¿Se ha convertido la Vida Religiosa en modelo para el desarrollo del Sínodo sobre la Sinodalidad? Jesús Díaz Sariego, presidente de la CONFER: "El Evangelio requiere un discernimiento en común"
"Algunas congregaciones, especialmente las órdenes más antiguas y que aún permanecen, fueron pioneras en implantar formas democráticas de vida fraterna y comunitaria en su modo de gobernarse y de situarse en la sociedad. Pero, es preciso matizarlo, con rasgos diferentes al modo de funcionamiento democrático al que ahora estamos acostumbrados"
"La Vida Religiosa, a lo largo de su historia centenaria, ha ido desarrollando en su esencia la sabiduría sinodal como forma de vida esencialmente comunitaria y como metodología cuando discierne sobre las cuestiones que en cada momento histórico se plantean. Esta sabiduría profética, podríamos decir, la ha hecho más evangélica. La participación de los religiosos y religiosas en una vida comunitaria los educa en valores sinodales importantes"
No ha pasado desapercibido que en la metodología y organización de la reciente asamblea sinodal celebrada en el Vaticano durante el pasado mes de octubre, había cuestiones que parecían inspirarse directamente en el funcionamiento de congregaciones religiosas, como benedictinos, franciscanos y dominicos, cuando no en la adopción de la “conversación en el Espíritu” para ayudar en el diálogo y el discernimiento, que bebe de la práctica de la Compañía de Jesús. Destacada ha sido también la presencia de religiosos para participar en la dinamización de las jornadas, en los retiros y redacción de la síntesis. ¿Significa eso que este sínodo universal se está inspirando en la Vida Religiosa como modelo para llevar la práctica de la sinodalidad al conjunto de la Iglesia universal?
Jesús Díaz Sariego, OP, presidente de la CONFER, reconoce en entrevista con Religión Digital, que la Vida Religiosa, a lo largo de su historia, "ha ido desarrollando en su esencia la sabiduría sinodal como forma de vida esencialmente comunitaria y como metodología cuando discierne sobre las cuestiones que en cada momento histórico se plantean"
A la vista de la pasada asamblea sinodal, su metodología y funcionamiento, que puede recordar al de algunas congregaciones religiosas, ¿puede la Vida Religiosa servir como modelo de funcionamiento sinodal?
La Vida Religiosa, a lo largo de su historia centenaria, ha ido desarrollando en su esencia la sabiduría sinodal como forma de vida esencialmente comunitaria y como metodología cuando discierne sobre las cuestiones que en cada momento histórico se plantean. Esta sabiduría profética, podríamos decir, la ha hecho más evangélica. La participación de los religiosos y religiosas en una vida comunitaria los educa en valores sinodales importantes. Destaco especialmente: la búsqueda entre sus miembros del bien común; la escucha atenta, comprometida, de las apreciaciones que los demás puedan hacer sobre las cuestiones que a todos nos importan; la capacidad de disentir, sin herirse, sobre los asuntos; el interés por integrar las diferencias; el esfuerzo constante que supone el refuerzo de los vínculos que nos unen en lo fundamental; el contraste comunitario con la Palabra de Dios que guía nuestros pasos; la confianza plena en la voz del Espíritu que habla en cada uno, no como exclusividad, sino para todos.
¿Qué pueden aportar a este momento concreto de la historia de la Iglesia, embarcada en un sínodo que algunos consideran de gran trascendencia, las seculares formas de gobierno de algunas congregaciones religiosas?
Cada uno de los carismas, en las distintas congregaciones, ha ido desarrollando la práctica sinodal con modos y formas de gobernarse diferentes en sus matices propios, según el momento histórico en el que hayan surgido. Todas las formas son necesarias para enriquecer al conjunto. Algunas congregaciones, especialmente las órdenes más antiguas y que aún permanecen, fueron pioneras en implantar formas democráticas de vida fraterna y comunitaria en su modo de gobernarse y de situarse en la sociedad. Pero, es preciso matizarlo, con rasgos diferentes al modo de funcionamiento democrático al que ahora estamos acostumbrados. El ideal de estos carismas, como lo fue el ideal de las primeras comunidades cristianas, no está tanto en el dominio de una mayoría sobre una minoría, sino en la unanimidad de las decisiones. Alcanzar este ideal es muy exigente. Requiere un discernimiento constante; tiempo, conversión personal, a la hora de afinar las propias ideas o sensibilidades; oración y estudio comunitario de los problemas. Se precisa una escucha comunitaria de la Palabra de Dios para juntos orarla, pero también una escucha comunitaria de las voces del mundo para discernirlas, teniendo en cuenta los diversos puntos de vista; generosidad por parte de todos para implicarse mejor en un proyecto común. Por supuesto, una espiritualidad lo suficientemente profunda para ser capaces de forjar un proyecto que a todos nos atañe.
