Preocupación de todas las civilizaciones La divinidad de los pobres, los vicarios de Cristo
Amenemope afirma, contra la codicia: "No extiendas tu mano contra un anciano que se aproxima (…) No desplaces el mojón de las lindes del campo"
Insisten los profetas que para encontrarse con Dios no hay que recurrir al culto sino a encontrarse con los (y las) demás como hermanos en la búsqueda y práctica del “derecho y la justicia”
Los discípulos de Pablo se ocuparán de insistir que “la codicia es una forma de idolatría” (Col 3,5)
Los discípulos de Pablo se ocuparán de insistir que “la codicia es una forma de idolatría” (Col 3,5)
| Eduardo de la Serna
No cabe duda que hablar de los pobres es entrar en un terreno de múltiples lecturas. Es un término, una idea y un colectivo verdaderamente amplio. Y, en cierta manera, es importante saber de qué y – sobre todo – de quiénes hablamos y qué decimos, a fin de entendernos. El tema es amplísimo, pero intentaré señalar lo que considero fundamental “en cristiano”. Y este es mi punto de partida… hablo “en cristiano”, las consecuencias obviamente abarcan e implican lo social, lo económico, lo político, lo internacional, etc. Pero, ante todo y sobre todo, quiero pensar “en cristiano”.
I./1 En el mundo antiguo, no solamente en Israel, la preocupación por la justicia era un tema importante. El egipcio Herkhuf en su autobiografía afirma: “Di pan al hambriento, vestí al desnudo, transporté al que no tenía barca”. El dios creador afirma: “He realizado cuatro acciones buenas en el pórtico del Horizonte; he creado los cuatro vientos, para que todos los hombres puedan llenarse de él los pulmones, cada uno igual que su contemporáneo; es mi primer beneficio. He hecho la gran inundación [se refiere a la inundación del Nilo que da fecundidad a la tierra] para que el pobre tenga derecho a sus beneficios igual que el rico; es mi segunda acción. He hecho a todo hombre semejante a su prójimo; nunca les he ordenado hacer el mal, son sus corazones los que han transgredido mis preceptos; es mi tercera acción” (ANET [Ancient Near Estern Texts] 7s).
Amenemope afirma: “Guárdate de robar al pobre y de oprimir al débil. No extiendas tu mano contra un anciano que se aproxima (…) No desplaces el mojón de las lindes del campo; no alteres la posición de la cuerda de medir, no seas codicioso por un palmo de tierra ni traspases las lindes de la viuda. Guárdate de quien hace esas cosas: es un opresor del débil” (ANET 421-424).
'Para que el pobre tenga derecho a sus beneficios igual que el rico (···) He hecho a todo hombre semejante a su prójimo'
En Mesopotamia, en Lagash y en Ur, hay referencias semejantes: “el huérfano no fue entregado al hombre rico, la viuda no fue entregada al poderoso, el hombre de un siclo no fue entregado al hombre de una mina [una mina son aproximadamente 60 siclos, Ez 45,12]” (ANET 523-525). El código de Hammurabi afirma:
“Los dioses me llamaron y me convertí en pastor benéfico cuyo cetro es justo (…) siempre los goberné en paz, los protegí con mi sabiduría. Para que el poderoso no oprima al débil, para que se haga justicia al huérfano y a la viuda” (ANET 163-180, XXIV,40-74).
Los hititas insisten en un himno al dios Telepino: “Del oprimido, del humilde… tú eres padre y madre; la causa del humilde, del oprimido, tú, Telepino, te la tomas a pecho” (ANET 397).
I./2 Valgan estos ejemplos simplemente para notar que cuando el tema irrumpe en Israel no se trata de una novedad, aunque tenga características propias. Es evidente que los profetas, particularmente – pero no solo – Amos y Miqueas, son vehementes y muy firmes con este tema. Muchas de las cosas que dicen serían hoy irrepetibles por no ser “políticamente correctas”. Llamar a las mujeres ricas que se desentienden de la suerte del pobre “vacas de Basan” sería hasta causa de denuncia (Amós 4,1). Por todas partes insisten los profetas que para encontrarse con Dios no hay que recurrir al culto sino a encontrarse con los (y las) demás como hermanos en la búsqueda y práctica del “derecho y la justicia” (mishpat wetzedaqá; el par se encuentra 173x en la biblia hebrea). Es decir, lo que Dios quiere, y donde nos encontramos con Él, no es en el templo (Jer 7,5), no es en el ayuno (Is 58,7), las oraciones (Am 5,24), los santuarios (Os 8,11-13) sino en el hermano y la hermana. Ese es el motivo por el que las leyes de Israel no miran la propiedad privada sino, por encima de todo, la vida del hermano. No puede prestarse dinero a usura al hermano, ni esclavizar al hermano (Dt 15,3.12). Y si alguien tuviera alguna deuda y nadie pudiera condonarla, Dios mismo se hace garante del pobre (es el go’el, Lev 25,25-28). Es que Dios es padre y protector del huérfano y de la viuda (Sal 68,6; 146,9; comparar con el 94,6).
