Un santo para cada día: 7 de diciembre S. Ambrosio (Aclamado obispo por el pueblo sin estar bautizado)
Durante la dinastía constantiniana, allá por el año 340, el Prefecto de la Galia celebraba en su residencia de Treveris la venida al mundo de un nuevo vástago
Durante la dinastía constantiniana, allá por el año 340, el Prefecto de la Galia celebraba en su residencia de Treveris la venida al mundo de un nuevo vástago. El futuro profesional de este niño venía marcado por la ascendencia familiar. El habría de aspirar a ser como su padre, prefecto de alguna de las provincias romanas. En su propia casa tenía ese maestro ejemplar del que podría ir aprendiendo el arte de gobernar y cuando su padre murió se trasladaría con toda su familia a Roma, manteniéndose en la idea de que lo que a él le gustaba no era otra cosa que ser un servidor del imperio; para ello cursaría humanidades y la carrera de derecho, estudios considerados fundamentales para sus aspiraciones. Pronto el hombre fuerte del imperio, Probo, se fijó en Ambrosio y a sus 30 años le nombró gobernador del N. de Italia, con residencia en Milán, despidiéndose de él con estas premonitorias palabras: “Ve, hijo mío y condúcete no como juez sino como obispo”.
Llevaba dos años en ese cargo cuando se originó una revuelta entre cristianos ortodoxos y arrianos, en su lucha por conseguir la sede episcopal de Milán. La cosa podía ir a mayores, por lo que el Prefecto en persona se presentó en el lugar de los hechos y mandando callar a unos y a otros, tomó la palabra y con tono suave y consideraciones prudentes, logró el beneplácito de unos y otros. En esto que de entre la multitud se oyó la voz inocente de un niño que decía: ¡Ambrosio obispo! ¡Ambrosio obispo! Al poco tiempo esta aclamación fue unánime. Ello resultaba absurdo para quien nunca había pensado en la carrera eclesiástica e inviable por otra parte, puesto que él ni siquiera estaba bautizado. Ambrosio trató por todos los medios de evadirse de esa situación tan embarazosa, pero le fue imposible, por lo que se dispuso a recibir el bautismo y a los ocho días era consagrado obispo en Milán, un 7 de diciembre del año 374.
No bien hubo tomado posesión del cargo, el espíritu organizativo y práctico de Ambrosio se puso en funcionamiento y los 23 años que iba a durar su episcopado estarían consagrados al servicio de la Iglesia, que por aquel entonces tenía algunos frentes abiertos. La Roma pagana no había desaparecido. La aristocracia y senadores romanos seguían aferrados a sus prácticas paganas. Para demostrar que los tiempos del paganismo en Roma habían acabado, el emperador Valentiniano, influenciado por Ambrosio, mandó retirar del Senado a la diosa Victoria. Quedaron suprimidas las subvenciones para el sostenimiento de los templos paganos y de sus vestales, por lo que con Ambrosio el paganismo prácticamente quedó extinguido, al menos oficialmente.
Otro de los frentes en los que el obispo de Milán tuvo que combatir fue el de las herejías. El arrianismo estaba en todo su apogeo y Ambrosio se le enfrentó en el terreno apologético con sus escritos y también lo hizo en el terreno político. Los arrianos contaban con la ayuda de Justina, madre del emperador, quien ordenó a Ambrosio que devolviera a los arrianos algunas de las principales basílicas, a lo que éste se negó diciendo “Ni yo tengo poder para entregároslas, ni vos potestad para tomarlas”. Justina esperó y al poco tiempo sacó un decreto que daba libertad de reunión a los arrianos; sin que Ambrosio cambiara de opinión, Justina dio un paso más y un día de cuaresma envió sus tropas con el fin de ocupar las basílicas en litigio: esperó a que Ambrosio y los fieles salieran del templo, pero conscientes de lo que pasaba, éstos permanecieron dentro, al tiempo que Ambrosio les hacía llegar esta misiva a los que esperaban fuera “ Rindo mi homenaje de respeto al emperador, pero no cedo ante él. El emperador está en la iglesia, pero no sobre la iglesia” La cosa no podía quedar más clara y en previsión de daños mayores la ofensiva arriana optó por la retirada. Posteriormente el obispo de Milán convocaría el concilio de Aquilea, por el que quedaban destituidos los obispos arrianos.
Con un tercer frente tuvo que lidiar Ambrosio, esta vez nada menos que con el mismo emperador Teodosio. Iglesia y Estado iban a mantener un pulso con motivo de la revuelta producida en Tesalónica, donde su gobernador había metido en la cárcel a un auriga muy apreciado de los cristianos, quienes en represalia perpetraron varios desmanes, asesinando incluso al propio gobernador y otros magistrados. Teodosio al conocer lo sucedido montó en cólera y dijo: “ya que toda la población es cómplice del crimen, que toda ella sufra el castigo”. El resultado de tan injusta sentencia se tradujo en siete mil muertos. Ambrosio horrorizado ante semejante masacre, le acusó al emperador de haber cometido un crimen horrendo. Como el emperador no se diera por enterado, le advierte que quedaría excomulgado si no pedía perdón y daba muestras de arrepentimiento. Teodosio se sintió herido en su amor propio, pero no tuvo otra salida. En la fiesta de Navidad del año 390, vestido de penitente, le vemos presentarse a las puertas de la catedral implorando perdón.
Si tuviéramos que resumir la rica personalidad del obispo Ambrosio, nada mejor que decir que fue un hombre moralmente honesto, inflexible frente a la prepotencia de los poderosos, ante quienes nunca se doblegó, porque para él por encima de todas las dignidades humanas estaban los principios morales y religiosos, pero a la vez fue suave y complacientes con la grey que le admiraba y le quería como un padre. Luchó sin tregua en muchos frentes y aun tuvo tiempo de pronunciar memorables homilías y escribir textos imperecederos para la posteridad. A los dos años de haber pronunciado la oración fúnebre en memoria de Teodosio el Grande moría Ambrosio en Roma, el 4 de abril del año 397.
Reflexión desde el contexto actual:
Al obispo Ambrosio, por una parte, la Iglesia tiene que agradecerle su dignificación ante el Estado, por otra parte, la humanidad entera debe estarle reconocido porque supo salir en defensa de los derechos fundamentales del ciudadano ante el atropello del emperador, que en un momento de arrebato abusó de su autoridad y quiso convertir su ansia de venganza en ley. Si algo queda claro en la actuación de Ambrosio, es que la Iglesia no puede permitir intromisiones indebidas por parte del Estado, en aquellas cuestiones que son de su estricta competencia, por aquello de que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”