El Papa destacó el ejemplo de Rosario Livatino en el campo del Derecho Francisco: "El derecho a morir no tiene ningún fundamento jurídico"
Rosario Livatino fue asesinado por la mafia en 1990 y ha concluido con éxito el proceso diocesano de beatificación
El Papa criticó las sentencias a favor de la eutanasia según las cuales "el interés principal de una persona anciana o discapacitada sería morir y no ser curado"
Jorge Bergoglio criticó "las sentencias que se pronuncian en tema de derecho a la vida, en Italia y en tantos ordenamientos jurídicos"
El Papa recordó a los juristas su compromiso de contribuir a la construcción de la concordia, vínculo entre los hombres libres que componen la sociedad civil
Jorge Bergoglio criticó "las sentencias que se pronuncian en tema de derecho a la vida, en Italia y en tantos ordenamientos jurídicos"
El Papa recordó a los juristas su compromiso de contribuir a la construcción de la concordia, vínculo entre los hombres libres que componen la sociedad civil
| RD/Agencias
El papa Francisco consideró hoy que la eutanasia "no tiene ningún fundamento jurídico", al tiempo que criticó las sentencias según las cuales "el interés principal de una persona anciana o discapacitada sería morir y no ser curado".
El pontífice brindó sus consideraciones sobre la eutanasia al recibir este viernes en el Vaticano a miembros del centro de estudios "Rosario Livatino", en referencia al juez italiano asesinado por la mafia en 1990.
En ese marco, Jorge Bergoglio criticó "las sentencias que se pronuncian en tema de derecho a la vida, en Italia y en tantos ordenamientos jurídicos".
El papa Francisco destacó el ejemplo de Rosario Livatino en el campo del Derecho, al recibir en audiencia a los juristas inscriptos en el centro de estudios que lleva el nombre de este magistrado asesinado por la mafia en 1990 y estudia cuestiones que conciernen al derecho a la vida. En este contexto, y refiriéndose a las iniciativas sobre eutanasia, el pontífice cuestionó a quienes inventan un “derecho a morir” sin ningún fundamento jurídico.
“Rosario Livatino nos ha dejado a todos un ejemplo luminoso de cómo la fe puede expresarse plenamente en el servicio a la comunidad civil y a sus leyes; y cómo la obediencia a la Iglesia puede combinarse con la obediencia al Estado, en particular con el delicado e importante ministerio de hacer respetar y aplicar la ley”, destacó el papa Francisco al recibir en audiencia a personas que trabajan en el campo del Derecho, inscriptos en el Centro de Estudios Rosario Livatino.
El Centro de Estudios Rosario Livatino es un grupo de juristas, entre los cuales magistrados, abogados, profesores universitarios, escribanos, que tomando el ejemplo del magistrado italiano Rosario Livatino asesinado por la mafia en 1990, del que se ha concluido con éxito el proceso diocesano de beatificación, "estudia cuestiones que conciernen principalmente al derecho a la vida, a la familia y a la libertad religiosa en una perspectiva de coherencia con el derecho natural".
En el discurso, el Papa recordó las palabras expresadas por San Juan Pablo II sobre Rosario Livatino, antes de realizar la “memorable y perentoria” exhortación a la conversión a los “hombres de la mafia” en aquel 9 de mayo de 1993.
“En esa ocasión – dijo Francisco – el Papa lo llamó ‘mártir de la justicia e indirectamente de la fe’”.
“Cuando Rosario fue asesinado, casi nadie lo conocía. Trabajaba en un tribunal de la periferia: se ocupaba de la incautación y confiscación de bienes de origen ilegal adquiridos por los mafiosos. Lo hacía de manera inatacable, respetando las garantías de los acusados, con gran profesionalidad y con resultados concretos: por eso la mafia decidió eliminarlo”.
Ejemplo para los que trabajan en el campo del derecho
El Papa destacó el ejemplo de Livatino “no sólo para los magistrados, sino para todos los que trabajan en el campo del derecho, por la coherencia entre su fe y su compromiso con el trabajo, y por la actualidad de sus reflexiones” y en particular, recordó las palabras del futuro beato relacionadas con la introducción de un “presunto derecho a la eutanasia”.
"Si la oposición del creyente a esta ley se funda en la convicción de que la vida humana es un don divino que no es lícito que el hombre asfixie o interrumpa, lo es igualmente la oposición del no creyente, que se basa en la convicción de que la vida está protegida por la ley natural, que ningún derecho positivo puede violar o contradecir, ya que pertenece a la esfera de los bienes 'no disponibles', que ni los individuos ni la comunidad pueden atacar".
