Un santo para cada día: 3 de mayo Santos Felipe y Santiago apóstoles. (Vieron a Jesús y le siguieron dejándolo todo)
| Francisca Abad Martín
Felipe era natural de Betsaida, la ciudad de Pedro y Andrés. Un día Jesús le dice:” ¡Ven y sígueme!” y él dejándolo todo, casa, familia, bienes, etc. le sigue incondicionalmente. Fue uno de los primeros llamados por Jesús.
Aparece Felipe en la escena de la multiplicación de los panes y los peces, cuando le dice a Jesús: “Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno reciba un pedazo”. Y por supuesto es testigo del gran milagro.
En otra ocasión, con motivo de la Pascua, habían llegado a Jerusalén muchos prosélitos que querían ver a Jesús. Tal vez Felipe, por su nombre helenizante, conocía el griego y le piden que interceda para poder verle.
Una tercera vez aparece en escena en la Última Cena de Jesús, cuando le dice: “Señor, muéstranos al Padre” y Jesús le responde: “Quien me ve a mí, Felipe, ve al Padre”
Sabemos poco de él después de la Ascensión de Jesús. Se supone que permaneció unos años en Palestina y después marcharía a predicar el Evangelio fuera de sus fronteras. A través de Papías de Hierápolis, uno de los Padres Apostólicos de la Iglesia, se le atribuye el milagro de haber resucitado a un muerto. La tradición nos asegura que fue a Frigia, donde atraería con toda seguridad a muchas personas para la causa de Cristo, motivo por el cual los magistrados comenzaron a impacientarse al ver que los cristianos proliferaban por su causa. Decidieron finalmente prenderle, sometiéndole a severos castigos, le azotaron y amarraron a una cruz, para acabar muriendo en mayo del año 54.
Santiago el Menor, que no puede ser confundido con el otro Santiago, el Mayor, hermano de Juan, llamado así no porque fuera superior en categoría sino para distinguirlos. Había nacido en Caná de Galilea. Era hijo de Alfeo, su madre, María, estaba emparentada con la madre de Jesús, de modo que serían probablemente primos y como en la lengua hebrea a estos parientes cercanos les llamaban “hermanos”, de ahí la confusión de que algunos le consideren “hermano” de Jesús.
En el evangelio no se cita ninguna intervención especial de este Santiago, únicamente lo enumeran en las listas de los doce Apóstoles, como Santiago el Menor, o Santiago el de Alfeo. San Pablo, en la I Carta a los Corintios dice que Jesús resucitado se le apareció. En los Hechos de los Apóstoles y en la Carta a los Gálatas, se afirma que tenía un puesto destacado en la Iglesia de Jerusalén. Gozaba de una excelente reputación entre los suyos, hasta el punto de que se le conocía con el sobrenombre de “El santo” En su casa se reunían los apóstoles. Se dice que en el Concilio de Jerusalén tuvo una acertada intervención, defendiendo la no circuncisión de los gentiles, imponiéndoles, sin embargo, otras prohibiciones. El parecer de Santiago fue aceptado. Él sería por otra parte el encargado de redactar la carta que habría de ser dirigida a todos los cristianos (Hechos 15). Se sabe también que fue nombrado Obispo de Jerusalén, donde llegaría a ser muy apreciado, porque muchos judíos se sentían muy reticentes ante el rigorismo y la elocuencia de Pablo, pero con Santiago veían que podían seguir siendo fieles a la Ley de Moisés, a pesar de aceptar la doctrina de Jesús.
Pablo se mostraba más dialéctico, sin duda, pero Santiago proponía normas prácticas de conducta, bajo el convencimiento de que la fe, aun siendo una gracia sobrenatural, tenía que desarrollarse mediante las obras. San Pablo le llama “Columna de la Iglesia”. Solo se conserva de él un hermosa Carta, que veneramos como una preciosa reliquia. En ella podemos leer la famosa frase que ha sido objeto y seguirá siéndolo de muchos y profundos comentarios, “La fe sin obras, está muerta”.
Siendo ya anciano le alcanza la primera persecución en el año 62 y es llevado a presencia del Sumo Sacerdote Anás II, hijo de Anás I. En la terraza del Templo se celebró el juicio, siendo condenado a ser arrojado desde esas almenas. Algunos escritores dicen que falleció en el acto, pero otros dicen que pudo incorporarse y entonces fue lapidado por el populacho. Era la noche que precedía al 14 de nisán.
Reflexión desde el contexto actual:
La Epístola de Santiago no está escrita solo para los cristianos de entonces, ya que sus consejos prácticos son perfectamente válidos también para nuestros días. Se preocupa mucho por la mutua convivencia entre las personas, aconseja no hacer distinciones entre ricos y pobres, no hablar mal unos de otros, tener mutua paciencia, sin envidias ni disputas. Alaba la corrección fraterna y las obras buenas como fruto de la fe. Todo un programa que no tiene fecha de caducidad.