Un santo para cada día: 6 de marzo S. Olegario (El hombre que no quiso ser obispo de Barcelona y le obligaron a ello)
Nos encontramos en el trascurso del siglo XI, en que en la iglesia se estaba librando la guerra de las investiduras que habría de tener como protagonista a Enrique IV, emperador del Sacro imperio Romano, quien habría de protagonizar unos de los momentos más turbulentos de su historia enfrentándose con el papa Gregorio VII, el cual, en vista de su pertinaz rebeldía, se vio obligado a excomulgarle, lo que daría motivo a un enfrentamiento abierto entre el poder religioso y el poder político que concluyó en Canossa, donde vemos a un emperador humillado, vestido de mendigo implorando el perdón del papa para de esta forma poder recuperar el poder perdido. En este contexto histórico iba a trascurrir la vida de nuestro santo de hoy.
Olegario nació en el año 1060 y aunque algunas fuentes le atribuyen un origen franco, lo más probable es que naciera en la Ciudad Condal en el seno de una familia noble y cristiana. Su padre se llamaba Olegario y desempeñaba el cargo de secretario de Ramón Berenguer III y su madre Guilia procedía de la nobleza goda. Eran tiempos en los que el Sacro Imperio Romano estaba bajo el poder de Enrique IV. Llama la atención que su padre, celoso de la educación de su hijo, quisiera ser él mismo el que se encargara de ella, pero pronto se dio cuenta de que el niño necesitaba personas más versadas, capaces de darle una instrucción integral, por lo que acabó confiando al niño a gentes de su plena confianza.
A la edad temprana de 10 años el pequeño fue encomendado a los canónigos de la Catedral de Barcelona, para que allí realizara los primeros estudios. En el 1093 le vemos ya de diácono, pero hasta la edad de 35 años no fue ordenado sacerdote por Ramón Beltrán, obispo de esta ciudad. Según consta, Oleguer, que así es como se le conoce en su tierra, se vio obligado a desempeñar el cargo de prepósito de la catedral barcelonesa, de S. Adrián.
En 1115 le vemos formando parte del séquito que acompañaba a la condesa Dulce, mujer de Ramón Berenguer III, para recibir a su esposo que regresaba a Barcelona tras una exitosa expedición, pero lo suyo era dedicarse a Dios y servirle desde el recogimiento, por lo que nada más que tuvo ocasión se retiró al monasterio de San Adrián, del que llegaría a ser prior, pasando posteriormente a ser abad del monasterio de San Rufo. Encerrado dentro de estos muros había alcanzado la paz del espíritu que el buscaba, pero un día la turbación llega a su alma, al enterarse de que querían nombrarlo obispo de Barcelona. A ello se opone con todas sus fuerzas, tanto es así que llega a escaparse y desaparecer, hasta que unos clérigos logran atraparle en Perpiñán. Nadie es capaz de convencerle y según se cuenta, el mismo Conde de Barcelona tuvo que recurrir al papa Pascual II para que fuera él quien tratara de convencerlo. Al final a instancias del Papa, no le quedó otra salida que aceptar muy a pesar suyo, siendo nombrado obispo de Barcelona en el 1116 bajo el mandato de Ramón Berenguer III pero no quedó ahí la cosa, puesto que dos años más tarde, una vez conquistada Tarragona a los musulmanes, por obra de Berenguer III fue nombrado arzobispo de esta ciudad y por si fuera poco se le hace administrador eclesiástico también de la diócesis de Tortosa y todo ello al tiempo que seguía siendo obispo de Barcelona. Olegario va cumpliendo a la perfección las misiones a él encomendadas y se despliega en actividades múltiples: Trata de reconstruir a una Tarragona arrasada, aunque carece de los recursos necesarios, por lo que le fue preciso recurrir al papa Inocencio II para que le concediera la promulgación de dos bulas, con el fin de que los sufragáneos y los fieles contribuyeran a la construcción de la catedral metropolitana. Reconstruye así mismo monasterios e iglesias.
Reflexión desde el contexto actual:
De Olegario dijo su biógrafo: " Guardián celoso y maestro de la castidad, afable para todos, generoso con los pobres, esquivo de la vanagloria, despegado de la pompa mundanal y amante fiel de la paz no fingida". De él se podía decir también que sin dejar de ser un cristiano ejemplar se comprometió con las cuestiones que afectaban a sus conciudadanos, influyendo positivamente en la política de su tiempo, lo cual no deja de ser un espejo para todos aquellos que manejan el timón. Esquivo a toda vanagloria, como nos dice su biógrafo, nos dejó el hermoso ejemplo de que hay que olvidarse de hacer carrera personal y ponerse al servicio de los demás.