Por eso, cuando Israel ya no puede aplicar su propia ley por ser un pueblo sometido, empieza a cobrar valor la limosna. Esta se encuentra en algunos de los últimos libros del AT (Tobías y Sirácida) y se entiende como un ocuparse de la vida del pobre (del cual la ley imperial se desentiende; todo lo contrario de lo que debiera ser y hacer un buen rey para Israel, ver Sal 72).
II./1 Entrando en el Nuevo Testamento, Pablo cuestiona a los cristianos de Corinto sus eucaristías. Los ricos no esperan la llegada de los pobres en las asambleas y entonces, unos pasan hambre mientras otros se emborrachan; y Pablo dirá con firmeza: “eso no es comer la cena del Señor” (1 Cor 11,20), el que no reconoce que el pobre es miembro de su cuerpo eclesial “come y bebe su propio castigo” (v.29).
II./2 Jesús de Nazaret, el judío marginal, no se desentendió del sufrimiento de sus hermanos. La compasión (conmoción de las entrañas, splagjnizomai) es causa fundamental del obrar de Jesús, sea para curar un leproso (Mc 1,41), resucitar un hijo único de una viuda (Lc 7,13) o alimentar una multitud (Mt 15,32). Es que así es Dios (Mt 18,27; Lc 15,20) y así nos invita Jesús a ser con el hermano (y la hermana; Lc 10,33).
Por desentenderse del hermano (y la hermana) Jesús es sumamente duro con los ricos. La referencia a la imposibilidad de que pase un camello por el ojo de una aguja es ciertamente imagen clara de la imposibilidad (Mc 10,25). De hecho, al rico que le pregunta cómo tener vida, Jesús le repite los mandamientos añadiendo “no defraudes” (aposteréô, 10,19). El término se utiliza para indicar la actitud del fuerte que puede aprovecharse de la debilidad del pobre (Sir 4,1), “el pan del necesitado es vida del pobre, quien lo defrauda es un hombre sanguinario” (Sir 34,21).
“Mata a su prójimo quien le arrebata su sustento, vierte sangre quien quita el jornal al jornalero” (Sir 34,22). Malaquías repite: “Yo me acercaré a ustedes para el juicio, y seré un testigo expeditivo contra los hechiceros y contra los adúlteros, contra los que juran con mentira, contra los que oprimen al jornalero, a la viuda y al huérfano, contra los que hacen agravio al forastero sin ningún temor de mí, dice Yahveh Sebaot” (Mal 3,5). Y Santiago, en uno de los textos más duros del NT contra los ricos les insiste: “Y ahora les toca a los ricos: lloren y griten por las desgracias que van a sufrir. Su riqueza está podrida, sus ropas apolilladas, su plata y su oro herrumbrado; y su herrumbre atestigua contra ustedes, y consumirá sus cuerpos como fuego. Ustedes han amontonado riquezas ahora que es el tiempo final. El salario de los obreros, que no pagaron (apesterêménos) a los que trabajaron en sus campos, alza el grito; el clamor de los cosechadores ha llegado a los oídos del Señor Todopoderoso. Ustedes llevaron en la tierra una vida de lujo y placeres; han engordado y se acerca el día de la matanza. Han condenado y matado al inocente sin que él les opusiera resistencia” (Sgo 5,1-6). Lo que Jesús le pide al rico es cumplir con el mandamiento del hermano. No hacer justicia con el pobre, no ocuparse de su suerte, es comparable a un asesinato, a “derramar su sangre”.