La justicia debe ser ejercida con sabiduría y humildad
El Papa recordó también lo que Livatino decía en cuanto al estatus moral de quien está llamado a administrar justicia: “No es más que un empleado del Estado al que se le confía la especialísima tarea de aplicar las leyes que esa sociedad se da a través de sus instituciones".
Asimismo, destacó la actualidad de las palabras del futuro beato en relación a la “justificación de la intromisión del juez en ámbitos no propios”, “con sentencias que parecen preocuparse por satisfacer deseos siempre nuevos, libres de cualquier límite objetivo”.
"Livatino – prosiguió - ha testimoniado hasta qué punto la virtud natural de la justicia exige ser ejercida con sabiduría y humildad, teniendo siempre presente la dignidad trascendente del hombre, que se refiere a su naturaleza, a su capacidad innata de distinguir el bien del mal, a esa brújula inscrita en nuestros corazones y que Dios ha impreso en el universo creado”.
Decidir es elegir, y en la elección el magistrado puede encontrar a Dios
El Santo Padre recordó una tercera reflexión de Livatino, quien afirmaba: “Decidir es elegir [...]; y elegir es una de las cosas más difíciles que el hombre esté llamado a hacer. Y es precisamente en esta elegir para decidir, de decidir para ordenar, donde el magistrado creyente puede encontrar una relación con Dios. Una relación directa, porque hacer justicia es realización de uno mismo, es oración, es dedicación de uno mismo a Dios. Una relación indirecta, por medio del amor a la persona juzgada [...] Y esa tarea será tanto más ligera cuanto más el magistrado advierta con humildad sus debilidades, cuanto más se presentará cada vez a la sociedad dispuesto y tendido a comprender al hombre que tiene ante sí y a juzgarlo sin la actitud de un superhombre, sino más bien con una contrición constructiva”.
Francisco concluyó destacando el "brillante ejemplo" dejado por Livatino, sobre cómo la fe "puede expresarse plenamente al servicio de la comunidad civil y de sus leyes; y de cómo la obediencia a la Iglesia pueda conjugarse con la obediencia al Estado, en particular con el ministerio, delicado e importante, de hacer que la ley se respete y se cumpla”.
El Papa recordó a los juristas su compromiso de contribuir a la construcción de la concordia, vínculo entre los hombres libres que componen la sociedad civil, y los llamó a seguir los pasos de Rosario Livatino, quien, en más de una de sus notas escribía el acrónimo “STD”.
“El acrónimo ‘atestiguaba el acto de entrega total que Rosario frecuentemente hacía a la voluntad de Dios’: ‘S.T.D. son las iniciales de sub tutela Dei. Deseo que sigan sus huellas, en esta escuela de vida y pensamiento. Los bendigo y, por favor, no olviden rezar por mí’”
Texto completo del discurso papal
Queridos hermanos y hermanas:
Os recibo con agrado y os doy bienvenida y agradezco al Presidente sus amables palabras. El 9 de mayo de 1993, mi predecesor san Juan Pablo II, poco antes de dirigir a los “hombres de la mafia” la memorable y perentoria invitación a la conversión en el Valle de los Templos, en Agrigento, se había encontrado con los padres de un magistrado, Rosario Angelo Livatino, que el 21 de septiembre de 1990, a los 38 años, había sido asesinado cuando se dirigía al tribunal. En esa ocasión el Papa lo llamó “mártir de la justicia e indirectamente de la fe”.
Me alegro de conocer hoy a los miembros del Centro de Estudios que ha elegido su nombre y que celebra su conferencia nacional anual. Livatino ― de quien ha concluido con éxito el proceso diocesano de beatificación― sigue siendo un ejemplo, sobre todo para aquellos que llevan a cabo el exigente y complicado trabajo de juez. Cuando Rosario fue asesinado, casi nadie lo conocía. Trabajaba en un tribunal de la periferia: se ocupaba de la incautación y confiscación de bienes de origen ilegal adquiridos por los mafiosos. Lo hacía de manera inatacable, respetando las garantías de los acusados, con gran profesionalidad y con resultados concretos: por eso la mafia decidió eliminarlo.
Livatino es un ejemplo no sólo para los magistrados, sino para todos los que trabajan en el campo del derecho: por la coherencia entre su fe y su compromiso con el trabajo, y por la actualidad de sus reflexiones. En una conferencia, refiriéndose a la cuestión de la eutanasia, y retomando las preocupaciones que un parlamentario laico de la época tenía por la introducción de un supuesto derecho a la eutanasia, hizo esta observación: «Si la oposición del creyente a esta ley se funda en la convicción de que la vida humana [...] es un don divino que no es lícito que el hombre asfixie o interrumpa, igualmente motivada es la oposición del no creyente, que se basa en la convicción de que la vida está protegida por la ley natural, que ningún derecho positivo puede violar o contradecir, ya que pertenece a la esfera de los bienes “indisponibles”, que ni los individuos ni la comunidad pueden atacar» (Canicattì, 30 de abril de 1986, en Fede e Diritto, editado por la Postulación).
