Un santo para cada día: 12 de noviembre Santa Agustina Pietrantoni (Apuñalada por uno de sus pacientes. Patrona de las enfermeras)
| Francisca Abad Martín
Livina Pietrantoni nació en Pozzaglia Sabina (Italia), pequeña localidad a unos 50 Km. de Roma, el 27 de marzo de 1864. Era la segunda entre once hermanos, del matrimonio formado por Francesco Pietrantoni y Caterina Constantini. Conformaban una familia humilde y sencilla de buenos cristianos. En 1868 recibe la Confirmación, en 1876 la Primera Comunión y desde ese momento ella empieza a tener claro que un día se iba a consagrar a Jesús. Buscaba la soledad para rezar y le gustaban las vidas de santos que les leía el abuelo Domingo.
Asistió poco a la escuela y no de una forma regular, porque al ser tantos hermanos y el padre enfermo de artrosis, tuvo que arrimar el hombro desde muy temprana edad. A los 7 años ya acarreaba, junto a otros niños, costales con piedras y arena, desde una cantera hasta donde estaban construyendo una nueva carretera, para ganar unas míseras monedas. Esto ahora lo calificaríamos de explotación infantil, pero entonces lo veían como algo normal. A partir de los 12 años comenzó a ir, junto con otros adolescentes, durante los meses de invierno, a recolectar aceitunas.
Cuando tenía ya edad casadera, rechazó varias propuestas de noviazgo, a pesar de la insistencia de su madre. Por dos veces solicitó el ingreso en las Religiosas de la Caridad. En Roma fue aceptada por fin, el 23 de marzo de 1886, cuando ya tenía 22 años. Acompañada por un tío suyo que era sacerdote, ingresa en la Congregación, cambiando su nombre por el de Agustina y al año siguiente toma el hábito el 13 de agosto de 1887. Fue muy criticada por los vecinos, quienes pensaban que quería huir del trabajo en el pueblo, para buscar una vida más cómoda y más fácil.
Tras un tiempo de preparación fue destinada a trabajar en el antiguo hospital del Santo Spírito, a pocos pasos del Vaticano. Ese hospital estaba impregnado del recuerdo de grandes santos que habían ejercido allí su caridad con los enfermos, como San Carlos Borromeo, San Felipe Neri, o San Camilo de Lelis. Eran tiempos malos, el ambiente religioso era poco menos que irrespirable, se habían quitado los crucifijos de hospitales y escuelas. A esas hermanas no las perseguían porque hacían una gran labor con los enfermos, pero les estaba prohibido hablarles de religión o proporcionarles ningún tipo de consuelo religioso. Agustina se las ingeniaría, no obstante, para tener escondida en un pasillo una imagen de la Virgen.
Comienza atendiendo la sección infantil, pero se contagia de tuberculosis y tiene que dejarlo temporalmente. Una vez restablecida, la colocan en la zona de infecciosos adultos, de los cuales algunos se muestran violentos con las hermanas, amenazándolas e insultándolas. Uno de ellos, llamado Joseph Romanelli se comporta de forma extremadamente violenta, por cuyo motivo el director se ve obligado a expulsarle del hospital. Él, creyendo que ha sido la hermana Agustina la causante de su despido, la amenaza de muerte antes de marcharse.
El 13 de noviembre de 1894, cuando Agustina tiene 30 años, Romanelli se cuela de incógnito en el hospital, la encuentra en un pasillo y la apuñala varias veces por la espalda. A las pocas horas Agustina fallece, después de haber perdonado a su agresor. Fue un entierro masivo, acompañada de mucha gente, entre la que se encontraban enfermos que ella había atendido en el hospital.
Fue beatificada por Pablo VI el 12 de noviembre de 1972 y canonizada por Juan Pablo II el 18 de abril de 1999. En el año 2003 la Conferencia Episcopal italiana la declaró patrona de las enfermeras italianas.
Reflexión desde el contexto actual:
Es de todo punto admirable la labor que realizan todos aquellos que se dedican a la sanidad, exponiéndose a miles de contagios y agresiones por parte de los pacientes. Lo hemos podido ver recientemente con motivo de la pandemia del coronavirus, a causa de la cual muchos sanitarios han sido infectados y algunos han muerto en acto de servicio. Tienen que ocurrir tragedias como éstas para valorar la labor callada de muchos sanitarios, héroes anónimos, que se arriesgan por los demás. ¿Qué sería de nosotros sin estas personas abnegadas y profesionales, que se juegan su vida por salvar las nuestras?