No se trata, entonces, solamente de “dar pan”, sino también insistir en la justicia. Justicia que lleva a vivir como hermanos (y hermanas) ya que no solamente Dios se “conmueve” ante el sufrimiento, sino que no es sordo al clamor, que es el grito del que sufre. Se conmueve por la sangre de Abel, que clama (Gen 4,10) y por los latigazos que les infligen los capataces a los esclavos en Egipto (Ex 2,23; 3,7). De hecho es interesante el juego de palabras (perceptible en hebreo) que hace Isaías diciendo que “esperaba mishpat y hubo mishpah, esperaba tzedaqá’ y hubotzehaqa’…” (5,7). Esperaba derecho y justicia, pero hubo derramamiento de sangre y hubo “clamores”, gritos de dolor. El clamor – ante el que Dios no puede permanecer indiferente – es todo lo contrario de lo que debiéramos provocar. El grito del pobre llega a Dios, porque es un dolor causado.
Pero no necesariamente se trata de que el rico lo cause (aunque ciertamente es posible y habitual). La parábola del pobre Lázaro y el rico anónimo (Lc 16,19-31) es muy clara: en ningún momento se señala que el rico sea injusto con el pobre. Pero no se ha preocupado por la suerte de su hermano, se ha desentendido de su dolor. Y entonces se ejemplifica narrativamente la bienaventuranza y su correspondiente “ay”:
- Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios
- Ay de ustedes, los ricos, porque ya han recibido su consuelo (Lc 6,20.24).
No se trata de que sea malo ser rico, lo que sí lo es, es no preocuparse por el hermano. Es por eso que la inversión de las situaciones que ya canta proféticamente María la que celebra que Dios “Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada” (Lc 1,52-53) se concreta en las comunidades que viven conforme a lo que Dios quiere: “no había necesitados” “todo era común entre ellos”, “vendían las posesiones y repartían el precio entre todos según la necesidad de cada uno” (Hch 2,44-45) “nadie llamaba suyos a sus bienes” (4,32.35).
II./3 El cristianismo de la segunda generación fue creciendo en número, y muchos ricos se incorporaron a las comunidades (no parece sensato imaginar, como se hizo un tiempo, que las primeras comunidades fueran todas y sólo de clases pobres y marginales). Lucas se ocupa – como vemos – de señalarle a los ricos que sí se pueden salvar (cosa que parecía imposible en Marcos con el camello y el ojo de una aguja): si comparten sus bienes ganarán un tesoro en el cielo y amigos que los recibirán en las moradas eternas (Lc 16,9). Los discípulos de Pablo se ocuparán de insistir que “la codicia es una forma de idolatría” (Col 3,5) y que “la raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Tim 6,10).
II./4 Es necesario decir una palabra sobre el Evangelio de Mateo. En su versión de las bienaventuranzas, Mateo “espiritualiza” lo que había dicho Jesús. Por ejemplo, la bienaventuranza de los que tienen “hambre” (Lc 6,21) se transforma en “los que tienen hambre y sed de justicia” (Mt 5,6). En ese sentido se ha de entender la referencia a los “pobres de espíritu” (es interesante que el término pobres, ptôjos, se encuentra 158x en la Biblia, sólo acá se refiere a “pobres de espíritu” (5,3), aunque se encuentra también en Qumrán (1QM 14,7: El Dios de Israel “ciñe los riñones de los lomos quebrados. En los pobres de espíritu [...] al corazón duro. Por los perfectos del camino serán destruidas todas las naciones impías”); el término se asemeja a los anawim, los humildes. Mateo retoca la bienaventuranza para transformarla en un modo de vida. Ser humilde, en especial frente a los bienes, dejando a Dios en el centro (y no al dinero) es la propuesta de Mateo. Pero de ninguna manera ha de entenderse que el Jesús mateano se desentiende de los pobres. De hecho, en el “test” del cristiano que Mateo propone en el juicio final (Mt 25,31-45) insiste en que es indispensable dar de comer al hambriento, de beber al sediento con quienes Cristo se identifica…
III. Terminado el tiempo bíblico, los primeros siglos fueron pródigos en textos llamando a la solidaridad y al cuidado del pobre. Los textos de los santos Padres son abundantes hasta casi el exceso. Me permito citar solamente algunos muy conocidos:
«Así son los ricos: por haberse apoderado primero de lo que es de todos, se lo apropian a título de primer ocupante. Si cada uno tomara lo que cubre su necesidad, y se limitaran a dejar lo demás para quienes lo necesiten, nadie sería rico, nadie pobre» (San Basilio [330-379], homilía sobre la parábola del rico insensato)
«Tú posees muchas riquezas: ¿de dónde te vienen, pues? De que has preferido gozar tú solo de ellas antes que socorrer con ellas a muchos. Esto está clarísimo. Por tanto, en la medida en que abundas en riquezas, en esa misma medida estás falto de caridad» (san Basilio, homilía sobre el joven rico).
