Un santo para cada día: 31 de mayo La visitación de María a su prima Isabel
| Francisca Abad Martín
Esta fiesta tiene un origen franciscano: los frailes menores la celebraban ya antes de 1263, en que aparece el primer testimonio. El Papa Urbano VI la universalizó, imponiéndola a toda la Iglesia latina, para impetrar el fin del gran Cisma de Occidente. Por razón de la muerte del Pontífice se quedó el decreto sin promulgar y lo hizo público su sucesor Bonifacio IX.
El Evangelio de San Lucas nos dice que una vez que el ángel le anuncia a María que va a ser la Madre de Dios y recibe la aceptación por parte de ésta, le comunica que su pariente Isabel “ha concebido un hijo en su ancianidad y ya está en el sexto mes de embarazo la que era tenida como estéril, porque para Dios nada hay imposible”.
María entonces se pone en camino para ir a casa de su pariente Isabel, movida por un impulso interior, por una inspiración de Dios. Dice el evangelista que “levantándose corrió presurosa”. No era fácil en aquella época y menos para una jovencita, viajar sola, probablemente lo haría con alguna caravana de mercaderes, que solían ir con frecuencia hacia Jerusalén, tal vez a lomos de un borriquillo, o quizás de un camello; pero Ella solo piensa en que pueda ser útil a los demás; el servicio prevalece por encima de todo. ¡Qué bien y poéticamente lo supo expresar nuestro gran Lope de Vega!... “¿Dónde vais zagala sola en el monte? Mas quien lleva el Sol no teme a la noche”.¿Qué hareis si el día se va al ocaso y en el monte acaso la noche os coge? Mas quien lleva el sol no teme la noche” El viaje de Nazaret a Ain Karen, sin duda, tuvo que ser realmente fatigoso para María debido a las molestias inherentes a su embarazo incipiente, pero esto a Ella no le inquieta, lo único que le interesa es abandonarse al Señor y obedecer.
Al llegar a la casa de Isabel tuvo que sorprenderle enormemente el saludo de ésta: “¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a visitarme?”. María se sorprende porque nadie conocía su embarazo, llevado con mucho sigilo para evitar habladurías malsanas y sin embargo Isabel lo sabía. Allí había un gran misterio. Allí estaba una vez más la mano de Dios. Isabel recibe una inspiración del Espíritu Santo, hasta el punto de que siente como salta de gozo la criatura que lleva en su vientre. Al proclamarla “Bendita entre todas las mujeres” quiere presentarla como el modelo ideal donde todas ellas puedan y deban mirarse como en un espejo.
Es entonces cuando María, consciente de su pobreza y de la grandeza de Dios, movida también por el mismo Espíritu, prorrumpe en un canto de alabanza al Señor, llena de gratitud por los beneficios recibidos, es el “Magnificat”. Es consciente de que Dios la escogió a Ella, carente de dones y carismas personales, para que quedara evidente a los ojos de todo el mundo, que las maravillas de la salvación no son el resultado de cualidades o esfuerzos personales, sino pura gracia de Dios. Y esta gracia Él la otorga generosa y gratuitamente a quien quiere, pero sobre todo a los humildes y sencillos de corazón. Porque Dios vio la excepcional humildad de María es por lo que obró en Ella cosas grandes. “Los poderosos serán derribados y los humildes ensalzados, los pobres serán colmados de bienes y los ricos dejados sin nada” por eso Dios, viendo la excepcional humildad de María, la escogió para obrar en Ella el maravilloso portento de ser Madre de Dios. De todo ello es consciente, del mismo modo que lo es también de que por obra del Altísimo y no por sus merecimientos, la llamarán “dichosa” todas las generaciones.
Acerca del Magnificat, la opinión clásica apoya que realmente fue el canto que pronunció María, aunque probablemente Lucas le hiciera algunos retoques, tal vez apoyándose en el “canto de Zacarías”. Era normal en el temperamento judío expresar con cantos o salmos momentos de una emoción fuerte o de una gran tensión. Tenemos un ejemplo en muchos momentos de la vida de Jesús. En este canto del Magnificat se establece un radical cambio de valores: los poderosos serán derribados y los humildes ensalzados; los pobres serán colmados de bienes y los ricos dejados sin nada.
El tiempo que María pasó con Isabel hasta el nacimiento de Juan, tuvo que ser muy enriquecedor para ambas mujeres, pues aparte de la ayuda material que María pudiera prestarle, serían las confidencias y las conversaciones que tendrían las dos sobre Dios y sus cosas. María encontraría en su prima Isabel, casi una anciana, un pozo lleno de sabiduría y experiencia. Ese encuentro de las dos mujeres, que habían llegado a ser madres de manera misteriosa e inesperada, tuvo que llenar de gozo el alma de ambas. Isabel, con su exclamación: “¡Bendita tú entre las mujeres!” reafirmó la grandeza de María, escogida “entre todas” para ser la Madre de Dios. Así transcurrirían felices esos tres meses, seguramente la temporada más dulce en la vida de la doncella de Nazaret, hasta el nacimiento de Juan, el Precursor. Después María regresó a su casa en Nazaret para reunirse allí de nuevo con los suyos.
Reflexión desde el contexto actual:
La Visitación de María a su prima Isabel representa uno de los momentos más sublimes de la historia de la Humanidad, cargado de simbolismo. A través de este acontecimiento la Doncella de Nazaret queda consagrada como la primera misionera y embajadora de la Buena Nueva, que albergaba en su seno materno, al Salvador de los pueblos y naciones. Pocas cosas tan dignas de admiración como contemplar a la Virgen de Nazaret en su papel de embajadora celestial, pocas cosas tan edificantes como verla convertida en modesta sirvienta domiciliaria a quien estaba predestinada a ser Madre de Dios, a ser Reina y Señora de todo lo creado.
Dos mujeres sencillas en una humilde casa de Eim Karen nos ofrecen este sublime ejemplo de humildad, en unos tiempos como los actuales, donde el egocentrismo campa por sus fueros; hoy como nunca necesitamos de alguien que nos venga a decir que la gloria del hombre no debe ser otra que la gloria de Dios mismo