“La santidad no es una conquista humana, es un don que recibimos” Papa, en la fiesta de Todos los santos: “Ser santos es recorrer el camino de la humildad, de la compasión, de la mansedumbre, de la justicia y de la paz”
"La bienaventuranza, la santidad no es un programa de vida hecho solo de esfuerzos y renuncias, sino que es ante todo el gozoso descubrimiento de ser hijos amados por Dios"
"La alegría del cristiano, por tanto, no es la emoción de un momento o simple optimismo humano, sino la certeza de poder afrontar cada situación bajo la mirada amorosa de Dios"
"Sin alegría, la fe se convierte en un ejercicio riguroso y opresivo, y corre el riesgo de enfermarse de tristeza"
"¿Somos cristianos alegres? ¿Transmitimos alegría o somos personas aburridas y tristes con cara de funeral?"
"Las Bienaventuranzas, pues, son la profecía de una humanidad nueva, de un modo nuevo de vivir"
"Sin alegría, la fe se convierte en un ejercicio riguroso y opresivo, y corre el riesgo de enfermarse de tristeza"
"¿Somos cristianos alegres? ¿Transmitimos alegría o somos personas aburridas y tristes con cara de funeral?"
"Las Bienaventuranzas, pues, son la profecía de una humanidad nueva, de un modo nuevo de vivir"
"Las Bienaventuranzas, pues, son la profecía de una humanidad nueva, de un modo nuevo de vivir"
Desde la cátedra de la ventana, el Papa Francisco aborda en su catequesis el tema de la santidad en el día de Todos los santos. Recuerda Francisco que el programa de los creyentes para ser santos son las bienaventuranzas. Porque “ser santos es recorrer el camino de la humildad, de la compasión, de la mansedumbre, de la justicia y de la paz”. Y resume las bienaventuranzas en la alegría y la profecía”. Porque “sin alegría, la fe se convierte en un ejercicio riguroso y opresivo, y corre el riesgo de enfermarse de tristeza”.
Las palabras del Papa en la oración del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos Todos los Santos y en la Liturgia resuena el mensaje “programático” de Jesús: las Bienaventuranzas (cf. Mt 5,1-12a). Estas nos muestran el camino que lleva al Reino de Dios y a la felicidad: el camino de la humildad, de la compasión, de la mansedumbre, de la justicia y de la paz. Ser santos es recorrer este camino. Detengámonos ahora en dos aspectos de este estilo de vida: la alegría y la profecía.
La alegría. Jesús comienza con la palabra «Bienaventurados» (Mt 5, 3). Es el anuncio principal, el de una felicidad inaudita. La bienaventuranza, la santidad no es un programa de vida hecho solo de esfuerzos y renuncias, sino que es ante todo el gozoso descubrimiento de ser hijos amados por Dios. No es una conquista humana, es un don que recibimos: somos santos porque Dios, que es el Santo, viene a habitar nuestra vida. ¡Por eso somos bienaventurados!
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— @Teremye (@escolapiasAR) October 31, 2021
La alegría del cristiano, por tanto, no es la emoción de un momento o simple optimismo humano, sino la certeza de poder afrontar cada situación bajo la mirada amorosa de Dios, con la valentía y la fuerza que proceden de Él. Los santos, incluso en medio de muchas tribulaciones, vivieron esta alegría y la testimoniaron. Sin alegría, la fe se convierte en un ejercicio riguroso y opresivo, y corre el riesgo de enfermarse de tristeza. Un Padre del desierto decía que la tristeza es «un gusano del corazón», que corroe la vida (cf. Evagrio Póntico, Sobre los ocho espíritus malvados, XI). Interroguémonos sobre esto: ¿somos cristianos alegres? ¿Transmitimos alegría o somos personas aburridas y tristes con cara de funeral? Recordemos: ¡no hay santidad sin alegría!
El segundo aspecto: la profecía. Las Bienaventuranzas están dirigidas a los pobres, a los afligidos, a los hambrientos de justicia. Es un mensaje a contracorriente. El mundo, de hecho, dice que para ser feliz tienes que ser rico, poderoso, siempre joven y fuerte, tener fama y éxito. Jesús abate estos criterios y hace un anuncio profético: la verdadera plenitud de vida se alcanza siguiéndole, practicando su Palabra.
Y esto significa ser pobres por dentro, vaciarse de uno mismo para dejar espacio a Dios. Quien se cree rico, exitoso y seguro, lo basa todo en sí mismo y se cierra a Dios y a sus hermanos, mientras quien es consciente de ser pobre y de no bastarse a sí mismo permanece abierto a Dios y al prójimo. Y halla la alegría. Las Bienaventuranzas, pues, son la profecía de una humanidad nueva, de un modo nuevo de vivir: hacerse pequeño y encomendarse a Dios, en lugar de destacar sobre los demás; ser manso, en vez de tratar de imponerse; practicar la misericordia, antes que pensar solo en sí mismo; trabajar por la justicia y por la paz, en vez de alimentar, incluso con la connivencia, injusticias y desigualdades.
La santidad es acoger y poner en práctica, con la ayuda de Dios, esta profecía que revoluciona el mundo. Entonces podemos preguntarnos: ¿Doy testimonio de la profecía de Jesús? ¿Manifiesto el espíritu profético que recibí en el Bautismo? ¿O me adapto a las comodidades de la vida y a mi pereza, pensando que todo va bien si me va bien a mí? ¿Llevo al mundo la alegre novedad de la profecía de Jesús o las habituales quejas por lo que no va bien?
Que la Santísima Virgen nos dé algo de su ánimo, de ese ánimo bienaventurado que ha magnificado con alegría al Señor, que “derriba a los potentados de sus tornos y exalta a los humildes” (cf. Lc 1,52).
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