Preside la Misa Crismal invitando a cumplir tres 'gracias': el seguimiento, la admiración y el discernimiento Francisco, a los sacerdotes: "No somos repartidores de aceite en botella"
El Papa recuerda a los clérigos que los únicos imprescindibles en el Reino son “la gente”: “Ellos son imagen de nuestra alma e imagen de la Iglesia”
“Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón. Al ungir somos reungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo”
“Aquí, creo yo, empezó el clericalismo: en este querer asegurarse la comida y la propia comodidad desentendiéndose de la gente”
“Aquí, creo yo, empezó el clericalismo: en este querer asegurarse la comida y la propia comodidad desentendiéndose de la gente”
Y mientras la gente quería seguir a Jesús, los discípulos sólo pensaban en buscar algo de comer. “Aquí, creo yo, empezó el clericalismo: en este querer asegurarse la comida y la propia comodidad desentendiéndose de la gente”. El Papa Francisco utilizó la Misa Crismal, con la que arrancan los actos más intensos de la Semana Santa, para volver a recordar a los clérigos que únicamente son mediadores entre Dios y su pueblo. “Sois ungidos para ungir (…). Ellos son imagen de nuestra alma, e imagen de la Iglesia”.
Recordando la escena de la multiplicación de los panes y los peces, Francisco recordó cómo “el seguimiento de la gente va más allá de todo cálculo, es un seguimiento incondicional, lleno de cariño”, lo que “contrasta con la mezquindad de los discípulos cuya actitud con la gente raya en crueldad cuando le sugieren al Señor que los despida, para que se busquen algo para comer”.
Jesús, en cambio, “cortó en seco esta tentación. «¡Denles ustedes de comer!» (Mc 6,37), fue la respuesta de Jesús; «¡háganse cargo de la gente!»”, clamó el Papa, quien invitó a curas, obispos y cardenales a reflexionar sobre tres gracias: el seguimiento, la admiración y el discernimiento.
No perder el contacto con la gente
Para el Papa, Jesús siempre estuvo “en medio de la multitud, rodado y apretujado por la gente que le acerca sus enfermos, le ruega que expulse los malos espíritus, escucha sus enseñanzas y camina con Él”. Y ¿qué hizo él? “El Señor nunca perdió este contacto directo con la gente, siempre mantuvo la gracia de la cercanía, con el pueblo en su conjunto y con cada persona en medio de esas multitudes”.
En todos los momentos de su vida, desde su nacimiento en Belén con pastores, reyes y ancianos, a la cruz, con “Verónicas, cireneos, ladrones, centuriones...”. Jesús se rodea de la multitud, que, apuntó Francisco, “no es un término despreciativo”. Porque “cuando interactúan con el Señor, las multitudes se transforman”.
Tras el seguimiento, la admiración. “La gente se maravillaba con Jesús, con sus milagros, pero sobre todo con su misma Persona”, clamó Francisco. La última gracia, la del discernimiento, que “no es ciertamente un discernimiento de especialistas en cuestiones disputadas”.
Deja sin palabras a los tramposos
“Cuando los fariseos y los doctores de la ley discutían con Él, lo que discernía la gente era la autoridad de Jesús: la fuerza de su doctrina para entrar en los corazones y el hecho de que los malos espíritus le obedecieran; y que además, por un momento, dejara sin palabras a los que implementaban diálogos tramposos. La gente gozaba con esto”, recordó el Papa.
Y aquí es donde se comprueba cómo la multitud son “los destinatarios preferenciales de la unción del Señor: los pobres, los prisioneros de guerra, los ciegos, los oprimidos”. Una multitud en una “dinámica de lo que podemos llamar una 'preferencialidad inclusiva'”, que redunda “en beneficio de todos”.
La viuda no supo que "salía en el Evangelio"
Pobres, mendigos o la viuda que dona dos monedas, “que era todo lo que tenía ese día para vivir”. “Con ella el Señor puede cumplir en plenitud su misión de anunciar el evangelio a los pobres. Paradójicamente, la buena noticia de que existe gente así, la escuchan los discípulos. Ella, la mujer generosa, ni se enteró de que 'había salido en el Evangelio'”, reveló Bergoglio.
O los ciegos, como Bartimeo, que “sólo tuvo ojos para seguir a Jesús por el camino”. “¡La unción de la mirada! Nuestra mirada, a la que los ojos de Jesús pueden devolver ese brillo que solo el amor gratuito puede dar, ese brillo que a diario nos lo roban las imágenes interesadas o banales con que nos atiborra el mundo”.
Los oprimidos, simbolizados en la figura del Buen Samaritano. “¡La unción de la carne herida de Cristo!”. En esta unción, subrayó el Papa, “está el remedio para todos los traumas que dejan a personas, a familias y a pueblos enteros fuera de juego, como excluidos y sobrantes, al costado de la historia”.
Los pobres, imagen de la Iglesia
“Hoy las ciudades se cautivan no tanto a punta de lanza sino con los medios más sutiles de colonización ideológica. Solo la unción de la propia cultura, amasada con el trabajo y el arte de nuestros mayores, puede liberar a nuestras ciudades de estas nuevas esclavitudes”, añadió Francisco, quien recordó a los sacerdotes que “nuestros modelos evangélicos son esta 'gente', esta multitud con estos rostros concretos, a los que la unción del Señor realza y vivific”a.
“Ellos son los que completan y vuelven real la unción del Espíritu en nosotros, que hemos sido ungidos para ungir”, instó el Papa a los sacerdotes. “Ellos son imagen de nuestra alma e imagen de la Iglesia. Cada uno encarna el corazón único de nuestro pueblo”.
Y ahí cambia la historia, y se rompe con el clericalismo. “Nosotros, sacerdotes, somos el pobre y quisiéramos tener el corazón de la viuda pobre cuando damos limosna y le tocamos la mano al mendigo y lo miramos a los ojos. Nosotros, sacerdotes, somos Bartimeo y cada mañana nos levantamos a rezar rogando: «Señor, que pueda ver» (Lc 18,41). Nosotros, sacerdotes somos, en algún punto de nuestro pecado, el herido molido a palos por los ladrones. Y queremos estar, los primeros, en las manos compasivas del Buen Samaritano, para poder luego compadecer con las nuestras a los demás”.
Reungidos por nuestro pueblo
“No somos repartidores de aceite en botella. Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón. Al ungir somos reungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo”, concluyó Francisco. “Ungimos ensuciándonos las manos al tocar las heridas, los pecados y las angustias de la gente; ungimos perfumándonos las manos al tocar su fe, sus esperanzas, su fidelidad y la generosidad incondicional de su entrega”.
Porque “el que aprende a ungir y a bendecir se sana de la mezquindad, del abuso y de la crueldad”, como hizo Jesús.
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