Los marginados.

DOMINGO SEXTO AÑO ORDINARIO B. 11.02.2018


(Mc. 1,40-45).


Jesús sale de Cafarnaún para anunciar la Buena Nueva a las personas y grupos humanos más aislados y que son menos tomados en cuenta por la sociedad. En Evangelio de hoy Jesús se encuentra con los más marginados de su época: los leprosos.
La lepra no sólo es una enfermedad terrible, que hace que el cuerpo se pudra lentamente, sino también contagiosa; por eso los leprosos debían vivir fuera de la ciudad y de los lugares poblados.
Eran además considerada por todos como un castigo de Dios; de ahí que la religión judía declaraba impuros a los leprosos. Era una impureza moral. Por eso, no sólo por razones médicas eran apartados y marginados de la sociedad, sino también por razones de tipo moral. Se cuenta que la gente de ese tiempo, cuando oía el sonido de campanillas, huía lejos. ¿Por qué? Porque los leprosos llevaban en sus canillas campanillas exigidas por las leyes: al caminar, los leprosos hacían sonar sus campanillas. Realmente, dentro de la sociedad, los leprosos eran los más marginados y los más pobres entre los pobres.

En verdad que para los antiguos la lepra era como el signo visible del pecado. Por lo tanto esas personas eran despreciables por muy pecadoras, tanto que su cuerpo se caía en pedazos. ¿Pero no hay hoy día también personas marginadas, excluidas de hecho de la sociedad, del país, de una relación de personas humanas,no acogidas como compañeros de comunión y participación, tanto en la marcha de un país, también de una comunidad eclesial? ¿Acaso hoy día, el sistema económico impuesto no hace el "pecado social", marginando a tantos sectores de la humanidad, y haciendo que una minoría tenga secuestrada a una mayoría? y en esos casos, visibles para todos, no habría que preguntarse, ¿quién tiene el pecado y quién tiene de verdad lepra? Son millones los pobres, marginados por un sistema perverso, cruel e inhumano, condenado por la Doctrina Social de la Iglesia; son los marginados de hoy "que piden a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte".


En este contexto social, de salud y de moral, contemplemos a Jesús en su actitud con el leproso del Evangelio de hoy:

"Se le acercó un leproso, que se arrodilló y suplicó a Jesús: Si quieres puedes limpiarme. Jesús tuvo compasión, extendió la mano, lo tocó y le dijo:Yo lo quiero; queda limpio. Al instante se le quitó la lepra y quedó sano".

Jesús va contra todas las leyes respecto a los leprosos, y deja que el leproso se le acerque, y lo sana tocándolo con la mano. Su gesto es revolucionario, y repitiendo gesto de este tipo, ante los escribas y fariseos, les prueba que va contra esas leyes y esas tradiciones. Pero no es esa la razón última por lo cual lo hace. Lo hace por amor, para devolver a la vida, a la comunidad y a la sociedad a un hombre enfermo y excluído.

Ya he recordado la condición inhumana de los leprosos. Estaban seriamente enfermos y alejados también de la sociedad. Ellos, prácticamente, no eran "personas".
Mientras Jesús cura al leproso, expresa su compasión por el sufrimiento material de los pobres. Jesús curando es una experiencia de liberación. Igualmente Jesús es, una vez más, un modelo a seguir en su opción preferencial por los pobres.

Jesús curando al leproso, también lo está reintegrando a la sociedad y fraternidad común. Jesús le está devolviendo su dignidad humana. Jesús, el que sana, se convierte también en liberador con respecto a la dignidad humana y a la promoción social. Jesús ha logrado que este leproso salga de su marginación. En adelante será un hombre igual a los demás, ya no evitarán su contacto ni apartarán de él su mirada. La Ley de Dios y de los hombres reconocerán su dignidad.
La Buena Nueva: Jesús, no se queda en palabras, sino que trae un cambio: en adelante, no deben haber más personas marginadas.

Al final Jesús manda al ex-leproso dos cosas:

1°. "Entonces Jesús lo despidió,pero Jesús le mandó enérgicamente: No se lo digas a nadie;"
2°. "preséntate al sacerdote,y le darás por tu purificación lo que ordena la Ley de Moisés. Así comprobarán lo sucedido".

1°.El leproso se entusiasma tanto, que va a contar a todos lo que Jesús le ha hecho. Pero aun si él no contara nada, todos se darían cuenta con sólo verlo. El ex- leproso está contento; se siente amado por Jesús y, sobre todo, siente una gratitud inmensa hacia Jesús.Y esto no puede callarlo, se siente impulsado a comunicarlo, a anunciarlo como buena nueva, se siente llamado a evangelizar.

