Un santo para cada día: 5 de abril S. Vicente Ferrer (El Ángel del Apocalipsis. Patrón de la Comunidad Valenciana)
A mediados del siglo XIV el Reino de Aragón sufrió el azote de una terrible pandemia conocida con el nombre de “Peste Negra”, que dejó tras de sí un elevado número de mortalidad en todo el Reino, en el que convivían cristianos, judíos y musulmanes, en pugna sin cuartel por imponer sus respectivos credos
A mediados del siglo XIV el Reino de Aragón sufrió el azote de una terrible pandemia conocida con el nombre de “Peste Negra”, que dejó tras de sí un elevado número de mortalidad en todo el Reino, en el que convivían cristianos, judíos y musulmanes, en pugna sin cuartel por imponer sus respectivos credos. Por aquel entonces en la Iglesia Católica se produjo el doloroso cisma de Occidente, en que después del concilio de Pisa, tres nombres se disputaban el papado: Gregorio XII, Benedicto XIII (el Papa Luna) y Alejandro V, sin que nadie supiera con seguridad quién era el verdadero papa, pues cada uno de los candidatos esgrimía sus argumentos y contaba con unos seguidores de reconocido prestigio. Por si fuera poco, por aquel entonces se abre un periodo de incertidumbre política en el reino de Aragón, al morir Martín el Humano sin descendencia, siendo varios los que se consideraban legítimos sucesores. En todos estos frentes hemos de ver en primera fila a Vicente Ferrer, e incluso en algunos más.
Había nacido este ilustre dominico en Valencia por enero de 1350, hijo de Guillem Ferrer, distinguido notario, y Constanza Miquel, matrimonio cristiano virtuoso y generoso con los más necesitados. Su venida al mundo estuvo rodeada de premoniciones venturosas, engendrando gran expectación entre sus paisanos, los cuales se disputaron el padrinazgo de su bautismo, siendo decisión del párroco que el niño debería llamarse Vicente en memoria del patrón de la ciudad. Su infancia iba a trascurrir tranquila en la casa paterna hasta que, en el 2 de febrero de 1367, cumplidos los 17 años y después de haber distribuido entre los pobres la herencia paterna que le correspondía, se presentó acompañado de su padre en el convento de los dominicos, solicitando ser admitido en la Comunidad. Comenzaba así lo que iba a ser la preparación intensa, que culminaría con la obtención brillantísima del doctorado en Teología, a la edad de 28 años, quien habría de ser uno de los más grandes apóstoles de su tiempo. Un año después sería ordenado sacerdote.
Después de haber pasado un tiempo como profesor universitario en Valencia, Barcelona y Lérida, Vicente, en el año1379, es elegido Prior del convento de Valencia y comenzaba a ser una personalidad importante en todo el Reino de Aragón. Naturalmente la cátedra acabaría siendo insuficiente para las inquietudes de un apóstol de la talla de Ferrer, en un mundo en que la cultura cristiana tenía que abrirse camino entre el islamismo y el judaísmo. Su celo ardiente le impulsaba a defender con pasión el mensaje cristiano de salvación, pudiéndose apreciar cierta dureza con los seguidores de otras religiones no cristianas, al favorecer ciertas medidas segregacionistas, que hoy día serían discutibles, si bien hay que tener en cuenta que el marco cultural en el que tenía que moverse Ferrer era el que era y que además apremiaba la necesidad de salvaguardar a los cristianos de ciertos peligros. Por todo ello y a pesar de todos los pesares, hay que reconocer que este dominico se distinguió como un auténtico paladín, defensor de la ortodoxia católica y nunca se hizo merecedor de ser tildado de inquisidor inmisericorde.
