"Nunca olvidaremos la Plaza de San Pedro vacía" Macario Ofilada: "La finalidad de los Sacramentos consiste en construir casas para que el Señor tenga morada entre nosotros"
"El papa ha querido que todo esto sea la plataforma para una experiencia renovada del Resucitado, que el aguacero será preludio a las llamas de Pentecostés"
"Un lenguaje cercano a la gente y a los ideales del Reino era lo que le bastaba a Jesús y no las interpretaciones dogmáticas refrendadas por Pontífices e Inquisidores"
"María, con su mirada bizantina y penetrante, nos recuerda que en estos momentos los imperios, las fronteras o las murallas entre clases culturales y sociales se desmoronan"
"María, con su mirada bizantina y penetrante, nos recuerda que en estos momentos los imperios, las fronteras o las murallas entre clases culturales y sociales se desmoronan"
| Macario Ofilada
Sobre la meditación de Francisco, durante la bendición en San Pedro, me abstengo de referir lo que todos han visto y que ya saben. Simplemente me referiré a los hechos y haré un breve comentario.
Nunca olvidaremos la bendición Urbi et Orbi impartida el viernes, 28.03.20. ¡Nunca! Las imágenes no demuestran la impotencia de los hombres sino el poder de Dios que nos espera, que toma la iniciativa y que se acerca.
Vivimos en un ambiente de muerte, con mentalidad de guerra. Cada día es una batalla. Lloramos por las víctimas, los fallecidos y por sus familiares. Asimismo pensamos en los en la vanguardia, en los que están luchando por nosotros en las trincheras. Cada día que trabajan y que regresan a sus casas, corren el riesgo de infectar a sus esposas, hijos, seres queridos. Mientras los demás nos quedamos en casa o al menos intentamos hacerlo, pues somos seres inquietos. No sabemos estar quietos o callados. Seguimos rezando, viendo transmisiones de misas, desde diversos canales en que los sacerdotes no dejan de ser pesados. Varios son los showmen de siempre, con espectáculos, palabras innecesarias que no consuelan. Son retransmisiones. Son espectáculos. No son el sacramento. Sin los sacramentos vivimos, reducidos a comprar solo víveres, medicamentos y otras necesidades. Pero estamos en casa. Al menos nosotros podemos estar en casa mientras que otros no tienen casa. La finalidad de los Sacramentos consiste en construir casas para que el Señor, que se hizo carne compartiendo nuestra condición, tenga morada, hogar entre nosotros.
"Seguimos rezando, viendo transmisiones de misas, desde diversos canales en que los sacerdotes no dejan de ser pesados"
Nunca olvidaremos aquella Plaza de San Pedro vacía. Pero era el centro del mundo en aquellos momentos. El mundo prácticamente estaba ahí. En el vacío. En los espacios. Sobre todo en la lluvia. Los cielos lloran con nosotros.
Y ahí una figura solitaria. Un hombre en blanco. Bajo la mirada atenta del Crucificado. Debemos recordar que esta imagen es significativa. No es la que paró la epidemia siglos atrás pese al lenguaje que se usa corrientemente. Nos recuerda de forma plástica que en medio de la cultura de la muerte -y este período de confinamiento y claustro ha intensificado esta cultura en clave de guerra- se hizo Carne la Palabra para darnos la vida y para que se la diéramos a los demás. A mi juicio, Francisco es la figura en el dichoso o controvertido tercer secreto de Fátima, leído actualmente desgraciadamente desde la conveniencia o conspiración wojtyliana y ratzingeriana. Pero hemos de ir más allá de las visiones, profecías de apariciones o revelaciones privadas. Hemos de volver siempre al Evangelio. Es lo que precisamente ha hecho Francisco, guiado ante todo por Marcos, el más antiguo de los relatos, con sofisticación mínima en el estilo, con un lenguaje muy directo, algo chabacano pero cercano a la gente y a los ideales del Reino que era lo que le bastaba a Jesús y no las interpretaciones dogmáticas refrendadas por Pontífices e Inquisidores.
También estaba presente María, Salus Populi Romani. Ahora se la recordará como Salus Populi Urbi. Del mundo. No solo de los romanos o de los imperios. Su mirada bizantina y penetrante, nos recuerda que en estos momentos los imperios, las fronteras o las murallas entre clases culturales y sociales se desmoronan. Incluso los de la realeza y de la jet han caído enfermos a causa de este enemigo invisible el coronavirus, la enfermedad que produce que es la COVID-19.