Estas consideraciones parecen estar lejos de las sentencias que, sobre el tema del derecho a la vida, a veces se pronuncian en los tribunales, en Italia y en muchos sistemas democráticos. Pronunciamientos según los cuales el principal interés de una persona discapacitada o anciana sería morir en vez de curarse; o que ―según una jurisprudencia que se define a sí misma como “creativa”― inventan un “derecho de morir” sin ningún fundamento jurídico, debilitando así los esfuerzos por aliviar el dolor y no abandonar a sí misma a la persona que se encamina a terminar su existencia.
En otra conferencia, Rosario Livatino describía así el estatus moral de quien está llamado a administrar: «No es más que un empleado del Estado al que se le confía la especialísima tarea de aplicar las leyes que esa sociedad se da a través de sus instituciones». Sin embargo, se ha afirmado cada vez más una clave de lectura diferente del papel del magistrado, según la cual éste, «aunque la letra de la ley siga siendo idéntica, pueda utilizar el significado que mejor se adapte al momento contingente» (Canicattì, 7 de abril de 1984, en Il ruolo del Giudice nella società che cambia, editado por la postulación de la causa).
También en este sentido, la relevancia de Rosario Livatino es sorprendente, porque capta las señales de lo que habría surgido más claramente en las décadas siguientes, no sólo en Italia, es decir, la justificación de la intromisión del juez en ámbitos no propios, especialmente en materia de los denominados “nuevos derechos”, con sentencias que parecen preocuparse por satisfacer deseos siempre nuevos, desancladas de cualquier límite objetivo.
El tema que habéis elegido para la conferencia de hoy se inserta en este surco y pone en tela de juicio una crisis del poder judicial que no es superficial, sino que tiene raíces profundas. También en este sentido, Livatino ha dado testimonio de cómo la virtud natural de la justicia exija ser ejercida con sabiduría y con humildad, teniendo siempre presente la «dignidad trascendente del hombre», remitida «a su naturaleza, a su capacidad innata de distinguir el bien del mal, a esa “brújula” inscrita en nuestros corazones y que Dios ha impreso en el universo creado» (Discurso al Parlamento Europeo: Enseñanzas de Francisco, vol. II, 2[2014], 626).
Me identifico en otra reflexión de Rosario Livatino, cuando afirma: «Decidir es elegir [...]; y elegir es una de las cosas más difíciles que el hombre esté llamado a hacer. Y es precisamente en este elegir para decidir, de decidir para ordenar, donde el magistrado creyente puede encontrar una relación con Dios. Una relación directa, porque hacer justicia es realización de uno mismo, es oración, es dedicación de uno mismo a Dios. Una relación indirecta, por medio del amor a la persona juzgada. [...] Y esa tarea será tanto más ligera cuanto más el magistrado advierta con humildad sus debilidades, cuanto más se presentará cada vez a la sociedad dispuesto y orientado a comprender al hombre que tiene ante sí y a juzgarlo sin la actitud de un superhombre, sino más bien con una contrición constructiva».
De este modo, con estas convicciones, Rosario Livatino nos ha dejado a todos un brillante ejemplo de cómo la fe puede expresarse plenamente al servicio de la comunidad civil y de sus leyes; y de cómo la obediencia a la Iglesia pueda conjugarse con la obediencia al Estado, en particular con el ministerio, delicado e importante, de hacer que la ley se respete y se cumpla.
Queridos amigos, la concordia es el vínculo entre los hombres libres que componen la sociedad civil. Por vuestro compromiso como juristas, estáis llamados a contribuir a la construcción de esta concordia, profundizando las razones de la coherencia entre las raíces antropológicas, la elaboración de principios y las líneas de aplicación en la vida cotidiana.
Después de la muerte de Livatino, en más de uno de sus apuntes se encontró una nota al margen que al principio parecía misteriosa: “S.T.D.”. Pronto se descubrió que era el acrónimo que atestiguaba el acto de entrega total que Rosario hacía con frecuencia a la voluntad de Dios: S.T.D. son las iniciales de sub tutela Dei. Espero que sigáis sus huellas, en esta escuela de vida y de pensamiento. Os bendigo y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
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