Pide a las autoridades internacionales que impidan que se sofoquen por la violencia las aspiraciones del pueblo de Myanmar Papa: "El pueblo de Irak nos espera. No podemos desilusionarlo una segunda vez"
"Continúan llegando del Myanmar tristes noticias de sangrientos conflictos con pérdidas de vidas humanas. Deseo reclamar la atención de las autoridades para que el diálogo prevalezca sobre la represión y la armonía sobre la discordia"
"El pueblo de Irak nos espera. Esperaba a Juan Pablo II, que no se le permitió ir. No se puede desilusionar a un pueblo una segunda vez. Recemos para que este viaje se pueda hacerse bien"
“No todas las oraciones son iguales, y no todas son convenientes: la Biblia misma nos atestigua el mal resultado de muchas oraciones, que son rechazadas”
“¿Qué Dios está dispuesto a morir por los hombres? ¿Qué Dios ama siempre y pacientemente, sin pretender ser amado a cambio?”
“La paternidad que es cercanía, compasión y ternura, las tres palabras que son el estilo de Dios”
“No todas las oraciones son iguales, y no todas son convenientes: la Biblia misma nos atestigua el mal resultado de muchas oraciones, que son rechazadas”
“¿Qué Dios está dispuesto a morir por los hombres? ¿Qué Dios ama siempre y pacientemente, sin pretender ser amado a cambio?”
“La paternidad que es cercanía, compasión y ternura, las tres palabras que son el estilo de Dios”
“La paternidad que es cercanía, compasión y ternura, las tres palabras que son el estilo de Dios”
Pasado mañana, el Papa Francisco emprende su visita a Irak, la más peligrosa y arriesgada, pero quizás también la más histórica y la mas necesaria de su pontificado. Reconoce que, a pesar de los riesgos, el viaje es necesario para "no volver a desilusionar por segunda vez" a aquel "pueblo martirizado", al que ya se le impidió ir a Juan Pablo II. El Papa también recuerda la situación de Myammar
En la catequesis, Francisco aborda la oración trinitaria y recuerda que "Jesús es una puerta que se abre" y el que nos descubre la paternidad de Dios "que es cercanía, compasión y ternura, las tres palabras que son el estilo de Dios”. Por eso, "“Somos el fin de un amor que no tiene igual en la tierra”.
De la carta de San Pedro a los romanos: “Hermanos...no habéis recibido un espíritu de esclavitud, sino un espíritu de hijos, de adopción, en el que clamamos 'Abba', Padre...”
Texto íntegro de la catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En nuestro camino de catequesis sobre la oración, hoy y la próxima semana queremos ver cómo, gracias a Jesucristo, la oración se abre de par en par a la Trinidad, al mar inmenso de Dios amor. Jesús es quien nos ha abierto el Cielo y nos ha proyectado en la relación con Dios. Es lo que afirma el apóstol Juan, en la conclusión del prólogo de su Evangelio: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado» (1,18). Jesús reveló la identidad de Dios. Nosotros realmente no sabíamos cómo se podía rezar: qué palabras, qué sentimientos y qué lenguajes fueran apropiados para Dios.
En esa petición dirigida por los discípulos al Maestro, que a menudo hemos recordado durante estas catequesis, está todo el tanteo del hombre, sus repetidos intentos, a menudo fracasados, de dirigirse al Creador: «Señor, enséñanos a orar» (Lc11,1).
No todas las oraciones son iguales, y no todas son convenientes: la Biblia misma nos atestigua el mal resultado de muchas oraciones, que son rechazadas. Quizá Dios a veces no está contento con nuestras oraciones y nosotros ni siquiera nos damos cuenta. Dios mira las manos de quien reza: para hacerlas puras no es necesario lavarlas, si acaso es necesario abstenerse de acciones malvadas. San Francisco de forma radical rezaba: «Nullu homo ène dignu te mentovare», es decir “ningún hombre es digno de nombrarte” (Cántico del hermano sol).
Pero quizá el reconocimiento más conmovedor de la pobreza de nuestra oración floreció de la boca de ese centurión romano que un día suplicó a Jesús que sanara a su siervo enfermo (cfr Mt 8,5-13). Él se sentía completamente inadecuado: no era judío, era oficial del odiado ejército de ocupación. Pero la preocupación por el siervo le hace osar, y dice: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano» (v. 8). Es la frase que también nosotros repetimos en cada liturgia eucarística. Dialogar con Dios es una gracia: nosotros no somos dignos, no tenemos ningún derecho de acampar, “cojeamos” con cada palabra y cada pensamiento... Pero Jesús es una puerta que se abre.
¿Por qué el hombre debería ser amado por Dios? No hay razones evidentes, no hay proporción... Tanto es así que en gran parte de las mitologías no está contemplado el caso de un dios que se preocupe por las situaciones humanas; es más, estas son molestas y aburridas, completamente insignificantes. Recordemos la frase de Dios a su pueblo: 'Piensa qué pueblo tiene un Dios tan cercano a vosotros como Yo'. También para Aristóteles, Dios puede pensar solo en sí mismo. En todo caso, somos los humanos los que intentamos impresionar a la divinidad y resultar agradables a sus ojos. De aquí el deber de “religión”, con la procesión de sacrificios y devociones a ofrecer continuamente para congraciarse con un Dios mudo e indiferente. No hay diálogo. La Biblia nos abrió el camino del diálogo con Dios.