Dios permite el mal. El Evangelio del cuarto Domingo de Cuaresma, ciclo A (Jn, 9, 1.40) nos recuerda que el mal viene no por el pecado personal sino para que se vean las obras de Dios. La mejor obra de Dios es la caridad de los hombres, la compasión, la misericordia, el perdón hacia los demás. Quizá por medio de esta pandemia nos está dando el Señor la oportunidad de demostrar esto. De ser su verdadera gloria al ser vivos sobre todo en la compasión, misericordia, caridad, séame permitida esta paráfrasis de san Ireneo.
De la boca de Francisco, a propósito del relato de Marcos 4, 35-41, ha salido la meditación papalina más bella de todos los tiempos -séame permitido este atrevimiento, después de la de Pedro tras el Pentecostés en que el primer papa tuvo una experiencia renovada e intensa del Resucitado-. Ahora en un mundo en que los rastros del Resucitado al parecer han desaparecido, cubiertos por la luna y la tempestad, Francisco nos recuerda que el Señor, vencedor de las tormentas, no está dormido. El papa ha querido que todo esto sea la plataforma para una experiencia renovada del Resucitado, que el aguacero será preludio a las llamas de Pentecostés. La renovación comienza con la fe, una fe intensa. Y esta tendrá su despliegue en una caridad más intensa, una compasión más generosa, una misericordia más radicalizada. Son estas las armas para combatir este virus mortífero. Es el virus vivificador del Espíritu que nos permitirá respirar nuevos aires, sobre todo cuando los problemas respiratorios de los infectados nos quieren quitar el aliento en nuestros quehaceres.
Y lo más emocionante de todo era la bendición misma. Yo personalmente no soy un aficionado a las indulgencias. Prefiero pensar en un Dios que perdona sin condiciones, que nos quita las cargas, que es indulgente y misericordioso. Pero he de pensar también en el contexto de los jubileos desde el Antiguo Testamento. Yo creo que las indulgencias son más bien una llamada para que seamos indulgentes con los demás: que perdonemos, que nos ayudemos a sobrellevar las deudas, los cargos, los pesos de todos los días.
Las bendiciones apostólicas, sobre todo las Urbi et Orbi (ecos de las proclamas imperiales romanas), son ocasiones para que el Pontífice luzca, ponga de manifiesto el poder de las llaves de Pedro. Todo el mundo espera la elevación de aquella mano derecha con anillo de pescador mientras traza tres veces desde el balcón de la Sala de Bendiciones. Es signo de poder, autoridad, prestigio. En tiempos atrás, hasta los de Pablo VI, todo el mundo se arrodillaba, incluso aplaudían cuando el Sumo Pontífice entonaba la palabra indulgentiam.
Francisco ha cambiado este rito especial. En vez de dar la bendición él, él nos bendijo con el Santísimo. El papa gaucho nos recuerda que Jesucristo, no él, es el Señor. Es quien nos bendice, nos sana, nos cura, nos ayuda. Suyo es el poder, la gloria, por los siglos... Para muchos católicos privados de los sacramentos estos días, es este un recordatorio fuerte de que el Señor sigue morando con nosotros, más allá de las limitaciones físicas de una celebración sacramental cuyos méritos van más allá de las espacialidades y temporalidades, de las retransmisiones y comunicaciones. Tras un papado largo de culto a la personalidad y otro de un magisterio de los fundamentales, henos aquí ante uno que quiere recalcar que el Señor es quien verdaderamente bendice y que ha optado por no usar la fórmula consagrada que implica que el pontífice es quien bendice. Francisco, en mi opinión, no cantaba las fórmulas no solo porque no está dotado en esta área sino porque no quería que las bendiciones fuesen un acto papal, sino un acto cristológico profundo.
"Francisco no quería que las bendiciones fuesen un acto papal, sino un acto cristológico profundo"
El 27.03.20 fue una ocasión cristológica, eucarística, eclesiológica. Podrán derramarse ríos y ríos de tinta sobre su significado en los días venidores. Tal vez cuando esta crisis acabe, pues acabará. Nunca se olvidará esta bendición Urbi et Orbi excepcional que conlleva el reto de ser una bendición para los demás. El carácter excepcional de la ocasión no fue solo por la ocasión en sí misma, rompiendo con la tradición de impartir la bendición solo tras la elección del papa o en Pascua o Navidad, sino también-y sobre todo diría yo, por la manera y la meditación que la acompañó, bajo la lluvia con una figura solitaria en blanco.
Escribo estas líneas desde el régimen de confinamiento y clausura del norte de Filipinas, con un sol y calor de verano tremendos, conmovido sabiendo que nos aguarda una caída copiosa de lluvias de bendiciones del cielo y consolado por la solidaridad de esa figura solitaria y de la de los que en silencio le siguieron por medio de retransmisiones directas o repeticiones.