Un santo para cada día: 20 de enero S. Sebastián. (Heroico soldado de Cristo)
Se había producido una tregua en la persecución a los cristianos. Después de la muerte del emperador Valeriano se permitía al culto en las iglesias
Se había producido una tregua en la persecución a los cristianos. Después de la muerte del emperador Valeriano se permitía al culto en las iglesias. Si exceptuamos algún caso aislado en alguna provincia romana, bien podemos decir que los últimos cuarenta años del siglo III se caracterizaron por la paz religiosa. El número de cristianos había aumentado considerablemente, incluso en las filas de las milicias romanas. Este tiempo de bonanza se aprovecharía para rehabilitar los templos y construir otros nuevos, pero también la tranquilidad había traído como consecuencia bajar la guardia y abrir las puertas al relajamiento por lo que, según Eusebio, la Comunidad Cristiana se había hecho acreedora de una purificación y ésta habría de llegar en forma de una cruel y sangrienta persecución gobernando Diocleciano juntamente con los demás tetrarcas. En los comienzos del siglo IV Galerio comienza a dar muestras de volver a las andadas y su ejemplo en Oriente es seguido en Italia por el hercúleo Maximiano, donde diversos mandos de las tropas habrían de ser depurados.
Uno de estos oficiales que va a sufrir el rigor de sus medidas va a ser un joven oficial, jefe de las cortes pretorianas, generoso y valiente, amable y servicial, a quien todos respetaban y querían. Se llamaba Sebastián. Lo que sabemos de su vida es a través de “la Pasión”, que era una especie de relato donde se recogían datos sobre aquellos que habían sufrido martirio. Según parece, aunque educado en Milán, había nacido en Narbona. Era hijo de un noble militar y seguramente ello tuvo que ver en su decisión de alistarse en las milicias. Durante un tiempo estuvo simultaneando su condición de cristiano con la profesión de militar, eso sí, no interviniendo nunca en los actos de dar culto a los dioses paganos.
Discreta y prudentemente, sin ánimos de provocar a nadie, alentaba a sus correligionarios ayudándoles todo lo que podía. Propagaba también la doctrina del evangelio entre sus subordinados y compañeros de armas, entre los que gozaba de una buena reputación. Durante este tiempo, Cromacio, gobernador de Roma, había sido ganado para la causa de Cristo por intervención de Sebastián, motivo por el que el administrador romano tuvo que salir exiliado a Campania inmediatamente, acompañado de muchos de los suyos, fue entonces cuando surgió una fuerte discusión entre el sacerdote Policarpo y Sebastián, sobre quién debería acompañar a este grupo de neófitos para seguir instruyéndoles en la fe y quién tenía que quedarse en Roma. En vista de que no se ponían de acuerdo, recurrieron al papa Cayo para que hiciera de juez y éste decidió que era Sebastián el que tenía que quedarse. Muchos eran los que le escuchaban y seguían sus consejos, hasta que un día esto que él estaba haciendo llegó a oídos del Emperador Maximiano, quien no tenía ninguna simpatía por los cristianos. Le llamó, habló con él y le dijo que tenía que elegir entre ser soldado de Roma o ser soldado de Cristo, porque las dos cosas a la vez eran incompatibles.
Cuando Sebastián dio a conocer su decisión, el emperador se sintió herido en su amor propio y aunque le tenía en gran estima, le amenazó con la muerte si no rectificaba. Sebastián se mantuvo firme y la condena fue dictada. El valiente soldado fue llevado al Palatino, allí fue despojado de sus distintivos militares y atado a un árbol donde fue asaeteado. Dándole por muerto los legionarios ejecutores se retiraron y cuando hubo pasado un tiempo prudencial se acercó al lugar del suplicio una intrépida matrona llamada Irene, para recoger el cuerpo del mártir y darle cristiana sepultura, pero se encontró con que Sebastián aún permanecía vivo. Lo desató y como pudo lo llevó hasta su casa donde le curó de sus heridas. Recuperado del todo, Sebastián no se ausentó de Roma, sino que con ánimo redoblado siguió predicando a Cristo, ahora abiertamente. Cuando el emperador se enteró de que aún seguía vivo no salía de su asombro y encolerizado mandó azotarle hasta que exhalara su último aliento, para posteriormente arrojar su cuerpo a una cloaca, de donde sería rescatado por los cristianos que le dieron sepultura en la Vía Apia, en el lugar llamado “Ad catacumbas”, próximo a donde estaría ubicada la basílica de S. Sebastián.
La Memoria de este santo sería una de las más celebradas. Su devoción está muy extendida, siendo muchas las ciudades de las que es patrón, entre ellas Roma y Donostia; patrón es también de arqueros, tiradores y soldados. Se le invoca en tiempos de peste e iconográficamente ha sido uno de los santos más representados, sobre todo en el Renacimiento, que encontró en Sebastián motivos de inspiración, de acuerdo con los gustos de la época. Los pinceles de Fray Bartolomeo, Botticelli, Cellini, Donatello, Rafael, Caravaggio, Ribera, Guido Reni, entre otros, nos han dejado obras maestras que han quedado para la posteridad. Admirado fue también por poetas como Rilke, Wilde, o García Lorca.
Reflexión desde el contexto actual:
Hay quien está empeñado en hacer de S. Sebastián el icono del colectivo gay. En tal sentido han aparecido producciones, como la obra teatral “El Martirio de S Sebastián” de Gabriele D´Annunzio o la película “Sebastián” de Derek Jarman, donde aparecen insinuaciones, cuando menos, carentes de todo fundamento histórico, ante lo que cabe decir que no merece la pena tomar en consideración. En el año 2011, una asociación de gays cristianos hizo llegar a Benedicto XVI una petición, solicitando que San Sebastián fuera nombrado patrón del colectivo LGTBI, a lo que el papa respondió con un más que significativo silencio administrativo.