Un santo para cada día: 26 de agosto Sta. Teresa de Jesús Jornet (Fundadora de las “Las Hermanitas de los ancianos desamparados”.)
En tiempos así no deja de ser reconfortante que alguien como Teresa Jornet haya hecho de los ancianos el centro de sus preocupaciones, acertando a ver en ellos un gran tesoro que es preciso mimar y conservar. El tiempo ha venido a darle la razón
En la vida de los santos, lo mismo que en la vida del resto de los mortales, nos podemos encontrar con personas que desde el principio saben muy bien lo que quieren ser en la vida, mientras que otras carecen de un horizonte de futuro; o puede suceder también que sintiéndose llamadas a una vida de santidad, no acaban de descubrir cual es concretamente su vocación, quieren germinar y crecer en la vida del espíritu, pero ignoran la tierra en que ha de ser plantada esta semilla. Esto es lo que durante un tiempo sucedió con Teresa Jornet, quien angustiada no cesaba de repetir “Señor ¿qué queréis que haga?”. Después de muchas idas y venidas, muchas vueltas y revueltas al final lograría centrarse, pues había encontrado esa misión en la vida para la cual ella había nacido.
Entrada la mañana del día 9 de enero de 1843, nacía en Aitona (Lérida) Teresa, hija de Francisco Jornet y de Antonia Ibars, siendo bautizada al día siguiente y confirmada cuando solo tenía seis añitos. A partir de entonces vamos a asistir a un continuo trasiego. Su tía Rosa se la llevará a Lérida, de aquí se traslada a Fraga, para concluir los estudios de magisterio, A los 19 años obtiene por oposición una escuela en la población de Argensola (Barcelona), donde impresiona a quienes la conocen por su vida piadosa , baste el detalle de que cada semana se trasladaba a Igualada, que dista unos 10 Kilómetros para confesarse, pero la profesión de maestra no colma sus aspiraciones, por lo que marcha al lado de su tío, el P. Palau, que acababa de fundar una institución religiosa, pero tampoco este tipo de vida le satisface. En Julio de 1868 la vemos salir de la casa paterna hacia el convento de las clarisas en Briviesca (Burgos), buscando una forma de vida religiosa apartada del mundanal ruido, pero por la razón que fuere, tampoco éste va a ser su destino definitivo y nuevamente busca refugio en el P. Palau, quien la nombra visitadora de las escuelas por él fundadas, cargo que ocuparía algún tiempo, para volver una vez más a su hogar paterno, cuando ya había muerto su tío. La joven Teresa no sabe ya qué hacer y le pide a Dios que la ilumine. Por fin en el año 1872 comienzan a llegar rayos de luz a su existencia.
En junio, de regreso del balneario de Estadilla (Huesca), donde había estado acompañando a su madre, se detiene en Barbastro, allí conoce al P. Llacera, que le informa de la próxima formación de un instituto femenino para la atención a los ancianos desamparados y Teresa piensa que éste puede ser el camino que ella anda buscando. Entra en contacto con el P. Saturnino López, promotor de esta obra social y el 11 de octubre de 1872 Teresa abandona otra vez su hogar de Aitona, para hacerse cargo, juntamente con otras 12 colaboradoras, de este incipiente centro asistencial ubicado en Barbastro (Huesca), que al poco tiempo de abrirse estaba al completo. No cabía ya la menor duda, ésta era la obra, a la que Dios la llamaba y a ella iba dedicar todas sus fuerzas a partir de ahora.
Desde el primer día, Teresa demostró que ella debería ser la principal responsable de este centro asistencial. Pronto fue nombrada superiora y a partir de entonces la esperaban 25 años de intensa dedicación a los ancianos en un constante ejercicio de heroísmo silencioso y callado. Era el comienzo de las que luego serían conocidas como “Las Hermanitas de los Ancianos Desamparados”. Tan bien acogida fue esta iniciativa, que pronto fueron solicitados sus servicios en la capital valenciana, donde se las recibió como merecían y lo primero que hacen es pedir la protección a la Virgen de los Desamparados, patrona de la capital. Aquí precisamente quedaría establecida la casa madre, luego vendrían Zaragoza, Cabra, Burgos y muchas más, incluso fuera de España, pero la M. Teresa no estaba ahí para inaugurar Casas-Asilo, que es como a ella le gustaba llamarlas, sino para imprimir carácter. Nombrada Superiora General por las autoridades competentes trata de infundir el espíritu y el carisma fundacional a las demás hermanas. Viaja, escribe cartas, afronta las dificultades con fortaleza, como lo hacen las almas grandes; con el ánimo confiado puesto en la Providencia sigue trabajando en esta obra gigantesca. Cuando ve que las fuerzas le van faltando, pide ser sustituida, pero el resto de la comunidad entiende que ella es insustituible y sacando fuerzas de flaqueza continúa al pie del cañón.
Consciente de que va acercándose el final de sus días, recibe la grata noticia de la aprobación definitiva de las Constituciones de la Congregación por ella fundada, poco antes de morir, el día 21de agosto de 1897. A su paso por Liria moría santamente el 26 de agosto de 1897, dejando tras de sí 103 Casas- Asilo.
Reflexión desde el contexto actual:
Vivimos en una sociedad en la que lo que se lleva es ser joven y productivo. Como las personas mayores han dejado de ser útiles a la sociedad han perdido relevancia, se les aparca en aquellos lugares donde no puedan molestar. En tiempos así no deja de ser reconfortante que alguien como Teresa Jornet haya hecho de los ancianos el centro de sus preocupaciones, acertando a ver en ellos un gran tesoro que es preciso mimar y conservar. El tiempo ha venido a darle la razón. Los mayores forman hoy día el colectivo más numeroso que reclama nuestros cuidados, haciendo buena la frase según la cual el grado de nivel cultural y humano de una sociedad se mide por la atención que dispensa a las personas de edad. Necesitamos muchas Teresas Jornet en nuestro mundo de hoy.