«A la puerta están tendidos mil Lázaros (…) pero gritan y no se les oye, pues lo impide el sonido de la orquesta y los coros de cantos espontáneos y el estrépito de las carcajadas. Pero si llegan a molestar un poco más en las puertas, salta de cualquier rincón un portero canallesco del amo cruel, y los echa a palos, o llama a los perros y los azota en las mismas heridas. Y así, los amigos de Cristo tienen que marcharse, llevando de propina insultos y golpes, y sin haber conseguido un pedazo de pan o un bocado de comida, ellos que son el resumen de los mandamientos. Y dentro, en esa morada de Mammón, unos vomitan la comida como naves sobre oleajes, y otros se duermen sobre la mesa junto a las copas mismas» (san Gregorio de Nisa [335-394] Homilía sobre el amor a los pobres).
«Ya se los he dicho mil veces: las riquezas, acompañadas de buenas obras, son buenas ellas también. ¿cómo son buenas? Si con ellas se remedia la pobreza y se socorre a quienes lo necesitan. Me dirán: “¿Ya está otra vez metiéndose con los ricos?” Pero yo les digo: ¡Ya están otra vez ustedes contra los pobres!” (…) Si ustedes no se hartan de devorar y tragarse a los pobres, yo no me harto de echárselos en cara» (san Juan Crisóstomo [344-407] expos. Salmo 48.4).
«Aprendamos a pensar como corresponde, y a honrar a Cristo, así como él quiere ser honrado. Para quien recibe un honor, el honor más grato es el que él quiere, no el que nosotros imaginamos. Pedro pensaba que honraba al Señor al no permitirle que le lavara los pies. Pero esto no era un honor, sino lo contrario. Tú hónralo con este mismo honor que El estableció por ley: gasta tus riquezas en los pobres, porque Dios no tiene necesidad de vasos de oro, sino de almas de oro» (san Juan Crisóstomo, Homilías sobre san Mateo 50,3).
«A los que no ambicionan las riquezas ajenas, pero con todo no distribuyen generosamente las suyas, se les debe aconsejar que con mucha diligencia consideren que la tierra de la que ellos se proveen es común a todos los hombres, y que da frutos para todos. Los que quieren exclusivamente para sí lo que Dios ha dado para todos deben ser considerados culpables, porque cuando no dan de lo que han recibido, están contribuyendo a la muerte de sus prójimos: por guardarse los subsidios de los pobres que mueren de hambre los hacen morir» (san Gregorio Magno papa [540-604] Regla pastoral III/ cap 21).
«No es parte de tus bienes lo que tú das al pobre; sino que le devuelves lo suyo. Porque lo que es común y ha sido creado para el uso de todos, te lo usurpas tú solo. La tierra ha sido dada para todos no solo para los ricos». (San Ambrosio [339-397] Libro de Nabot c.12, n. 53).
«Con razón habla el evangelio de riquezas “injustas”, pues todas las riquezas no tienen otro origen que la injusticia, y no se puede hacer uno dueño de ellas a no ser que otro las pierda o se arruine. Por lo cual me parece muy exacto aquel refrán popular que dice que: Todo rico es ladrón o hijo de ladrón» (san Jerónimo [347-419] carta a Hedibia 120.1).
IV. Sería injusto decir que con Constantino la Iglesia “apostató” o “traicionó” de sus fuentes. De hecho, muchos de los escritores aquí citados son post constantinianos. Eso no impide reconocer aquello que dijo el poeta al enviar a Constantino al infierno porque por él “vino el primer Papa que fue rico” (Ahi, Costantin, di quanto mal fu matre, non la tua conversion, ma quella dote che da te prese il primo ricco patre!». [Divina Commedia, Inferno, Canto XIX 115-117]).
Tampoco sería justo afirmar que “la Iglesia” se olvidó de los pobres y se “casó” con los ricos. Cientos de textos y de sujetos lo desmentirían, desde Francisco de Asís a las Beguinas, para limitarnos al medioevo.