Nosotros no somos tan agradecidos como el ex-leproso, sin embargo hemos recibido tanto de Jesús: gracias tras gracias. Pensemos sólo en el don de la fe. En la posibilidad concreta que Jesús nos dio de pertenecer a la Iglesia. Pensemos que ya sea personalmente o en comunidad eclesial podemos dialogar íntimamente con él, profundizando nuestra fe, y sin exclusión de nadie: todos, ricos y pobres.
Además, a través de la actitud del ex-leproso, reconocemos la posibilidad de poder evangelizar, que en nuestro continente de América Latina y el Caribe se nos presenta como una urgencia y una posibilidad, aun por el hecho de que los sacerdotes son pocos, y siempre menos.Aun este hecho puede ser visto como una gracia para la comunidad, porque entonces todos los cristianos (no solo los sacerdotes) tienen que ponerse a difundir la Palabra de Dios: a evangelizar, y esto tomarlo como su responsabilidad, lo cual es una gracia:

"Las celebraciones de la Palabra, con la lectura de la Sagrada Escritura abundante, variada y bien escogida (Cfr. SC 35,4), son de gran provecho para la comunidad, principalmente donde no hay presbíteros y sobre todo para la realización del culto dominical". (Puebla 929).

Deberíamos prepararnos a tener cada vez menos necesidad de que los sacerdotes hagan todo, que estén siempre en las comunidades. Muchos cristianos lo requieren siempre, porque piensan que no están instruidos para evangelizar. Pero evangelizar no es siempre instruir, y estar instruidos. El leproso no estaba tan instruido. Lo que anunció fue lo que Jesús había hecho en él, y eso, para comenzar, lo podemos hacer todos, si tenemos fe y sentido de Dios.

2°.Lo segundo que le pidió Jesús al sanado de su lepra: "preséntate al sacerdote y le darás por tu purificación lo que ordena la Ley de Moisés. Así comprobarán lo sucedido".
La misma ley que exigía la relegación o marginación del hombre enfermo de lepra(Lev.13,1-2.44-46. Primera Lectura), preveía que, en caso de sanar el leproso, sería reintegrado después de examinado por los sacerdotes. Siendo considerada la lepra castigo de Dios, la sanación significaba como que Dios había perdonado al leproso, y él debía agradecerlo con un sacrificio. Así todos comprobarán su purificación, y también su reincorporación a la comunidad de la que estaba marginado.

Al final Jesús manda al ex-leproso a cumplir los ritos religiosos con respecto a la purificación. Esto significa que lo que Jesús hizo también tiene un sentido religioso. Este leproso liberado se supone que debe reconocer la presencia amante de Dios en esta su experiencia. Se supone que creció en su fe. La liberación de Jesús es, por sobre todo, una liberación para Dios.

También, así, todos comprobarán su purificación y su vuelta y reincorporación a la comunidad.

De aquí podemos hacer una comparación con el sacramento de la Reconciliación. Porque hay gente que dice: Yo, si he pecado, me entiendo directamente con Dios, como si tuviera un teléfono personal para comunicarse con Dios. Y dice: ¿por qué yo tengo que confesarme con un sacerdote, si es un hombre igual que yo?
Pero la experiencia nos indica que cuando uno peca, comete una ofensa, una impureza (lepra) contra Dios, pero, a su vez, porque pertenezco a una sociedad y a una comunidad, es un daño, una ofensa a la comunidad, a la cual abajo con mi vida de pecado. En realidad, una comunidad crece y disminuye en bien y en santidad, dependiendo del comportamiento de cada integrante de la comunidad. Si hay ausencia de bien, se ve y cunde el mal, tanto en la comunidad, también en la Iglesia, también en una sociedad. Algunos filósofos hablan de que el mal en el mundo y en cualquier persona, es más que todo, ausencia de bien.
Para los creyentes y pertenecientes de la Iglesia y de una comunidad cristiana, con el pecado no sólo se ofende a Dios, sino que también se daña la vida de la Iglesia y de su comunidad. Además, para nosotros, cristianos, Dios no está encielado, está también en la Comunidad y en la Iglesia: "Cuando dos o más se reúnen en mi Nombre, yo estoy en medio de ellos", dice el Señor.
Por esta razón de dimensión comunitaria y social, el pecador que se arrepiente va donde el sacerdote, representante de la Comunidad, a pedir perdón a Dios y a la Comunidad. Y así es purificado y perdonado, reintegrándose con Dios en sí, a su Comunidad y a la Iglesia vitalmente. Así también restituye su deuda con la sociedad, porque su pecado hace disminuir la buena marcha del mundo.

Creo que el Evangelio de hoy día nos da una oportunidad de hacer un examen de conciencia y una oración en búsqueda de una sanación y conversión. Los insto a que cada uno encarne en su vida este Evangelio, que cada uno pueda sacar sus propias conclusiones personales, comunitarias y sociales.

En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
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