Un santo para cada día: 20 de abril Santa Inés de Montepulciano (Esposa prematura de Cristo)
Santa Catalina de Siena, que 30 años después fue a visitar su cuerpo incorrupto, sintió una gran devoción por ella. El beato dominico Raimundo de Capua, confesor de Santa Catalina de Siena, se encargaría de escribir la vida de ambas santas
| Francisca Abad Martín
Hay santos que desde su niñez manifiestan una clara intencionalidad que apunta hacia horizontes sobrenaturales, sintiéndose atraídos prematuramente por las cosas del espíritu, como que tuvieran prisa por vivir una vida unida a Cristo. Este parece ser el caso de Inés Segni, nacida en Graciano, cerca de Montepulciano (Italia), el 28 de enero de 1268. Pertenecía a una de las principales familias. A los 9 años consiguió el permiso de los suyos para irse a vivir con las monjas de un convento en Montepulciano, conocidas popularmente como “las monjas del saco”, debido al hábito tan burdo que gastaban y aun siendo todavía una niña, hizo alarde de una inusitada responsabilidad, manifestando en sus actitudes y comportamientos una madurez tal, que a los 14 años la encargaron que se hiciera responsable de la portería del convento y poder así recibir a las visitas.
Un año después, la que había sido su maestra en la vida conventual, llamada Margarita, se va a fundar un nuevo monasterio en Proceno, cerca de Orvieto, y se lleva consigo a varias hermanas, entre ellas a Inés. A pesar de solo tener 15 años, viendo el obispo la formación, su capacidad de discernimiento y su intensa vida de piedad, decide nombrarla abadesa.
Poco después de haber sido nombrada abadesa acude a Roma para poner bajo la protección de la Santa Sede al nuevo monasterio, ante el temor de ambiciones y usurpaciones por parte de intereses malsanos. 16 años estaría en ese monasterio.
Dada la fama de santa que ya por entonces tenía, sus familiares y amigos comienzan a presionarla para que funde un nuevo monasterio en Montepulciano, pues ellos pensaban que podía hacer mucho bien a las gentes, al igual que había sucedido en Proceno. De momento ella no se decidió a hacerlo, pero seguía con su vida austera, ayunando casi todos los días, durmiendo en el suelo, con una piedra por almohada, teniendo éxtasis y levitaciones incluso realizando pequeños milagros, como el de que la despensa vacía se llenara milagrosamente, un día en que no tenían nada para comer,
Poco a poco se fue convenciendo de que efectivamente una nueva fundación era la voluntad de Dios, pero le asediaba una duda todavía, no acababa de decidirse bajo qué maestro espiritual estaría amparado este futuro monasterio. Dudaba entre San Agustín, Santo Domingo, o San Francisco. Un día estando en oración, tuvo una visión. Era un mar en el que había tres naves y en cada una de ellas como patrón, uno de estos tres santos. Los tres la invitaban a subir a su nave; ella dudaba, pero entonces Santo Domingo tendió su mano hacia ella y les dijo a los otros dos: “Ella viene conmigo, porque es la voluntad de Dios” Era la señal que necesitaba.
Puso manos a la obra y fue levantando el monasterio en Montepulciano, con el apoyo y las donaciones de amigos y familiares, bajo la dirección de los Padres Dominicos, entregándose a la fundación en cuerpo y alma y dedicando su tiempo a la dirección y formación de esas religiosas, siendo todavía muy joven, pues tenía solo 31 años.
Pasados unos años su salud comienza a resquebrajarse seguramente como consecuencia de tanto ayuno y sacrificio. Viendo las hermanas que la cosa iba cada vez peor, la convencen para acudir a unos baños termales, ella aceptó, pero al poco de regresar, entregó su alma a Dios el 20 de abril de 1317, a los 49 años. Fue beatificada por el Papa Clemente VIII en 1608 y canonizada por Benedicto XIII el 10 de diciembre de 1726.
Santa Catalina de Siena, que 30 años después fue a visitar su cuerpo incorrupto, sintió una gran devoción por ella. El beato dominico Raimundo de Capua, confesor de Santa Catalina de Siena, se encargaría de escribir la vida de ambas santas.
Reflexiones desde el contexto actual:
Lo llamativo en la vida de Santa Inés Segni es su naturalidad, que hace que lo que es extraordinario pareciera que no lo fuera tanto. La observancia conventual, la abnegación, la humildad y el espíritu de servicio, hicieron de ella una esposa complacida de Cristo, que a cada momento hizo lo que tenía que hacer, siendo correspondida con favores singularísimos. A través de su semblanza espiritual cualquiera puede descubrir que todo el misterio de la vida sobrenatural está en poner mucho amor en todo cuanto hacemos, sin ofrecer resistencia a voluntad de Dios