V. La así llamada “Doctrina Social de la Iglesia” (desde fines del s.XIX) ha intentado, con mejores o no tan buenos textos insistir en una serie de temas que hacen a la “cuestión social”, profundizando la “Propiedad privada”, la vida (y muerte) de los pobres, y la actitud de los ricos. Es sabido, por ejemplo, la insistencia (que no encontró el debido eco) de Juan XXIII al referir a la Iglesia como Iglesia de los pobres en el concilio Vaticano II. También el eco encontrado en América Latina desde la asamblea de Medellín y la teología de la liberación.
VI. Resumamos: la Iglesia es Iglesia de los pobres porque Jesús es el mesías de los pobres (consagrado con la unción [ungido, = mesías, = Cristo] para anunciar buenas noticias a los pobres; Lc 4,18 releyendo Is 61,1). La Iglesia se juega su fidelidad a Jesús, a los Evangelios y a la Tradición en su militancia en favor de los pobres y en la denuncia de las causas y su vida amenazada.
No se trata, como se ve de algo socio-político en un primer momento. Es algo divino. Se trata de Dios. Pero el Dios judeo-cristiano no es ese al que se lo encuentra en las nubes. Es un Dios tan parecido al ser humano que este es creado a su imagen (Gen 1,26) tanto que es “apenas inferior a Dios” (Sal 8,6). Pero es evidente que todo lo que afecte benéfica o maléficamente a los seres humanos tiene implicancias económicas, sociales, políticas… Y – obviamente – a quienes tengan en estos terrenos su mirada principal les resultará coincidente o confrontativo el discurso o la praxis de defensa de la causa de los pobres. Pero mal haríamos los seguidores del Nazareno en callar para no molestar, no ofender o no ser malinterpretados. Ya sabemos que en nuestro tiempo “sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social” ya que hay “ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres” (Juan Pablo II, Discurso inaugural en Puebla [28/1/79] III,4).
«Permítanme que desde los pobres de mi pueblo, a quienes represento, explique entonces brevemente la situación y actuación de nuestra Iglesia en el mundo en que vivimos, y reflexionar después desde la teología, sobre la importancia que ese mundo real, cultural y sociopolítico, tiene para la propia fe de la Iglesia. (…)
«El constatar estas realidades y dejarnos impactar por ellas, lejos de apartarnos de nuestra fe, nos ha remitido al mundo de los pobres como a nuestro verdadero lugar, nos ha movido como primer paso fundamental a encarnarnos en el mundo de los pobres. En él hemos encontrado los rostros concretos de los pobres de que nos habla Puebla. (cfr. 31 -39). Ahí hemos encontrado a los campesinos sin tierra y sin trabajo estable, sin agua ni luz en sus pobres viviendas, sin asistencia médica cuando las madres dan a luz y sin escuelas cuando los niños empiezan a crecer. Ahí nos hemos encontrado con los obreros sin derechos laborales, despedidos de las fábricas cuando los reclaman y a merced de los fríos cálculos de la economía. Ahí nos hemos encontrado con madres y esposas de desaparecidos y presos políticos. Ahí nos hemos encontrado con los habitantes de tugurios, cuya miseria supera toda imaginación y viviendo el insulto permanente de las mansiones cercanas. (…)
«Creemos que ésta es la forma de mantener la identidad y la misma trascendencia de la Iglesia. Insertarnos en el proceso socio-político real de nuestro pueblo, juzgar de él desde el pueblo pobre e impulsar todos los movimientos de liberación que conduzcan realmente a la justicia de las mayorías y a la paz para las mayorías. Y creemos que ésta es la forma de mantener la trascendencia e identidad de la Iglesia porque de esta forma mantenemos la fe en Dios. (…)
«Los antiguos cristianos decían: "Gloria Dei, vivens homo", (la gloria de Dios es el hombre que viva). Nosotros podríamos concretar esto diciendo: "Gloria Dei, vivens pauper". (La gloria de Dios es el pobre que viva). Creemos que desde la trascendencia del evangelio podemos juzgar en qué consiste en verdad la vida de los pobres; y creemos también que poniéndose del lado del pobre e intentando darle vida sabremos en qué consiste, la eterna verdad del evangelio». (san Oscar Romero, discurso al recibir el doctorado Honoris Causa en la Facultad de Teología de Lovaina el 2 de febrero de 1980).
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