús (23,13.35; 24,20; Hch 3,17; 4,5.8.26; 13,27) pero en este caso parece referir simplemente a un líder del grupo. Pero ya sabemos que estos quieren ponerle una trampa a Jesús en lo que diga (11,53-54) y que se “las dan de justos delante de los hombres” (16,15), por tanto que esta invitación a comer sea un sábado deja abonado el terreno del conflicto. Por tanto, no es razonable leer lo que sigue a continuación como meros dichos neutros, como “notas de mesa”.
En este caso Jesús presenta una parábola (aunque no lo sea precisamente), y se trata de una boda. Precisamente una fiesta a la que el pueblo entero está invitado. Es una característica parábola de actitudes contrapuestas (“no te pongas en el primer lugar” / “ve a sentarte en el último puesto”) que parece inspirarse en textos sapienciales (Pr 25,6-7; Sir 3,17-20), a lo que se añade la valorización cultural del “honor”. Ver que “buscan el primer lugar” (prôtoklisias) es algo que Mt 23,6 había señalado y Lucas en su paralelo de 11,43 había omitido, quizás para reservarlo a este momento. El honor (v.10) y la vergüenza (v.9) muestran esta diferencia contrapuesta. Sin embargo, la escena que parecería una estrategia precisamente para visibilizar el honor ante todo el mundo, finaliza con un dicho de Jesús que invita a otra lectura.
“Pues todo el que se ensalce, será humillado y el que se humille, será ensalzado” (v.11). Evidentemente encontramos aquí también una escena contrastante como la de la parábola; sin embargo, lo que llama la atención en este caso es la doble voz pasiva (será humillado / será ensalzado). Como es frecuente en la Biblia –especialmente en el período post-exílico, la voz pasiva es un modo frecuente de aludir a Dios sin nombrarlo (obviamente es algo que se da cuando no es visible quién es el hacedor del verbo). En este caso lo que se afirma es que Dios ensalzará y Dios humillará. Y esto nos cambia el enfoque de la escena. No se trata de ser exaltado / humillado por el que nos ha invitado a la cena, sino por Dios mismo. Esto indica que para Jesús Dios ve nuestra realidad con otros ojos distintos a aquellos con los que la sociedad ve a las personas. Los que son tenidos por valiosos (honor significa “valor” para el mundo antiguo; lo que una persona vale para la sociedad) no necesariamente son valorados por Dios. Mientras la sociedad contemporánea veía a determinadas personas (por su oficio, por su familia, por su trayectoria, por ejemplo) con un honor que los ponía por encima o por debajo de los demás, Jesús nos dice que Dios no lo ve así; la voz pasiva nos indica que Dios lo ve precisamente a la inversa. La sociedad de su tiempo valoraba que una persona se mostrara ante todos como importante, mientras que rechazaba a los que se mostraban humildes; es interesante notar que la “humildad” era habitualmente tenida por defecto, no como virtud por los moralistas griegos;; como algo propio de los esclavos, por ejemplo. El término es propiamente cristiano (recordar que el término, en la primera lectura no se refiere a la humildad como virtud sino en referencia a lo intelectual, al aprendizaje). La inversión de los valores en la dinámica del reino es algo habitual en Lucas: 1,48.52; 3,5; 10,15; 14,11; 18,14; Hch 2,33; 5,31.
En un segundo momento se dirige al que lo había invitado, el jefe de los fariseos. La sociedad antigua era sumamente exteriorizada: el homenaje a un benefactor debe ser bien visible por todos: un banquete fastuoso, una estatua o un templo dedicado a una divinidad en su honor; todo debía hacerse a la vista de todos. Pero precisamente por eso, también a la vista de todos debía manifestarse la gratitud por los beneficios recibidos. Si uno era convidado a un banquete importante, debía dar otro banquete a su vez, y éste debía ser más suntuoso, con más invitados, para manifestar la gratitud con aquel que nos ha convocado. No ser suficientemente agradecido era sumamente grave. Jesús, entonces, propone una nueva actitud, nuevamente contracultural. “Cuando des… no invites” (el mismo esquema que en v.8). Lucas varía indistintamente las palabras [cena (v.12), boda (v.8), comida (v.12), recepción (v.13)], y aquí se refiere a una “recepción” (doxê), como la que Leví ofreció a Jesús (5,29). Los cuatro invitados habituales contrastan ahora con cuatro inesperados: pobres, lisiados, cojos, ciegos (los mismos cuatro –por otra parte- que se repetirán en la parábola que viene a continuación (v.21; cf. 7,22 sin “lisiados”); son grupos excluidos del sacerdocio (Lev 21,17-21, e incluso de la guerra santa para los miembros de Qumrán (1 QM 7,4) y del banquete escatológico:
Que ningún hombre contaminado por alguna de las impurezas de hombre entre en la asamblea de éstos; y todo aquel que está contaminado por ellas que no sea establecido en su función en medio de la congregación. Y todo el que está contaminado en su carne, paralizado en sus pies o en sus manos, cojo, ciego, sordo, mudo, o contaminado en si carne con una mancha visible a los ojos, o el anciano tambaleante que no puede mantenerse firme en medio de la asamblea, éstos no entrarán a ocupar su puesto en medio de la congregación de los hombres famosos, porque los ángeles de santidad están en medio de la congregación” (1 QSa 2,5-6)
La referencia en primer lugar a los pobres parece ser inclusiva, y puede leerse: “invita a los pobres, como por ejemplo, a los lisiados, cojos, ciegos...). El contraste –evidentemente- está dado entre los que pueden y los que no pueden “invitar a su vez”, es el modo de ser “compasivos, como es compasivo el Padre” (6,36), como en la escena anterior, Jesús invita a medir con “la medida del reino”..
Pero esto destaca a su vez otros elementos: por un lado, una renuncia no sólo a lo visible y exterior, sino también un reconocimiento de una igualdad explícita que viene dada por la comunión de mesa. Pero esto incluye una renuncia al honor al que se tiene derecho y en el que se manifiesta –siempre visiblemente- la valía que la sociedad reconoce a determinada persona o colectivo. Invitar a los que no tienen honor no es –solamente- un gesto de “caridad”, es una estigmatización social, un aceptar ser –ante todos- de bajo honor en la mesa compartida. Por otro lado, la gratuidad, que es algo propio de la lógica del reino. Éste no se guía con el “do ut des” (te doy y me das) propio de cierta religiosidad, y la lógica mercantil, sino del simple dar, como donación de sí.
Una nueva “voz pasiva” que refiere a Dios concluye la unidad: “(Dios) te recompensará en la resurrección de los justos”. El “banquete” es expresión escatológica (cf. 13,29) y alude, por lo tanto, a la resurrección, la cual –por otra parte- era particularmente creída por los fariseos (cf. Hch 23,6).
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