Otra de las intervenciones sonadas del fraile valenciano, habría de ser la que tuvo lugar el 24 de junio del año 1412 en Caspe, para dar solución a la herencia del reino de Aragón. Reunidos los 9 jueces, entre los que se encontraba Fray Vicente, éstos decidieron que el dominico fuera el primero en votar y lo hizo a favor de Fernando de Antequera, ello sería definitivo, puesto que dado el prestigio de que gozaba, su voto resulto ser decisivo, ya que el resto de sus compañeros no hicieron otra cosa que seguir sus pasos. Tal suceso quedaría registrado en la historia como “El Compromiso de Caspe”. Especialmente encomiable habría de ser también la labor de este activo fraile a favor de la Iglesia, cuando ésta atravesaba uno de los momentos más difíciles de su historia. En los comienzos del Cisma del año 1378 que tuvo dividido a los cristianos, él estuvo de parte de Clemente VII, el papa de Aviñon, al que sucedería Benedicto XIII, de quien Ferrer llegaría a ser su mano derecha, pero llegado el momento por razones de conciencia, se distanció del Papa Luna, aconsejando al rey Fernando que hiciera lo mismo por el bien de la Iglesia y mandara un mensaje a los reyes de Castilla y Navarra con este mismo propósito. Tal acuerdo se tomó y Vicente fue el encargado de hacerlo público el 6 de enero de 1416, lo que supuso un paso de gigante para la superación del Cisma de Occidente y poder retomar el camino de la unión y de la paz.
Por encima de todo lo dicho sobre Vicente Ferrer, que no es poco, está el hecho de haber sido un ejemplo vivo de lo que debe ser un dominico, un hijo espiritual de Guzmán, un religioso de la Orden de los Predicadores. Contemplar y predicar habría de ser el signo distintivo que mejor define lo que fue su vida. La imagen que Pedro Ronzano, uno de sus primeros biógrafos, nos ha dejado de él, es la de un apóstol infatigable que vivió con pasión su vocación dominicana. A partir de 1399 y durante 20 años, Ferrer va a ser ese predicador itinerante que recorre los caminos del mundo encandilando a las multitudes; los templos se le quedaban pequeños y tenía que predicar en espacios abiertos, porque la asistencia a sus sermones era masiva. Su palabra sonora y potente retumbaba con un inconfundible tono escatológico, cosechando muchos y sazonados frutos. Un ejército de confesores le acompañaba en sus correrías, para poder oír en confesión a pecadores y conversos. En medio de un clima dramático de confusión cismática, apela a la venida del anticristo y a la proximidad del juicio final, con tono severo y tremendista, hasta el punto de ser considerado por sus contemporáneos como el Ángel del Apocalipsis.
Su final llegaría el día 5 de abril en la cuaresma de 1419. A primeras horas de la tarde el infatigable apóstol de Cristo abandonaba este mundo en la ciudad de Vannes (Francia) a la edad de 69 años, no sin antes confiar a sus discípulos que llevaran a sus paisanos estas palabras de despedida: “Decid a aquellos ciudadanos que muero dedicándoles mis recuerdos, prometiéndoles una constante asistencia, y que mis continuas oraciones allá en el cielo serán para ellos, a los que nunca olvidaré…Decid a mis queridos hermanos que muero bendiciéndoles y dedicándoles mi último suspiro”
Reflexión desde el contexto actual:
Vicente Ferrer sigue siendo una figura válida para nuestro tiempo, porque el mensaje misionero que nos dejó continúa estando vigente. Cuando el papa Francisco traza los rasgos que deben caracterizar al evangelizador en nuestros días, pareciera que podía tener presente la ejemplaridad de este fraile dominico. Esa familiaridad y cercanía, ese ponerse a nivel de quienes escuchan, esa sencillez y amabilidad en el discurso que tanto gusta al Papa, lo prodigó Vicente Ferrer a raudales. Hay más, el Apóstol valenciano se convierte en referencia para el cristiano de hoy al ser ejemplo de coherencia, sin que en él se percibiera la menor fisura entre lo que decía y lo que pensaba, entre lo que pensaba y lo que vivía.