"Saben transmitir el gozo de una comunidad que crece en la comunión" Las monjas de Carrizo, centinelas de esperanza y de fe
"Son quince mujeres que, desde vigilias a completas, se dejan modelar por la oración y por el servicio fraterno"
"Mujeres de oración contemplativa, que hacen de sus vidas una oblación y una donación a Dios desde el amor fraterno y el servicio abnegado al Evangelio y a los hermanos"
He tenido el gozo de acompañar a las monjas cistercienses de Carrizo de la Ribera en los ejercicios espirituales. Desde mi llegada al monasterio, el miércoles día 2, y durante los seis días que he compartido estos ejercicios con ellas, las monjas de Carrizo me acogieron con extrema solicitud. En ellas he visto unas mujeres de oración contemplativa, que hacen de sus vidas una oblación y una donación a Dios desde el amor fraterno y el servicio abnegado al Evangelio y a los hermanos.
Como pude contemplar en este monasterio, situado a la vera del río Órbigo, estas monjas son centinelas de esperanza y de fe, ya que saben transmitir el gozo de una comunidad que crece en la comunión, en la reconciliación y en la alegría.
Son quince mujeres que, desde vigilias a completas, se dejan modelar por la oración y por el servicio fraterno. Por eso, con sencillez y humildad, estas monjas nos enseñan, en medio de un mundo secularizado, que aunque parezca imposible vivir como hermanos, es posible construir unas relaciones fraternas sanas, acogedoras y sinceras, libres de tensiones y de exclusiones.
Estas monjas cistercienses nos enseñan a vivir de una manera más humana y más sencilla, con alegría, fe y afabilidad. Pero también con sobriedad y frugalidad, en medio de un mundo que solo valora el éxito, el dinero y el dominio del otro.
Durante estos días que he pasado con las monjas de Carrizo, he visto a unas mujeres apasionadas de Dios. He visto a unas monjas que nos enseñan a compartir lo que tienen y a valorar y a amar la belleza del Evangelio.
He visto en estas monjas unas mujeres que saben mantener yvivir con confianza la aventura de la vida fraterna. Son mujeres con la unción de un corazón limpio y con una mirada discreta y amorosa, llenas de un silencio elocuente y fecundo.
Las monjas de Carrizo llevan en sus ojos la bondad de las bienaventuranzas, la generosidad del Evangelio y la sensibilidad y la ilusión para hacer realidad una comunidad alegre y esperanzada.
Son mujeres que tienen en el corazón el espíritu de la infancia de los niños. Son mujeres que aman y perdonan, que sonríen y confían, que tienen una mirada amable y afable.
Son monjas con una solicitud silenciosa y una disponibilidad atenta, entregadas a la comunidad y constructoras de fraternidad y de comunión. La sencillez y el amor de estas mujeres se transparenta en sus ojos limpios y alegres.
Así son estas monjas, como Estela, la superiora, una mujer entrañable y servicial, llena de la sabiduría del corazón. Blanca, generosa, servicial y alegre, que me enseñó el archivo, con la carta fundacional del monasterio. Ester, la hospedera, solícita hasta el extremo y siempre sonriente. Mª José, que vino a la estación de León a recibirme, atenta (ya que en el coro yo estaba a su lado) para señalarme las páginas y los libros de los himnos antífonas y responsorios. Mª Pilar, sencilla y con una espiritualidad profunda. Elena, una de las organistas. La andaluza Valle. Gema, con su voz y la cítara en completas. Socorro, una monja con una sonrisa amplia. Guadalupe, que me llevo a la estación de León en acabar los ejercicios. Y también Victoria, Paz, Lurdes y Teresita. Y sobre todo Caridad, una monja a punto de cumplir cien años y que fui a ver a la enfermería. Una mujer entrañable, sencilla y orante. Y trabajadora, ya que a su edad, todavía baja a la cocina a pelar patatas y a fregar cacharros. Caridad es la joya de la comunidad, ya que su fidelidad y su oración continua, hacen de ella como el perfume con el que María ungió a Jesús en Betania.
Carrizo es una comunidad que acoge con afecto y con paz. Estas monjas, desde las Vigilias, a las 5,30 de la madrugada, cuando todavía es de noche, hasta las Completas, con la preciosa Salve Cisterciense, nos enseñan la primacía que ha de tener la Palabra de Dios en nuestras vidas, una Palabra leída y meditada, escuchada, acogida y orada, que, de esta manera germina y es fecunda en la vida de la Iglesia.
Las monjas de Carrizo saben amar sin condiciones y por eso hacen de sus vidas un camino de profecía, con una esperanza libre de miedos, con una esperanza confiada y llena de sentido. Las monjas de Carrizo nos ayudan, como decía San Bernardo, a “caminar en el Espíritu y a vivir de la fe”, en un silencio fecundo, abierto a Dios y a los otros.
Estas monjas, de mirada sonriente, fruto de la fidelidad de muchos años, llevan consigo la esperanza y el silencio lleno de Dios. Por eso son conscientes que su propia existencia es un camino que no pasa por la intransigencia ni por el rigorismo, sino que fieles a la propia vocación, y con la “humanitas” característica de la Regla de San Benito, son testigos de misericordia, maestras de compasión, artesanas de consuelo y centinelas de alegría y de esperanza.
Como viví, hace años con los monjes de la Oliva y de Viaceli, también los días que he pasado en Carrizo, han sido para mí una experiencia de fraternidad, de comunión y de esperanza.