Un santo para cada día: 8 de mayo Ntra. Señora de Luján. (Patrona de Argentina, Uruguay y Paraguay)
Cualquier viajero que, arrancando de Buenos Aires, pone rumbo hacia el Oeste en dirección a la universalmente conocida región de la Pampa argentina, podrá descubrir preciados tesoros escondidos en esta bendita tierra: paisajes inéditos y sugerentes, bajo un cielo luminoso. Después de haber recorrido menos de 70 kilómetros, ya en la demarcación de Luján, se emplaza el Camino Real que comunica Buenos Aires con el Alto Perú. En la ciudad ribereña de Lujan, bañada por un caudaloso río, nos encontramos con interesantes construcciones coloniales, parques cuidadosamente atendidos y muy cerca ya de su plaza mayor se levanta la bellísima basílica de estilo neogótico, que representa un auténtico testimonio de fe, dedicada a Ntra. Señora, considerada como el Santuario Nacional por antonomasia de Argentina, fruto de varias reconstrucciones, que fueron sucediéndose a lo largo del tiempo y que hoy está considerado como uno de los principales centros católicos de peregrinación, al que acuden cada año de 4 a 6 millones de personas. Con ser esta basílica uno de los más bellos ejemplos de la arquitectura gótica del Continente, su profundo y más auténtico sentido le viene desde la dimensión religiosa, lo que la convierte ante los ojos del creyente en un señalado templo donde se aloja Nuestra Señora de Lujan, una de las advocaciones más universalmente celebradas del mundo católico. La historia viene de siglos atrás y bueno es siempre hacer memoria de ella.
Nos trasladamos al año 1630 cuando la hoy tan venerada imagen de la Virgen de Luján hizo su aparición en el puerto de Buenos Aires a petición de Antonio Farías, rico hacendado que se la había encargado a un amigo suyo que vivía en Brasil, quien para satisfacer cumplidamente sus deseos, le mandó no una, sino dos imágenes en las que se podía ver representada, por una parte la Inmaculada Concepción y por otra La Virgen con el Niño. No bien llegaron al puerto bonaerense fueron cargadas en una carreta para ser trasladadas a Sumampa, lugar de residencia del destinatario. El trayecto a cubrir resultaba largo para los bueyes, que tiraban de una carreta bien cargada, por lo que tuvieron que detenerse en un punto vadeable del río Lujan y aquí habría de producirse un suceso inexplicable. Al día siguiente al intentar reanudar la marcha se encontraron con una carreta varada, pegada a la tierra, imposible de poner en movimiento, por más que los carreteros aligeraban la carga y aumentaban el número de bueyes para tirar de ella. Solo cuando bajaron la imagen de la Inmaculada Concepción que portaba en su interior, fue cuando lograron ponerla en movimiento. Semejante hecho portentoso fue interpretado como una señal del cielo de que la imagen había de permanecer aquí y en este lugar habría de ser venerada.
No faltó alguien, como el bueno de D. Rosendo, que desde el primer momento se hizo cargo de ella y construyó en su honor un lugar digno dentro de sus posibilidades, que habría de servir de habitáculo a Ntra. Señora, desde el año 1630 hasta 1674. Un esclavo africano procedente de Brasil, llamado Antonio, que había seguido paso a paso los acontecimientos, se hizo cargo de su custodia y cuidados, continuando con su piadoso ministerio, aún después de fallecer D. Rosendo. Trascurridos 44 años, la ricachona Dña. Ana Mattos, pudo adquirir la imagen y se la llevó a casa, pero inexplicablemente la imagen desapreció, siendo encontrada en la humilde capilla que tiempos atrás D. Rosendo había construido. Doña Ana recuperó la imagen y se la llevó a casa. El hecho de su desaparición volvió a repetirse por segunda vez y fue entonces cuando su dueña, siguiendo el consejo de las autoridades civiles y eclesiásticas, se prestó a que la imagen de Ntra. Señora fuera trasladada a un lugar, propiedad suya, pero ya en la ribera del río Lujan, que habría de ser su morada definitiva.
A partir de aquí vamos a asistir a un ascenso meteórico de este paraje que fue poblándose de devotos marianos, hasta convertirse en una villa vinculada a Ntra. Señora de Luján. Hasta aquí llegaban peregrinos en busca de salud, como D. Juan de Lezica, quién al ser curado milagrosamente, levantó un nuevo templo que estuvo concluido en 1763. Posteriormente la obra de la basílica sería continuada por el padre Salvaire, quien también, en agradecimiento de una curación milagrosa, hizo la promesa de engrandecerlo aún más y así fue.
A petición del episcopado y los fieles del Rio de la Plata, el papa León XIII otorgó la coronación de La Virgen de Luján con Oficio y Misa Propios, en mayo de 1887; el Papa Pío XI la declaró patrona de la República Argentina, Uruguay y Paraguay y 43 años más tarde de la coronación el templo fue declarado basílica por Pio XII.
Reflexión desde el contexto actual. Ntra. Señora de Lujan, que aparece revestida con túnica blanca y manto azul celeste, los colores de la bandera de Argentina, representa un capítulo importante en la historia de este País, hasta podíamos decir que en cierta manera forma parte de su propia identidad nacional, algo parecido a lo que sucede en España con la Virgen del Pilar. Los tiempos van cambiando naturalmente, pero hay algo que los hijos de esta tierra nunca estarían dispuestos a olvidar, porque es una de sus glorias, de la que se sienten profundamente orgullosos y no renunciarían a ello por nada del mundo. Es cuestión de sentimientos, de lazos afectivos tan fuertes como las cadenas que hacen que su Madre y Virgencita permanezca siempre atada a su corazón. La autoestima indígena-criolla hunde sus raíces en un suelo profundo y ancestral y a pesar de la generalizada crisis religiosa por la que estamos atravesando, previsiblemente el pueblo argentino seguirá sintiéndose orgulloso de tener como Patrona a Ntra. Señora de Luján, que además lo es de los transportistas, de los caminantes, de la Policía Federal de la Nación, aparte de compartir patronazgo con Paraguay y Uruguay.