Un santo para cada día: 6 de abril Beata Petrina Morosini (La nueva Goretti)
Uno de esos días en que de forma rutinaria regresaba del trabajo a su casa, el 4 de abril de 1957 hacia las tres de la tarde, en el castañar solitario, un paraje próximo al Monte Misma, fue asaltada por su agresor para violarla. Ironías de la Vida, ella que había participado activamente en la ceremonia de la beatificación de María Goretti en Roma, el 27 de abril de 1947, ella que había comentado a su hermano: “Mas bien que cometer un pecado me dejo matar”, se veía ahora en el trance de cumplir su promesa
Lo acontecido a Petrina parece sacado de un noticiero de sucesos trágicos. Esta joven acabaría corriendo la misma suerte que muchas otras jóvenes a las que hemos visto pasear por nuestras calles. Víctimas todas ellas de un instinto salvaje, irreprimible o en el peor de los casos, no debidamente controlado. En cualquier caso, estamos hablando de algo que sucede desgraciadamente con relativa frecuencia en nuestra sociedad y que como seres humanos que somos nos avergüenza. Vaya nuestro cariño emocionado para todas las victimas que han padecido este tipo de crimen y nuestra devota y fervorosa devoción para quién debido a él, se ha convertido en una mártir de nuestro tiempo.
Petrina nacía en Fiobbio di Albino, pueblecito de la provincia de Bérgamo (Italia) un 7 de Enero de 1931, lo cual quiere decir que dada la expectativa de vida, muy bien podría encontrarse todavía entre nosotros. Su padre se llamaba Rocco Morosini y su madre Sara Noris, un modesto matrimonio dedicado a las faenas del campo, quienes se cuidaron de educarla cristianamente, recibiendo la primera comunión y la confirmación en su pueblo natal, aquí recibiría también sus primeros estudios, para que una vez concluidos pudiera colocarse en algún trabajo y así poder ayudar a la economía familiar, puesto que era la mayor de nueve hijos. Su padre, después de haber quedado inválido, pudo trabajar de guardián en un establecimiento, por lo que tuvieran a bien pagarle y su madre abandonando a sus propios hijos se vio obligada a cuidar a los hijos de otras familias para poder salir adelante.
A la edad de 15 años vemos a la joven Petrina como operaria en la fábrica textil de Honegger, de Albino, sin otros proyectos de vida que no fuera contribuir al sostenimiento familiar, donde había muchas bocas que alimentar, de modo que pronto tuvo que aprender a renunciar a todo y olvidarse de aquello que a ella le hubiera gustado ser, maestra, religiosa o misionera. Entiende que su obligación no puede ser otra que la de atender a su familia. Su trabajo es arduo, pero sabe sobrellevarlo con alegría. Las condiciones son duras, trabaja en el primer turno, por lo que debe levantarse a las cuatro de la mañana, pero ella encuentra la forma de organizarse para asistir a misa y comulgar siempre que puede; para ella lo primero es rezar, rezar mucho y a todas las horas, cualquier momento es bueno para ello. Reza el rosario cuando se dirige de casa, cuando va hacia el telar, reza cuando trabaja, reza cuando la dan un tiempo de respiro.
Entre tanto encuentra la forma de introducirse en los círculos religiosos y se ejercita como animadora misionera, trabaja como celadora del Seminario, se hace terciaria franciscana, pero sobre todo se vuelca en la acción de apostolado a través de la Acción Católica, organismo que por aquellos tiempos se mostraba floreciente y de esta forma iba canalizando los ímpetus juveniles y poniéndolos al servicio del evangelio. Petrina era una persona organizada, a quien le quedaba todavía tiempo para plasmar en un papel sus memorias y hacer balance de su vida interior; a través de las cuales podemos escrutar la exquisitez de su espíritu y sus más íntimos propósitos. Estas palabras lo dicen todo de su vida “mi amor, un Dios Crucificado; mi fuerza, la Santa Comunión; la hora preferida, aquella de la Misa; mi lema, ser nada; mi meta, el cielo”.
Uno de esos días en que de forma rutinaria regresaba del trabajo a su casa, el 4 de abril de 1957 hacia las tres de la tarde, en el castañar solitario, un paraje próximo al Monte Misma, fue asaltada por su agresor para violarla. Ironías de la Vida, ella que había participado activamente en la ceremonia de la beatificación de María Goretti en Roma, el 27 de abril de 1947, ella que había comentado a su hermano: “Mas bien que cometer un pecado me dejo matar”, se veía ahora en el trance de cumplir su promesa. Había llegado el momento, seguramente mil veces imaginado y ella no lo duda ni un momento. Se defiende, trata de huir, pero de nada va a servirle, porque la fiera enfurecida por no haber podido saciar sus bajos instintos, la alcanzó y con una piedra la golpeó en la cabeza hasta dejarla malherida. Inconsciente fue conducida al hospital de Bérgamo. El cirujano que se hizo cargo de ella al punto exclamó: «Tenemos una nueva María Goretti» y esto es lo que pensaron todos los que la conocían. Allí permaneció dos días sin haber recuperado el conocimiento, para acabar muriendo en la flor de la vida, cuando solo tenía 27 años. Sería beatificada por el papa Juan Pablo II el 4 de octubre de 1987.
Reflexión desde el contexto actual:
Los grandes maestros del espíritu insisten en que el sentido sobrenatural de que dotamos a nuestras acciones y comportamientos, hace que tales sean elevados a un plano superior. Esto lo vemos claramente en el ejemplo que nos ofrece Petrina. Ella pudo ser simplemente una pobre víctima, pero su intencionalidad de permanecer unida a Dios, la convirtió en una gloriosa mártir.