En fin. Todo este proceso sinodal nos exige situarnos más desde Dios que desde nosotros mismos. Es una aventura apasionante para los que nos hayamos comprometido en esta forma de vida. No solamente porque nos educa en valores humanos importantes; también porque nos ofrece la posibilidad de interiorizar, con los demás, los misterios de la vida que a todos nos conciernen y preocupan. La Verdad, con mayúscula, de Dios y de nuestro ser está en el conjunto. No es exclusiva de cada uno. Su objetividad nos viene de Dios, aunque estemos llamados a personalizarla en nuestra persona, en nuestras ideas y sentimientos. Pero esta subjetividad no debe traicionarnos. No debemos adaptar el Evangelio a lo que cada uno piensa o siente. Más bien, al contrario. Somos cada uno de nosotros los que debemos beber de la objetividad que el Evangelio nos ofrece. El discernimiento en común, sinodal, es un buen antídoto contra la fácil tentación de pensar que la propia experiencia, por válida que ésta sea, es la que ha de imponerse a los demás.
¿Es pionera la Vida Religiosa en la práctica sinodal?
Los grandes pioneros en la experiencia cristiana de la práctica sinodal fueron las primeras comunidades cristianas. El primer Concilio de Jerusalén, relatado en los Hechos de los Apóstoles, es una buena prueba de ello. Fue un momento de discernimiento en común decisivo para la universalidad del cristianismo. No sólo como promoción de los valores judeo-cristianos a los no judíos, sin dejarse atar por exigencias culturales que no han de imponerse a otras culturas -como era la exigencia judía de la circuncisión-, sino también como lectura reflexionada y discernida entre todos de las exigencias evangélicas que van más allá de una cultura determinada. El Evangelio es capaz de inculturarse en todas las culturas que la humanidad ha gestado. Pero no se deja atrapar en exclusividad por ninguna de ellas.
La Vida Religiosa quiere incorporar esta fuente de vida ya presente en la experiencia cristiana incipiente. Los diversos carismas quieren ser fieles a este principio irrenunciable. El Evangelio, lo reitero, requiere un discernimiento en común. El mensaje fundamental de Jesucristo no se vive por imposición. Hay que experimentarlo y vivirlo con los demás. Por eso es personal y comunitario. Por ello también es particular y universal. No se encierra ni en una opinión, ni en una sola cultura, ni en una solo individuo. El Evangelio es plausible en todas las culturas y en todas las épocas. La metodología sinodal siempre es necesaria para ser fieles a la propia dinámica evangélica. Hemos de confiar plenamente en ella. No seguimos una doctrina despersonalizada, seguimos a un persona, Jesucristo. Esto conlleva modos concretos de identificación y vínculos que nos unen a una persona, no a una idea. La persona, todos tenemos experiencia de ello, representa una riqueza inestimable de relaciones y vínculos con otros que nos llevan al compromiso sinodal de contar con ellos siempre, incluso para configurar la propia vida.
Los diversos carismas que configuran la Vida Religiosa también son depositarios de la tradición que la Iglesia universal ha ido configurando a lo largo de los siglos. En esa tradición ya hay una sabiduría de Dios que no debemos traicionar. Todo lo contrario, nos enriquece en la actualidad. Debemos escucharla, tenerla en cuenta, incorporarla a nuestro presente. En esa tradición las generaciones cristianas que nos han precedido han hablado, han discernido, ha incorporado el Evangelio a sus experiencias de vida en otros momentos de la historia. Es una tradición viva en la que nos sustentamos y alimentamos. La Iglesia es buena receptora y depositaria de la misma. Despreciar la Tradición, con mayúsculas, en las tradiciones que hemos recibido de los que nos han precedido en la fe, es traicionar el dinamismo evangélico de la Palabra de Dios llamada a encarnarse de forma constante a lo largo de la historia y, sobre todo, en la actualidad. Hemos, por tanto, de escucharla e incorporarla para ser más auténticamente sinodales.
Etiquetas