Un Dios que ama al hombre, nosotros nunca hubiéramos tenido la valentía de creerlo, si no hubiéramos conocido a Jesús. Es el escándalo que encontramos grabado en la parábola del padre misericordioso, o en la del pastor que va en busca de la oveja perdida (cfr Lc15). Historias de este tipo no hubiéramos podido concebirlas, ni siquiera comprenderlas, si no hubiéramos encontrado a Jesús. ¿Qué Dios está dispuesto a morir por los hombres? ¿Qué Dios ama siempre y pacientemente, sin pretender ser amado a cambio? ¿Qué Dios acepta la tremenda falta de reconocimiento de un hijo que pide un adelanto de la herencia y se va de casa malgastando todo? (cfr Lc15,12-13).
Así Jesús nos cuenta con su vida en qué medida Dios es Padre. Tam Pater nemo: Nadie es Padre cómo Él. La paternidad que es cercanía, compasión y ternura, las tres palabras que son esl estilo de Dios. Nosotros imaginamos con dificultad y muy de lejos el amor del que la Santísima Trinidad está llena, y qué abismo de mutua benevolencia existe entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los iconos orientales nos dejan intuir algo de este misterio que es el origen y la alegría de todo el universo.
Sobre todo, estaba lejos de nosotros creer que este amor divino se expandiría, alcanzando nuestra orilla humana: somos el fin de un amor que no tiene igual en la tierra. El Catecismo explica: «La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre» (n. 2664). Es la gracia de nuestra fe. Realmente no podíamos esperar vocación más alta: la humanidad de Jesús ha hecho disponible para nosotros la vida misma de la Trinidad. Abrió la puerta del amor del misterio del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Saludo en español
Queridos hermanos y hermanas: En la catequesis de hoy y de la próxima semana contemplamos cómo gracias a Jesús la oración nos abre de par en par al inmenso misterio de la Santa Trinidad, a las profundidades del Dios del Amor. Nadie ha visto al Padre, ha sido Jesús quien nos lo ha revelado. Sin Él nuestra oración no sería capaz de alcanzar a Dios, ni siquiera seríamos dignos de mencionar su nombre.
La Biblia nos da varios ejemplos de súplicas que Dios no aceptó, porque no todas las oraciones son buenas. Sin embargo, es Jesús quien colma nuestro anhelo enseñándonos a orar. Por eso, nos hace bien reconocer la pobreza de nuestra oración, como el centurión del evangelio. Pensemos en la inmensa gracia que significa dialogar con Dios, que «una palabra suya» baste para que seamos salvados.
Nada hay en nosotros que justifique su amor, no hay proporción. Los antiguos filósofos a duras penas consideraban que fuera posible, con sacrificios y devociones, congraciarse con un dios mudo e indiferente. Jesús, en cambio, con su vida, nos demuestra en qué medida Dios es Padre y que nadie es Padre como Él. Nos asegura que es el pastor que busca la oveja perdida, el padre misericordioso que sale al encuentro del hijo pródigo.
¿Qué dios estaría dispuesto a morir por los hombres?, ¿a amarlos siempre con paciencia, sin esperar nada a cambio? ¿Cómo podríamos siquiera concebir el abismo infinito del amor de Dios? ¿Cómo creer que ese mar de misericordia se habría extendido hasta llegar a la orilla de nuestra humanidad?
Nosotros sólo podemos aceptarlo y comprenderlo gracias al misterio de la cruz. Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Los animo a acercarse a la santa humanidad de Jesús, pues es el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre. Esta es nuestra vocación, participar en la vida misma de la Santísima Trinidad. Muchas gracias.
Saludo en italiano
“Continúan llegando del Myanmar tristes noticias de sangrientos conflictos con pérdidas de vidas humanas. Deseo reclamar la atención de las autoridades para que el diálogo prevalezca sobre la represión y la armonía sobre la discordia.
Dirijo también un llamamiento a la comunidad internacional, para que trabaje en que las aspiraciones del pueblo de Myanmar no sean sofocadas por la violencia.
A los jóvenes de esa amada tierra que le sea concedida la esperanza de un futuro donde el odio y la injusticia dejen espacio al encuentro y a la reconciliación.
Repito, por último, el deseo expresado hace un mes: que el camino emprendido hacia la democracia durante los últimos años en Myammar pueda reemprenderse a través del gesto concreto de la liberación de los diversos líderes políticos encarcelados.
Pasado mañana, si Dios quiere, me dirigiré a Irak, para un peregrinaje de tres días. Desde hace tiempo deseo encontrarme con aquel pueblo que tanto ha sufrido y con aquella Iglesia mártir. En la tierra de Abraham, junto a otros líderes religiosos, daremos otro paso adelante en la fraternidad de los creyentes.
Os pido que me acompañéis con la oración este voaje apostólico, para que pueda desarrollarse de la mejor manera y pueda aportar los frutos esperados.
El pueblo de Irak nos espera. Esperaba a Juan Pablo II, que no se le permitió ir. No se puede desilusionar a un pueblo una segunda vez. Recemos para que este viaje se pueda hacerse bien”.
Etiquetas